Estar consciente de lo que sucede, oír desde voces hasta el tic tac del reloj, sentir cada contacto de mi piel con cualquier objeto pero... No poder moverme, abrir los ojos ni gesticular palabra es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo.
Bueno...
Sí se lo deseo... Pero ya está muerto.
Mi mente se mantiene alerta reviviendo una y otra vez lo sucedido. Lo reproduce en cámara lenta llenándome de satisfacción, amargura y desasosiego.
Yo lo maté. Yo y solamente yo obtuve la justicia que deseaba.
Lamentablemente mi hija fue testigo de ello, lamentablemente por tomar la justicia en mis manos estoy acá sin poder siquiera alzar el dedo y manifestarle a todo el que entra que no me voy a morir, que estoy viva, que los escucho y que me duele que hablen de mí como si fuera una planta a punto de marchitarse.
Me cuesta muchísimo el esfuerzo. Es indescriptible el sacrificio que hace mi cerebro para que el resto de mi cuerpo reaccione. Es desgastante y agotador. Me resta energías pero no me rindo.
Nunca nadie llegará a saber cuánto estoy batallando en este preciso instante.
Donde apago mi mente unos segundos y vuelvo a activarla enviando corrientes de estímulos al resto de mí y en donde nada pasa, sigo con los párpados pegados, el cuerpo rígido y mis terminaciones nerviosas exhaustas.
Mi cabeza se debate entre la oscuridad de los pensamientos vacíos y la repetición instantánea de la muerte de Jordan, las lágrimas de Madison y la llegada de Nicolas.
Mi Henderson preferido, que me conversa pura cursilería y que me estruja el alma. Que ha estado cada vez que mi razón se activa y al que siempre le escucho la voz temblorosa cuando lo tengo a mi lado.
Un tono lleno de pesar que disfraza de dureza y seguridad.
Quizá no se ha dado cuenta, quizá en lo profundo de su ser ya se está resignando ante mi ausencia.
Dice verme fantasmal pero en verdad mi corazón late de prisa cada que me habla, cada que amenaza con romperse pero al final acaba blindándose, cada que se encapricha cuando la hora de dejarme llega.
Inmortal.
Antes de irse fue lo último que me dijo.
Que soy inmortal.
Y me siento inmortal por el simple hecho de luchar con todo lo que me queda para poder abrir los ojos y gritar que no me morí.
Que estoy viva.
Que mi hijo y yo vamos a salir de esta, y que le voy a restregar en la cara a quienes me usaron de cebo que no me olvido de aquellos que traicionan mi confianza.
Ciro Walker va a tener que besarme la suela del zapato cuando salga de esta.
Eso como que me llamo Charlotte.
Eso como...
—Buenas noches Charlotte —apareció la enfermera. Una de tantas que apuesta a que no voy a salir del estado de parálisis en que me encuentro inmersa—. Pronto vendrá la doctora Charles a verificar tus signos vitales.
Sus manos están en mi cuello, en mis muñecas, palpan mi costilla suavemente pero a mí, en medio del limbo me produce un dolor ensordecedor.
—¿Qué tal se encuentra?
Esa es la voz de la doctora. La que le ha repetido una y otra vez a sus colegas que teme por la vida de mi bebé si es que continúo en este estado.
—Su ritmo cardíaco está acelerado.
Claro que está acelerado. Estoy sofocándome. Estoy dando todo lo que tengo y hasta más para poder moverme.
Mi ritmo cardíaco está por los cielos porque sufrí un maldito infarto, porque batallo y batallo y me agoto. Y llego al límite y en mi límite me descompenso.
Porque estoy peleando con uñas y dientes por salvarle la vida a mi hijo a como dé lugar. Porque mi hija me necesita y porque ya no aguanto más estar así, como un vegetal, oyéndolo absolutamente todo.
—Repite la dosis de epinefrina —su tersa mano acaricia mi frente. En comparación con el resto de los médicos ella ha sido tan gentil que me duele, que me llena de una angustia que no consigo exteriorizar—. Charlotte, te pondremos a descansar un buen rato, ¿si? Sé que me estás escuchando, tus pulsaciones lo reflejan, pero por el bien de tu bebé debo acompasar esos latidos para que el episodio del paro no vuelva a suceder.
Lo que me inyectan me relaja al instante. Es como un somnífero que alivia cada una de mis tensiones elevándome a un estado de silencio, oscuridad y armonía.
[...]
—¿Mami? ¿Ma?
Su manito tanteando la mía de nuevo me devuelve al instante en que mi mente se aclara, la bruma se disipa y reacciono al sutil y cariñoso contacto con mi hija.
—¿Dad? —se me da vuelta el corazón al oírle decirle así a Nick. Él seguro está con ella—. ¿Porqué mamá tiene la boca azul?
¿Boca azul?
Debo lucir moribunda. Le estoy presentando a la peor mamá Charlotte del mundo.
—Madi no la toques tan fuerte.
¿Pero qué le dice?
Necesito que mi niña me toque, de la forma que sea pero que me toque. La extraño demasiado.
—Pero es que lleva muchos días así... ¿Ya no se va a despertar?
—Sí... Se va a despertar.
Los deditos de Madison se cierran en mi muñeca pero de inmediato dejan de apretarme.
—¡Quiero que mamá abra los ojos!
Nick, ey Nick, ¿qué haces?
No la alejes de mí. Por favor, no la alejes. No me daña, la necesito.
En medio de la aprehensión y el desespero le ordeno a mi cerebro la coordinación de mi sistema, pero fallo ya que nuevamente entro en un caótico estado de lucha permanente para reaccionar.
—Hay que darle tiempo a que se recupere.
—Mami... La casa es aburrida si no estás —llora y eso me parte por dentro.
Mi bebita...
—Nadie me prepara ricos desayunos, ni le pone nombres graciosos a las plantas del abuelo. Nadie sabe hacerme trenzas y Lola llora porque te extraña. Mami... ¿Cuándo vas a regresar? Papá me dijo que tendré un hermanito. Quiero conocer a mi hermanito.