Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO SESENTA Y OCHO

TRES MESES DESPUÉS

—Nick, aquí. Oríllate aquí —lo codeo porque no me hace caso—. ¡Por Dios no te hagas el sordo!

—No me hago el sordo brujita —maniobra y le importa un pito lo que le he dicho. Estaciona donde se le antoja—. Pero qué tantas ganas tienes de salir caminando media manzana si puedo parar cerca.

Me quito el cinturón con cuidado, aún utilizo gasas para cubrir la costra que se forma en las heridas que están cicatrizando.

—Yo puedo dar cincuenta pasos tranquilamente.

Aparca, apaga su flamante y nuevo Jaguar F-Pace azul marino y se desabrocha el cinturón.

—No —me contradice—. No puedes.

—¿Disculpa Jean Henderson? —parpadeo.

—Te disculpo pero insisto, no puedes. Tienes a mi hijo ahí dentro así que yo también decido sobre ti. Esto —se señala, me señala—, es trabajo compartido. Aparte todavía andas medio fallada y averiada.

Abro la boca, pienso en insultarlo pero al final lo cacheteo en el brazo.

—Yo hago lo que quiero —intento abrir la portezuela y él se ríe al ver que trato pero no lo logro.

—Bloqueo automático nena —me dedica una sonrisa arrogante y me debato entre darle un bofetón o devorarme sus labios.

—Me está esperando un mar de gente, Nick. Ábreme.

Silba, se mofa y ríe.

Demonios, eso sí que sonó muy ególatra.

—Discúlpame señorita importante. Olvidaba que ahora eres toda una honorable precursora de los derechos humanos de este país.

Me ruborizo al punto que me explotan las mejillas.

—Lo soy —digo en un tímido murmullo.

Pone la mano en mi abdomen apenas crecido y la deja ahí unos minutos.

—Porque te lo ganaste y estoy orgulloso de ti muñecota.

Ahueco su quijada entre mis manos y le planto un beso.

—Gracias a que has estado acompañándome siempre; a sol y sombra.

Me toma de la nuca y me acerca a sus labios robándome otro beso profundo e intenso. Vehemente y celestial.

—Vamos a ver si en la noche celebramos como Dios manda —va a mi oreja y en medio de besos cálidos y mojados que me estremecen susurra—. Ya llegué a mi límite del manoseo y los pajazos. Me urge y me estoy muriendo por algo más que tu boca bruja loca.

Lo separo de un empujón.
Literalmente me arden las mejillas y hablar de esto sólo me prende en un momento inapropiado.

Sé lo que es. Lo que se siente no poder pasar de nivel y conformarnos con el salseo a medias. Pero es que después de un mes internada en rehabilitación, la doctora fue tajante con el asunto del sexo y el esfuerzo físico con las suturas y el embarazo.

«Al menos los primeros tiempos nada de esfuerzo abdominal, Charlotte»

Y a pesar de que nos las rebuscamos para no morirnos en medio del incendio y la calentura de estar siempre manoseándonos y besándonos, el juego no es completo, no es suficiente y queremos más.

Nick siempre quiere más y yo como buena prometida que soy, esta noche lo voy a consentir. Total, ya no siento dolores ni molestias.

—Vamos a hacer un trato —me muerdo el labio al ver su ceja arqueada—. Si no vomito delante de todos en esa conferencia, esta noche te espero en la casa con lencería roja y un juguetito nuevo.

—Epa bruuja —jadea muy conforme, poniendo las manos en mi cadera y acercándoseme todo persuasivo—. Esa idea me fascina.

—Alto ahí guapo —musito al notar que tironea el orillo del escote en mi blusa.

—Nuestra casa ni siquiera tiene cama en el cuarto.

—Para follar delicioso la ausencia de cama no ha sido impedimento —le doy un beso y paso mi lengua suavemente por la comisura de su labio.

—No hay luz corriente aún —me ronronea.

—Eso no importa.

—¿A la luz de las velas?

—Eso raya en lo cursi —lo provoco—. Una portátil con led azul y música sexosa para ponernos en sintonía es mejor.

—Vaya, vaya... Estás hecha una nena mala, bruja.

—Sólo cuando estoy demasiado hambrienta —sigo provocándolo.

—¿Ah si? —su aliento candente me embriaga y su voz cada vez más ronca calienta mi sangre con la fuerza de un volcán—. ¿Qué puedo hacer para saciar tu apetito?

—En realidad es como un —gimo despacio despertando sus gruñidos—. Es un...

—Vamos nena, no me vas a hacer estas cosas justo ahora.

—Es que... —le beso la mejilla adornada de una suave barba— tengo un antojo.

La palabra mágica que lo hace brincar en el asiento.

Es que en estos meses de ir y venir he tenido más antojos que en todo el embarazo de Madison.

—¿Qué quieres? ¿Qué te traigo?

Amo.

Amo como nadie se imagina a este hombre que está en todo, absolutamente en todo lo que me pasa.

Que me cuida como si fuera su reina.

—Quiero una milkshake frappé de capuccino.

—¿Una milkshake? —apaga el comando del jaguar y abre la portezuela de su lado—. ¿Dónde mierda voy a conseguir una...

Le señalo el Starbuck's antes de que siga hablando.

—Okey —se arremanga la camisa y sale del coche—. Ya vengo, antojona.

Apoyo la cabeza en el respaldo del asiento mientras veo cómo se llena la entrada del predio con periodistas, cámaras, y personas.

Uff, mujer, lo hiciste.

Parecía que no iba a poder pero lo hice.
No puedo dejar de pensar en que lo hice.
Alcancé mi sueño y me aferré con tanto ahínco a él que ahora sí. Ahora sí aquel papel que me dio Ciro en el hospital, ha valido la pena.

Mi celular vibra en mi cartera, lo saco y veo tres cosas importantes en la pantalla.

Mis chicas, que están en una galería de vestidos de novia meta beber champaña de gratis me han enviado decenas de vestidos, uno más horrible que el anterior.
Acordamos con Nick fijar la fecha de la boda después de la inaguración y resulta que mis cacatúas favoritas no esperaron ni dos segundos, se fueron a revolver tiendas de casamiento en vez de venir a escuchar mis conmovedoras palabras.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.