Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO SETENTA

Agarro una servilleta y me limpio la comisura de los labios.

Todos están como locos, muy alterados y a mi alrededor como moscas en la fruta.

—Familia, ¿podemos terminar de almorzar en paz, por favor?

Nick es el primero en dedicarme una mirada de escándalo. No hace falta ni que hable, por su expresión me está manifestando que soy una loca de mierda.

—Charlie, ¿en serio? —los ojos verde azulados de Alex me escudriñan pero mantengo mi gigantesca calma ante el mar de inquietudes que hay delante de mí.

—Por supuesto —objeto con total tranquilidad y llamando al mesero en ademanes—. Voy a pedir mi postre y opino que ustedes deberían de hacer lo mismo. Deberían dedicarse a disfrutar de este bellísimo restaurante, del motivo por el que estamos aquí celebrando y principalmente de la comida deliciosa que sirven, en vez de mirarme como si fuera una bomba a punto de reventar o una desquiciada que no tiene noción ni de la vida.

El camarero viene a nuestra mesa y le obsequio una amable sonrisa—. ¿Me traes cheessecake de frutos rojos, otro zumo y un expreso americano? —ojeo a mi suegro, a mi marido y al resto de los que ocupan la mesa—. ¿Y... Van a ordenar?

David pide postre estilo tártara, Orianna helado y Daysi banana split. Alex crumble de manzana igual que Madison y Christopher su insulso palito de agua sabor naranja.

—Yo quiero otro expreso doble —indica Nicolas a mi lado, apoyando un brazo en el filo del respaldo de mi silla—. Bruja... Realmente estás muy loca —dice cuando el mesero se retira.

—¿Por qué?

Mi celular vibra en mi cartera y lo saco, creyendo que es Peter. Peter me llama unas cinco veces al día y no es para menos, estamos muy involucrados en nuestro proyecto.
La fundación creció a paso veloz porque nos topamos con muchas personas necesitadas de una mano. Personas que han vivido en el infierno. Que viven en un infierno con abusos de todo tipo, tamaño y color.
Crecimos porque alcanzamos patrocinio en los medios masivos de comunicación, donaciones de grandes corporaciones y se sumaron varios profesionales al grupo. Estamos creciendo y pronto Nueva York y víctimas de delitos de género recibirán la segunda fundación en contra de la violencia al igual que Los Ángeles, con la tercera.

—Es Liam... —frunzo el ceño al ver que me acaba de colgar— Qué raro.

La pantalla de nuevo se enciende y mi rostro se ilumina al observar que se trata de una videollamada.

—Hola bombona —me saluda.

—Li —un aguijonazo de nostalgia me atraviesa el pecho.

Cambió mucho en estos meses. Se cortó el cabello y se dejó crecer la barba.
Feliz se mudó a Manhattan y vive solo.
Va al gimnasio todas las mañanas, sigue una rutina de entrenamiento y luce mucho más robusto.

Está super, mega guapo.

—Ey, ¿porqué tan seria? —se intriga.

—Si estás saliendo con alguien y es cosa seria quiero conocerla Liam Donnovan.

No sé pero me lo intuyo.

Lo olfateo como un buen sabueso.

La especialización que cursa, el ejercicio constante y el atractivo de mi hermano son un triángulo peligroso para mujeres y hombres. Lo sé.

Yo lo sé y estar ajena y lejos, me enferma. Me gusta cuidarlos, no puedo con mi condición.

—Traanquila Lotte —jadea, procurando calmarme pero soltando una risotada que me hace achinar la mirada—. Si algo se vuelve cosa seria vas a ser la primera en saberlo.

—¡¿Primera?! —Alex salta como trompo.

—Mamá, quiero ver al tío —ya se suma Madi y el asunto se torna imposible.

Entre mis hermanos, mi hija, y la risita burlona de Nicolas a mi costado, la bola de insistencias es inaguantable.

—Si lo prefieres te llamo luego, que estamos todos los cotillas reunidos y comiendo.

La perfecta dentadura de Liam deslumbra en medio de una sonrisa.

—Está bien, no te preocupes —me analiza—. Apenas termine mi tesis, viajaré aunque sea un fin de semana para conocer a mi sobrinito o sobrinita.

Le dedico una expresión tierna.

—¿Seguro vendrás antes de que Madison llegue a los quince?

Finge estar escandalizado.

—¡Pero me ofendes, Lotte!

—Te tomo la palabra, eh —advierto.

—Soy tipo de palabra. Al menos eso me inculcó mi hermana mayor desde siempre —me hace un guiño—. Oye... ¿Anda mi cuñado por allí? —giro el celular y enfoco a mi apetecible marido, que lo saluda con la mano y le regala una de sus tibias y arrebatadoras muecas cargadas de gentileza—. Felicidades, Nick.

—¿Por tener que soportar a tu hermana veinticuatro siete, comiéndose hasta el refri? —le doy un codazo—. ¡Ah, no era por eso! —se toca el costado—. Es por el estudio... Qué idiota —me mira—. No me maltrates, bruja. Tus antojos no son tarea sencilla, merezco reconocimiento por cumplir cada uno de ellos.

—Bien que te gustó cuando hiciste la causa de mis antojos y mucho más firmar el acta de matrimonio, así que ahora te aguantas.

—Lidiar con mis mujeres no se lo recomiendo a cualquiera —sigue tomándome el pelo.

—Los hermanos van creciendo y dejan el fardo al marido —apoya Liam—. Cosas trágicas de la vida.

Él se ríe fuerte y yo esbozo una sonrisa por no mandarlo a la mierda. A los dos.

—Hablando en serio... Gracias. Es una pena que no hayas podido venir pero sé que pronto vas a estar visitándonos o nosotros a ti.

—Apenas Lotte se recupere del parto, iré a verlos —Liam se aclara la garganta—. Y en verdad me alegro por ti, Nick. Recuerdo muy claro aquel día que estábamos con hambre y tristes porque era la primera vez que mamá caía internada.

El semblante de mi hombre se endurece, los demás se callan y yo siento un nudo en la boca del estómago.

No puedo creer que Li se acuerde de eso.

—Yo también lo recuerdo —replica Nico con la voz ronca.

—Nos llevaste a Planeta Hamburguesa —añade Alex, aumentándome la nostalgia y empañándome la mirada.




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