Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO SESENTA Y CINCO Parte I

—Estás tan linda, mi bebé —estira la mano y la ahueca en mi mejilla.

Lleno mis pulmones de aire y toco sus nudillos, suaves y tibios.

—Creí que nunca más volvería a verte —entorno la mirada y hacerlo me obliga a fruncir el ceño.

¿De veras estoy aquí?

—Mi chiquita, ¿qué te pasa?

La reparo con el entrecejo arrugado.

—¿Esto es real o lo estoy soñando?

Mi cerebro no puede estar fallando de semejante forma pero tampoco creo que esto efectivamente sea verdad.

Nunca creí en estas cosas. Para mí han sido un invento cinematográfico y literario para conmover consumidores.

Para mí es un desvarío.

—Mi vida... Eres alma y espíritu —me miro los pies. Estoy descalza pero no siento frío ni calor—. Ya no eres un cuerpo ni un ser... Sólo eres luz.

—Entonces... ¿Estoy muerta?

Mamá, tal y como la recuerdo me rodea, toma mi mano y me lleva hasta un muro de donde cuelgan helechos.
Nos sentamos las dos en una hamaca y ella me invita a respirar profundo.

—En el limbo diría. Debatiéndote entre irte o quedarte.

Empiezo a negar.

—Yo no quiero quedarme. No quiero morirme. Quiero volver con mi hija y con Nicolas... Aparte —me toco el abdomen, ya no tengo ningún rasguño y una sedosa tela satinada me cubre hasta las rodillas—. Mamá, estoy embarazada.

—Estabas cariño —sin perder la sonrisa me acomoda el cabello—. Ya no más.

Me quedo desconcertada pero cuando esbozo una mueca de abatimiento, Sam Donnovan tan radiante y dulce como siempre me envuelve en un abrazo.

—¿Perdí a mi bebé? —me lamento.

—Sh, cielito —me besa en la mejilla—. Aquí ya no habrá sufrimiento ni dolor...

—Yo quería a mi bebé —juego con mis pies—. Tuve que escaparme a una farmacia cuando no me llegó la regla. Sabía que algo no cuadraba —alzo la vista—. Jordan me arrebató la vida, mis hijos, y el hombre que amo. Eso es muy injusto.

—Vivir es sumirse en injusticias a diario —la voz masculina desde la distancia me llena de sentimientos encontrados.

—¿Papá? 

Guapo y erguido, sin un vestigio de las adicciones que le costaron la vida viene a mí y me abraza.

Me acurruco en él disfrutando de este momento. Había olvidado lo reconfortante que se sentían sus caricias.

—Mi guerrera aquí vas a estar a salvo.

Los observo a ambos.

—Te vas a sentir libre. Libre de dolor, de preocupación, libre de cargas.

Esa voz vagamente familiar hace eco en mis oídos.

—¿Erick? —indudablemente es él—. Erick...

—El mismo, apuesto y carismático Erick Henderson a tu disposición.

Se me llena el pecho de alegría y congoja a la vez, al oír su voz de nuevo.

Todavía no se me borra del recuerdo el día que Rafael le cobró la traición a Nicolas, asesinando a su hermano mayor.

—Teniendo la oportunidad, te confieso que hubiera gustado llevarme bien contigo —murmuro.

En verdad siempre existieron roces y asperezas entre nosotros porque Erick supo desde el inicio la verdadera intención en los planes de David. Nunca estuvo de acuerdo y me detestó, aborreció que formara parte de un engaño tan vil y bajo como lo era seducir a su hermano pequeño, al rebelde sin causa de la familia.

—Todavía podemos ser buenos amigos —se me acerca y me palmea el muslo—. ¿Qué tal ha estado mi papá?

Esbozo una mueca de aprehensión.

—Nunca se recompuso. Tu muerte marcó un horrible quiebre en David. Y Nicolas... Nicolas tampoco pudo superar ese día.

—Pobre papá —suspira, negando—. Amaba a su familia más que a nada en el mundo. Estaba loco y cometía muchas estupideces pero... Nos amaba.

A lo lejos distingo a una mujer de cabellos largos color miel que baila con una niña pequeña.

Dan giros y giros y se ríen sin parar.

—¿Acaso ellas son...

Erick me ofrece la mano y me lleva hacia ambas.

—¿Mamá?, alguien quiere saludarte.

La mujer de largo y holgado vestido blanco para de bailar y me mira con una inmensa sonrisa.

La evoco de fotografías que me han enseñado en la casa de los Henderson.

Es Sophia

—Lotte, eres tan bella —en un sutil movimiento me toca la mejilla—. Sin lugar a dudas habrías sido mi nuera preferida.

—Mi sobrina realmente es un encanto —la pequeña hermana de Nick me observa sonriente—. Yo velo sus sueños siempre.

Erick me pasa el brazo por los hombros, me aleja de ellas y cuando estamos a solas me escudriña con pena y preocupación. 

—¿Sabías que te usaron? —murmura.

Aprieto los labios. Lo sé. No tengo noción del tiempo que llevo postrada en la cama pero he oído a Ciro. Él ha estado hablándome y pidiéndome perdón.

—No... lo definiría de esa forma. 

—Pero te usó...

—Yo me metí en el juego porque quise hacerlo. No puedo andar culpando a los demás por eso. No tenía ganas de ir a dejarme matar pero... Tampoco soy una boba sin idea del mundo.

—Pero te usó...

Ruedo los ojos ante su repetición.

—Pero es Ciro Walker, de él no me asombra. Su gran amor es su trabajo y... Luchará por eso al coste que sea.

—¿Me prometes que le vas a dar unos buenos derechazos?

Ensancho mi suave sonrisa—. Supongo...

—¿Supiste que hubo un traidor?

Bajo la mirada. Eso fue lo que más me dolió.

—No me lo esperaba porque confiaba en él. Aunque... Estando en su situación y con mi familia en riesgo, quizá hubiera hecho lo mismo.

—¿Estás perdonadora, cuñada?

—Estoy aquí, Erick, sin tu hermano, sin los míos, sin mis hijos —me encojo de hombros—. ¿De qué me sirve odiar si estoy aquí? Ya no puedo hacer mucho más. Que cada quien reciba el castigo que se merece.

Nos echamos a caminar, con lentitud y en silencio. Un silencio que él se encarga de romper.

—¿Cómo te sientes?

Aspiro una gran bocanada de aire.




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