Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO UNO

VARIAS HORAS ATRÁS...

—¡Estoy harta! — Exclamo jaloneándome suavemente el cabello., deseando producto de la asfixiante desesperación arrancarlo de raíz. 

—¡Charlotte! ¡Hija por favor! —Piden con desconsuelo, desazón e inmaculada amargura.

—¡Por favor una mierda mamá!, —grito perdiendo completamente los estribos. —¡El dinero nunca alcanza! —Trago el torrente de lágrimas y es la rabia, esa impotencia gigantesca la que me carcome desde adentro. —¡Para nada basta!, —añado finalmente., —estoy... ¡Estoy harta!

¡Quiero llorar! Verdaderamente necesito hacerlo. Las deudas nos inundan gracias a los prestamistas de mi difunto padre., los reclamos no cesan y nos han amonestado al punto de perder la casa en dónde vivimos Samantha, mis tres hermanos pequeños y yo.

—Ya lo vamos a solucionar cariño.— Murmura intentando verse despreocupada y conciliadora, logrando lejos de ello aumentar mis nervios, el estrés y un terrible deseo de robar millones del banco.

—A no ser que caigan dólares del cielo... No hay arreglo. Lo sabes. —Escupo mordaz observando al vacío., dándole vueltas a las opciones viables dónde aumentar ingresos monetarios.

Froto los dedos sobre las sienes frenética., sólo de pensar siquiera el monto a pagar mensual, para que no nos quiten el techo me deprime. ¡Ni laborando sin descanso veinticuatro horas al día en la tienda de accesorios mantendré a los imbéciles cobradores lejos de mi hogar, la vista de Sam y los tres pequeños renacuajos!

—Charlie no te pongas una mochila a cuestas que no debes. —Susurra obteniendo el efecto contrario, al sedante que pretendía lograr con sus palabras.

—¿Me lo vienes a decir recién ahora?— Ironizo alzando una ceja., mirándola frustrada, —¿Luego de meses de dejar mi vida en la universidad y el trabajo? ¡No mamá!, ¡no pienso dar el brazo a torcer! Saldremos adelante de alguna manera y les proporcionaré la vida que ustedes cuatro merecen. Esa que papá no pudo brindarnos.

Afirmo decidida mentalmente., sin aguardar retóricas acongojadas, mientras Samantha me envuelve en un cálido abrazo. Uno que sabe a orgullo matizado con culpa, tremenda y gigantesca culpa al delegar sobre su hija mayor, la responsabilidad de una familia.

Pues aunque resulte verídico no le recrimino por ello. Fue un rol que elegí asumir, cuando el accidente de mi progenitor le costó la existencia y terminó dejándonos a todos con la soga al cuello.

—Te amo mami, —objeto zafando del mimo maternal, inspirando hondo y concluyendo la amarga conversación. —y en tanto yo pueda nada de la miseria les alcanzará. Lo juro.

Las caricias inmediatamente cesan y es el rostro femenino, asedidado por el avance de la edad que evidencia preocupación., genuina tristeza reflejada en las orbes celestes tan iguales a las mías —Charlotte no quiero que arruines tu futuro prometedor. Mi mayor deseo es que estudies., te recibas de abogada... Que cumplas tus metas.

Niego levantándome de la silla., guardo varios libros de leyes en la cartera y observando inescrutable a la señora que constantemente luchó para hacernos felices sentencio —El mío darles un excelente porvenir a mis hermanos y una salud óptima a ti. Lo demás, —me encojo de hombros, —es secundario.

Deposito tiernos besos en la coronilla del rubio cabello a modo de despedida, tomo el bolso universitario, y encamino los pasos hacia el umbral de la humilde casa en las afueras de Washington. Ese tranquilo y apacible vecindario donde nací.

—Volveré en la tarde, ¿si? Traeré panecillos a los demonios.— Lanzándole fugaces besos por los aires agrego —¡Espérame con el chocolate caliente tan delicioso que sabes preparar!

Inicio el trayecto a la parada de autobuses, acompañándome miles de ideas que atraviesan mi mente. Cada una de ellas redireccionándose al objetivo común... Conseguir un empleo de mayores ingresos.

Los estudios universitarios aún no se encuentran muy avanzados, puesto que recién llevo medio año de abogacía y resulto demasiado inexperiente como para recibir una pasantía en algún bufete de abogados.

Dejándome una cruel realidad.,  exclusivamente la resolución concreta de obtener más trabajo.

—Un dólar lindura. — Espeta de forma maleducada el chófer, sacándome de cavilaciones., regalándome la mirada que detesto y obligándome a entender que solicité el autobús sumergida dentro del mundo desesperante que me rodea., un triste júbilo mental de laberintos que parece no poseer salida ninguna.

Arrugo el ceño sosteniéndome del barandal para no irme de bruces contra el piso. Hundo la mano libre de metal en el fondo del bolso buscando efectivo, y me repito entre murmuraciones lo mucho que odio ser analizada de semejante forma.

La misma que evidencia lujuria y el anhelo repulsivo de aquel sujeto sobre destrozarme las prendas con los dientes.

Revuelvo el interior de la cartera y al final saco un billete arrugado.
El que me quedaba para los panecillos de los renacuajos.
El último hasta la próxima semana de cobro.

Suspiro profundamente y controlo el deseo de romperme a llorar en pleno vehículo. Tal parece que volveré caminando una enormidad de cuadras éste día y los siguientes restantes siete.

Desentendido del arrebato emocional que me embarga, el asqueroso chófer esboza mueca lividinosas... Inmundas. 

—Con ese cuerpecito hermoso bebé...— Sisea con lascivia —Podrías viajar gratis las veces que quieras.

Levanto una ceja y ansío volarle los dientes de un puñetazo —¡Pues preferiría caminar de rodillas antes que vuelvas a dirigirme la palabra cerdo de mierda! —Exclamo vehemente, menospreciada, furiosa.

Dejándole atónito., y percibiendo oleadas de tóxica ira viajar a velocidad de la luz por mi sistema me acomodo en el último asiento, lejos de la vista de todos.




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