NICOLAS
Minutos antes de la llamada...
Camino de un lado al otro agarrándome la cabeza.
Me piden que me tranquilice, que no maldiga, que no mire al Comandante como un enemigo al que me muero por arrancarle la cabeza pero nadie en este maldito cuarto entiende por lo que estoy pasando.
Nadie.
Fui a la habitación de Madi más de quince veces esperando que sea una travesura de ella, convenciéndome de que lo que dijo Charlotte por el trasmisor fue una confusión. Entré, salí, la busqué afuera, la llamé a los gritos y nada.
Mi enana está entre dos fuegos cruzados, expuesta al mismo peligro que su madre, que mi bruja.
Aquí ellos hacen las llamadas, ellos hablan y mueven gente no sé para qué.
—Por Dios hijo —mi padre intenta tocarme pero a la mínima le doy un empujón.
No quiero a nadie cerca de mí.
Estoy perdiendo la cabeza y no lo entienden. Ni siquiera comprendo cómo pueden predicar tranquilidad cuando es Charlotte, cuando es Madison y ese loco de mierda suelto por ahí.
Me muerdo la lengua para no explotar.
Es mi hija carajo. ¡Es mi hija la que está allí!
Son las dos personas que más amo.
—Comandante, las camionetas fueron emboscadas —esa voz por altoparlante me paraliza los latidos del corazón.
—El vehículo de custodia se siniestró frente a la propiedad Henderson. Creemos que fue víctima de un atentado bomba por el tenor de la explosión y lamentablemente tenemos soldados caídos.
El condecorado bueno para una mierda queda boquiabierto.
No se lo esperaba...
—Escuadrón de apoyo, ¿la camioneta con Charlotte...
—No logramos ubicarla. La perdimos del radar GPS igual que la ubicación del trasmisor. Creemos que también fue siniestrada.
El ambiente se caldea, todos se enloquecen, entran en una caótica crisis de la cuál yo hace rato estoy inmerso.
—¡¿Dónde están mi mujer y mi hija?! —me le voy encima al Comandante—. ¡En dónde están!
—Señor —le reclaman—. Señor...
Presionado por la fiereza con que lo enfrento el tipo coge el radio y se aclara la garganta.
—Hable capitán.
—Las sospechas acaban de ser confirmadas. Una red nube bloqueó las señales de conexión al satélite. Por eso perdimos comunicación con el GPS de los agentes y del collar de la señora Donnovan.
—Bien
—¿Bien? —le reclamo a pocos centímetros de su cara, una distancia ideal para plantarle un buen cabezazo—. ¿Y bien qué?
—Debo realizar una llamada...
—La harás aquí y en altavoz.
—Civil usted a mí no me da —empino el cuchillo de cocina que tomé en un momento de desespero y se lo pongo en punta sobre la barbilla.
—A quien sea que llames, lo harás aquí en altavoz porque yo también voy a escuchar. Charlotte puede ser un chivo expiatorio para ustedes pero es mi mujer y la madre de mi hija. Habla...
Mi padre me suplica calma y yo no concibo esa idea. Es la primera vez en la vida que estoy vuelto un saco de caóticos nervios. Estoy como el león cuando le atacan a su pareja o le arrebatan a uno de sus cachorros. Estoy como para despellejar al que sea y que me importe un bledo las consecuencias.
—E-escucha —por el teléfono móvil llama, alguien atiende pero no dice palabra alguna—, la emboscada fue lo que preveíamos que sucedería. Tenemos al traidor.
La rabia me ahonda en el pecho y la voz al otro lado que se me hace vagamente familiar, preguntando cuál es el panorama termina por detonarme.
La utilizaron de cebo. Lo tenían planeado. Llevaron a mi Charlotte al precipicio a sabiendas de que todo iba a salir mal.
Menudo hijos de puta.
Los voy a matar.
Los voy a...
El celular que requisaron de la casa de mi padre vibra en mi bolsillo.
Me da tanto coraje que hasta este detalle haya sido planeado que...
Es Charlotte. Es su número. Me está llamando.
Se me seca la garganta y me quedo sin aire pero atiendo.
Digo su nombre a los gritos sin embargo no obtengo respuesta.
Y eso... Eso es lo peor que me puede pasar.
—¡Jean!, ¡Jean!, ¿quién te llama...
Mi padre se interpone en mi camino a mi objetivo que es la salida.
Voy directo a la segunda camioneta. La que está con las luces encendidas y con un chófer fumando recargado en el capó.
—Dame las llaves.
El tipo se asusta y de seguro que es por la expresión que me cargo.
—Perdón pero no...
Si ellos tienen entrenamiento a mí me entrenó durante ocho años vivir en el Bronx rodeado de maleantes.
—Que me des las putas llaves de la camioneta —sorprendiéndolo lo tomo del cuello, rodeándolo con mi brazo y apretándolo hasta que empieza a fallarle la respiración.
Los agentes y el Comandante salen y me apuntan directo a la cabeza.
—Suéltalo, Nicolas.
—Quiero las llaves —les enseño el cuchillo—. Sólo quiero las llaves. Eso sí, si nos vamos a poner rudos, le meto esto en la yugular en el mismo momento que ordenes dispararme.
—Hijo —mi padre envuelto en miedo y desespero me mira con súplica en los ojos.
—Lo siento —trago saliva—. Pero habrías hecho exactamente lo mismo por mí. Lo traemos en la sangre.
—No tienes idea de dónde se encuentran, ni siquiera de cómo salir de esta zona —inicia el jerarca.
—Me vale. Me las he apañado en peores. Puedo conducir con niebla.
—Bajen las armas —hace un ademán con la cabeza—. Oficial haga lo que le dice.
El tipo me da las llaves y yo lo suelto. Me monto en la camioneta y no demoro en dar reversa.
—Pero no irás solo —copan el segundo vehículo y me siguen de atrás.
Piso a fondo el acelerador y me despego de ellos.
No me acojona manejar con inclemencias climáticas.
No me acojona absolutamente nada.
Luz larga, camineros, exceso de velocidad.
Voy a ir directo a donde ella se encontraría con Hayden.