Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE

Hawái...

La habitación de la suite se impregna de un dulce aroma a jazmines, mezclado al aceite de aromaterapia que inunda cada rincón.

Estamos solas.

Completamente solas...

Ella y yo.

—¿Estás nerviosa? —me pregunta soltándose de mi mano, enseguida que entramos.

La veo salir corriendo, directo a las cortinas que esconden un ventanal inmenso.

—Un poco —le ayudo a abrir las amplias ventanas que dan al balcón con vistas a un impresionante océano—. ¿Tú?

—Yo también.

Salimos a la terraza y aspiro profundo ese particular olor a mar y arena.
El sol yace en su máximo esplendor, bañando la costa con altas temperaturas, transformando el contraste entre la suite acondicionada y el calor tropical en una sensación agradable. 

El viento mece las palmeras a nuestro alrededor y balancea suavemente el oleaje, mostrándome el lado más bello del Pacífico.
Una mezcla de aguas azules, celestes, cristalinas y verdosas, todas llegando a la orilla de la playa en un sutil degradé.

—Vas a ser una reina —sopesa mirando al frente, perdiéndonos ambas en la inmensidad del cielo fundiéndose con el mar en el horizonte.

—Y tú vas a ser una princesa excepcional —le paso el brazo por los hombros y la pego a mi costado.

—Te verás hermosa —se gira, fulminándome con sus bochones aguamarina—. ¿Crees que algún día llegue a verme tan bonita como tú?

Le regalo una sonrisa de madre muerta de amor.

—Mucho más hermosa que yo —le toco la mejilla—. En cualquiera de tus facetas.

—Todos los días soñaba verte vestida como una princesa...

Su comentario queda flotando en el aire, inconcluso. 

—Ese fue siempre nuestro sueño mi pequeñuela —la pellizco—. ¿Recuerdas cuando íbamos al centro comercial y nos quedábamos viendo los vestidos de novia?

Ella asiente—. Nos quedábamos un largo rato viéndolos en los maniquíes. Comprabas palomitas y nos sentábamos en la banca frente a la tienda.

Le acaricio la frente y tomándola de la mano, entro de nuevo al cuarto.

Un cuarto decorado de infarto.

Al mejor estilo tropical, abundando los arreglos florales y frutales. Predominando el mobiliario de bambú pero sin perder la elegancia de una de las suites más caras del hotel.

Exigencia del novio por supuesto.

Nadie en la familia habría apostado a que Nicolas y yo nos casaríamos en las bellas playas de Hawái y mucho menos que estaríamos por compartir nuestra luna de miel con ellos.

Es poco convencional...

¡Bah no es convencional directamente!, pero nada a lo que nosotros respecta ha sido clásico y tradicional.

Perdimos tanto que ahora, cualquier instante importante buscamos compartirlo con cada uno de los que amamos.

Por eso tenemos a David, mis hermanos, Ori y a Daysi, Ámbar y a Adam, incluso a Nora y Owen alojados en habitaciones separadas.
Porque decidimos casarnos aquí, en la arena y frente al mar, en una ceremonia ultra íntima, alejada del bullicio, del ruido, las cámaras y la gente de la ciudad.
El servicio del hotel se esmeró en organizar una fiesta digna de dioses y desde anoche que llegamos a la isla, nos están brindando un trato de reyes y colmándonos de atenciones.

—¿Mami?

Nos sentamos en la cama. Estamos recién salidas de una relajante mañana de spa, mascarillas, masajes y baños de lodo y enfundadas en batas especialmente diseñadas para nosotras, las suya rosa con una inscripción bordada: "Little Princess Daughter" la mía, beige con otra inscripción bordada: "Big Queen Mom"

—¿Si mi vida? ¿Qué pasa?

Mientras me habla, abro el maletín que dejaron sobre la cama. Hay decenas de esmaltes, barniz y accesorios de manicura.

Indudablemente Nicolas estuvo en cada detalle que a mí se me pasó por alto.
Una suite especial, para poder alistarnos es cosa solamente de él y ese lado tan cursi, atento y romántico que tiene medio escondido.

—Vamos a ser una familia —puntualiza.

La conclusión viniendo de boca de Madison me hace desviar la vista del maletín para centrarla en el emotivo rostro de mi hija.

—Ya somos una familia, chiquitina.

—Es que... —traga saliva y capturo este momento como uno de mis favoritos por el resto de toda mi vida.

De mis muy muy preferidos. En nuestra intimidad, en el medio del paraíso, ella con ruleros en el pelo y yo también. Las dos teniendo esas conversaciones que tanto adoro. 

—¿Es que?

—Desde que conocí a papá, desee con todas mis fuerzas que fuera él y no Jordan el que estuviera en casa —la emoción con que me habla, hace que se me llenen los ojos de lágrimas—. Aunque estuve enojada y no entendí muchas cosas, siempre fui feliz sabiendo que era él mi padre y no alguien más.

Se me escapan las lágrimas y la abrazo con todas mis fuerzas.
Nunca comprendí porqué los casamientos ponen a llorar la gente hasta ahora.

Esto implica estar nervioso, a flor de piel en cada sentimiento, cerrando ciclos e iniciando otros.
Lloras y te llenas de emociones cruzadas porque hay cosas de las que te despides, de otras te afianzas y esperas de brazos abiertos las nuevas etapas.
Lloras y lloras por lo que has tenido que pasar, todas las lágrimas de dolor y tristeza que has tenido que derramar, cuánto tuviste que sufrir y cuánto has tenido que soltar para llegar aquí, a este punto preciso en que realmente estás siendo feliz.

Yo tengo todo lo que necesito conmigo, estoy que reviento de felicidad, y no es cursilería llorar por ello.
Es el descargo de años tras años viviendo en negros, blancos y grises. Es alcanzar el arcoiris y saber que lo que suceda luego va a ser lo que mi familia y yo querramos que suceda.

—Mi preciosa Madi —la surto de besos pegajosos que la ponen a revolotear las manos para que la suelte.




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