—¿Mami? Mami... ¿Qué hace Jordan aquí?
El susurro aterrorizado de Madi es el propulsor para que obedezca a la orden de este desequilibrado asesino.
Con las manos en alto salgo de la camioneta o lo que queda de ella.
Mi hija me sigue porque él se lo está ordenando.
—No —digo con la severidad de una bestia—. Con ella no. El asunto es conmigo.
—Ella es una parte de ti —su sonrisa me hace arder en odio. Como si lanzaran un fósforo a un pastizal embetunado en queroseno—. Siempre te voy a tener a ti, si tengo a tu hija, Charlotte —saca un arma y me apunta directo a la cabeza mientras retrocede un par de pasos y con la mano le hace que salga del coche—. Vamos gusanito, sal o te quedas húerfana.
Miro a Madison, está pálida, se le caen las lágrimas, tiembla pero obedece. No hace ninguna exclamación sólo se baja de la camioneta y se refugia detrás de mí.
—¿Y bien? —le enfrento—. ¿Qué quieres?
Jordan ladea apenas la cabeza y su guantazo directo en mi mejilla es algo que no me veo venir.
—Que dejes de verme la cara de estúpido —su mano se cierra en mi collar, lo arranca y lo tira al piso—. Tengo años en esto. Años de coimear federales, detectives y policías. Me sé cada truco chiquita —pisa el dije, donde se encontraba el trasmisor.
Me toco la mejilla, me arde. Pero no le voy a demostrar que me duele o que le temo.
Es cosa de alargar esto lo más que pueda. Es esperar a que lleguen...
—Ellos no van a venir por ti mi cielo —su sonrisa malévola se ensancha y me da escalofríos—. Primero van a tener que encontrarte. Y segundo... Para cuando esos dos ineptos se despierten, tú y yo ya no vamos a estar aquí... Te lo prometo.
Lo dice para asustarme. Lo dice para someterme. Es un asesino, está en su naturaleza, amedrentar para luego dar el golpe.
—¿Me crees incapaz de defenderme? —le avanzo, ignorando el hecho de que me apunta con un arma a la cabeza—. Todavía tienes la marca aquí —me toco la frente—. Es de la botella que te partí cuando me golpeaste en mi departamento, ¿o lo olvidaste?
Veo cómo sus narinas se dilatan de la ira. Alza la mano y me da otro bofetón, más fuerte que el primero.
Pero baja el arma. Me va a pegar como el cobarde que es.
—No eres capaz —se jacta—. No eres capaz de nada —vuelve a abofetearme—. Inútil, blanda, miedosa, cobarde.
Inspiro profundo y me limpio el hilo de sangre que brota de mi labio.
Siento que Madison tironea mi suéter. No llora, no dice absolutamente nada, sólo se cuelga del orillo, tironea y saca mi celular sin que Jordan se percate.
Él que está ensimismado en dañarme sólo fija su ira en mí, tanto así que cuando atina a pegarme a puño cerrado, con todas mis fuerzas le rayo la asquerosa cara con mis uñas.
Los arañazos le van desde el párpado hasta el labio y es tal el ardor del raspón que se cubre la cara y gruñe como perro herido.
Aprovecho su distracción para empujar a Madi. Si supo buscar mi celular, entiende perfecto que el mejor sitio para ella es lejos de mí. Es estar escondida hasta que pueda arrancarle los ojos a este maldito bicho.
Entre pucheros se refugia detrás de la camioneta chocada.
—¡Me haces perder la paciencia! —aúlla agarrándome por el nacimiento del cabello.
Me tironea, me arrastra, y mi frente impacta contra el tronco de un árbol.
Lo hace una, dos y a la tercera mi codo va directo a sus costillas.
Un codazo que lo dobla, que me da aire, me deja volver en eje y alejarme de mi enemigo.
—Mientras te esforzabas por hundir a Nicolas —me trueno la nuca para quitarme el mareo—. Yo tomaba clases de defensa personal, en mis descansos de la universidad. Siéntete dichoso, porque me voy a estrenar contigo.
Su rostro se desfigura. Es un auténtico monstruo.
—La primera víctima que me va a dar pelea, siéntete privilegiada.
Se me aproxima y lo abofeteo de corrido varias veces. Vuelve a agarrarme del pelo y me pega contra él. Mi culo choca contra su entrepierna y aunque lucho por escapar la frase "viniste armada" me congela por completo.
Me la quita, la avienta lejos y se me llenan los ojos de lágrimas al sentir sus manos en mis pechos y su aliento en mi oreja.
Busco a Madi y al dar con ella me desespero porque lo está viendo todo.
—Siempre vas a ser mi presa favorita —su nariz recorre mi pelo aspirando mi aroma.
—Déjame —digo con voz helada.
—Dios... Hueles a él, Charlotte —ignora mi orden y lame mi mejilla provocándome arcadas—. Siempre hueles a él rata desagradecida.
—Si me dejas ir vives —me paralizo y respiro profundo cuando el filo de una navaja se pasea por mi cuello—. Si me sigues tocando —rechino los dientes al percibir el filo punteando mi piel—. Te lo juro Jordan, que te vas a morir de una forma dolorosa y agonizante.
—¿Y quién me va a matar? ¿Tú? —se ríe, me besa, esa maldita cosa empieza a lastimarme—. No tienes las agallas. Porque en resumidas cuentas, nadie va a venir a tu rescate.
Cuento hasta cinco y que sea lo que Dios quiera.
Con todas mis fuerzas y mis ganas de salir de aquí echo la cabeza hacia atrás. El crack y un gritito sordo delatando un dolor lacerante me indican que le directo en la nariz.
Corro sin mirar atrás a dónde él tiró mi arma.
La oscuridad y los pastizales no son buena ayuda pero me tiro en picada a los pastos mojados por la helada cuando creo visualizar el cañón.
—¡No te voy a matar! ¡Te voy a despedazar a tu maldita hija para que aprendas a respetarme perra de mierda!
Se recompuso más rápido de lo que creí y tira de mis tenis arrastrándome por el pavimento de la carretera.
Pateo y pateo y él me pega a puño abierto. En mis costillas, en mi rostro, me defiendo, tiro puñetazos y patadas.
Escucho a lo lejos la desesperación de Madi y su grito ahogado que culmina en Mami, mami, mami...