Que me quitaron una porción de mi pulmón izquierdo, afectado por la puñalada que recibió de Jordan.
Que extirparon mi bazo, al no soportar el segundo ataque.
Que tendré que quedarme al menos una semana más en cuidados intensivos para luego ir a cuidados intermedios y recién allí se hablaría de mi alta médica.
Que llevo horas despierta, lúcida y pudiendo mover mis manos y mis pies.
Que mi bebé no ha sufrido daños.
Que... Jordan está muerto y nadie ha llorado su pérdida.
Que Ciro está más vivo que ninguno y yo muy idiota le he llorado a su cajón vacío.
Que Chase está preso. Que me traicionó, me sirvió en bandeja para mi verdugo y como golpe final directo a la mandíbula, fue el que le informó a Hayden de la existencia de mi pequeño bebé.
—Él se lo dijo —soplo, mirando con asco la gelatina de cereza que me trajeron—. Chase me llevó a la farmacia aquella tarde. Le dije que no me estaba sintiendo bien, que me veía rara... Soy una tarada.
Hundo la cuchara en el cuenco y revuelvo.
Eso y lo de Ciro me han pegado duro. Estoy dolida, decepcionada... Y con ganas de rebanarle el pito a Walker para que sufra lentamente y me ruegue perdón.
—¿Porqué no me lo contaste? —acostado a mi lado, en la amplia cama de la clínica y rompiendo las normas del Med, Nicolas me acaricia el cabello.
—Lo iba a hacer cuando estábamos en Florida. Quería que fuera una sorpresa porque sabía que te ibas a caer de culo con la noticia —me concentro en el color rojizo gelatinoso—. Soy pésima cuando me propongo dar sorpresas.
Besa mi sien, sin importarle mi aspecto desalineado y demacrado.
—A pesar de que estuve a punto de perder la cabeza, hoy soy el hombre más feliz y afortunado del mundo.
Ausente, sonrío.
—Vamos a tener un hijo —trago saliva—. Madi un hermano... Y vamos a poder vivir en paz.
Una palabra esperanzadora y reconfortante.
—Cuando te encontré tirada, sangrando y sin noción de lo que sucedía, todo se me desmoronó. Todos mis proyectos se destrozaron y tuve miedo; miedo de perderte. Estos días me los he pasado muerto de miedo.
—Lo sé —le toco el brazo, deslizando suavemente mis uñas por su piel.
—Y me dije a mí mismo que cuando despertaras, lo primero que te haría sería una pregunta. Una sola pregunta.
Con curiosidad ladeo la cabeza hacia él, que con cuidado de no tirar de las vías que van en mis manos y mis brazos, se endereza.
—¿Qué es? —me intereso.
—Está en mi bolsillo.
Me enseña el bolsillo de sus joggins grises y alza una ceja invitándome a husmear en el interior.
Con delicadeza meto los dedos y me encuentro con una pequeña cajita que abre para mí.
Se me llenan los ojos de lágrimas con lo que veo.
Recuerdo claramente que cuando me cargó en brazos me dijo que quería casarse conmigo, pero pensé que lo decía en el tenor de la desesperación, no que realmente iba en serio.
—Entiendo que es la peor manera y la menos romántica pero... No puedo seguir esperando. Porque esperé y se me pasaron ocho años. Y esperé un poco más y casi pierdo a la mujer que amo —salta de la cama y se hinca a un lado de ella—. ¿Así fue como se lo pidió Flynn a Rapunzel?
Hago un mohín, y presionando las suturas me yergo para observarle mejor.
—En realidad Flynn alegó que Rapunzel insistió y no tuvo más opción que aceptar —lo mofo.
Sacude la cabeza, regalándome una de sus sonrisas más espectaculares.
—Charlotte Donnovan; mi bruja loca, osada y ardiente: Cásate conmigo.
Lloro y río. Río y lloro. Y me limpio las lágrimas sólo para seguir llorando.
Se supone que la doctora Charles insistió en que nada de emociones fuertes al menos por veinticuatro horas.
—No me lo estás preguntando —le reclamo entre sollozos.
Me dedica una mirada cargada de arrogancia.
—No tengo que hacerlo si ya conozco la respuesta —mordiéndose el labio inferior se pone de pie y me coloca el anillo en el dedo.
—Lo tomo eh, pero me ofende muchísimo —sutilmente rodeo su nuca con mis manos, lo abrazo y me río sobre su cuello.
—Nunca vas a saber lo mucho que te amo —me susurra al oído, haciendo que de la risa pase al llanto como si nada.
—Se nos terminó la espera, Nick —susurro en un río de lágrimas.
—Lo sé, nena. Lo sé.
Me separo de su cuerpo y ojeo embobada mi anillo. Brilla, resplandece, me deslumbra.
La puerta del cuarto se abre y la mirada de la doctora Charles augura regaño.
—Voy a hacer de cuenta que Nicolas no está cómodamente estirado en la cama —dramatizando su llegada se saca las gafas, las limpia y vuelve a ponérselas.
Mi prometido y futuro marido se hace a un lado permitiendo a la profesional realizar la revisión, escudriñando cada uno de sus movimientos.
—¿Cómo te sientes, preciosa? —mira los vendajes, la bolsas de líquidos que cuelgan al lado de la cama, también mis vías y se cerciora de que mis latidos se mantengan acompasados.
—Mejor —admito—. Me duele el cuerpo pero... Pero eso es nada en comparación a lo que me sucedía.
Ella sonríe—. Voy a regresar en tres horas y así seguiré hasta que se cumplan las veinticuatro horas posteriores a tu reanimación del coma —apunta en la planilla y retrocede—. Por cierto, tengo dos buenas noticias para ustedes.
Nico toma mi mano y juega con mis dedos mientras escucho atentamente lo que está por decir.
—¿Cuáles? —curioseo.
—Si te mantienes estable mañana mismo podremos proceder a la ecografía —ensancha la sonrisa—. Pórtate bien y le vas a escuchar el corazón a tu bebito.
Observo la reacción de mi chico y me vuelvo loca del amor al vislumbrar su expresión llena de expectativa y júbilo.
—La segunda buena noticia es que tienes visitas.
Cuando la doctora sale el ejército conformado por mis hermanos aborda el dormitorio, seguidos por Madi, David y Ámbar.