Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CINCO

De un brinco alterado y bajo la atenta mirada de Sam me alejo del buró familiar, intentando no sólo controlar la arremetida de emociones lúgubres, pero igualmente estremecedoras que tal matiz vocal provocan, sino también el escrutinio materno y posterior descubrimiento de lo que sería un terrible, lujurioso y oscuro secreto.

—Que... Qué desea.— Murmuro dando la vuelta, quedando de espalda a las retinas curiosas. —¿Qué quiere usted? 

—Bebita linda...— Masculla ronco, despacioso, alterándome íntegra. —Dime que no ha sido una equivocación tuya ese formulario enviado por internet.

Las pulsaciones se aceleran y no sé que demonios contestar. Dudo entre decirle que llamarme bebé puede ahorrárselo., confesarle que cada vocablo me desencaja completamente o asegurarle que no., no ha sido una equivocación., que de forma irrevocable y sin opción a reversa ha dado conmigo porque sí., necesito de ésta basura.

—Preciosidad...— Insiste erizándome todos los vellos de la piel. —¿Aún estás escuchándome?

Trago saliva y llevo una mano al pecho, allí mismo dónde el corazón cabalga desbocado, embargado de sensaciones tristes, desesperadas... Y placenteras.

Oírle hablar es éxtasis y me gusta. Me agrada su voz de locutor., de evidente sujeto entrado en edad: masculina, rasposa, enardecedora.

—Sí.— Musito cabizbaja. —Aún le escucho. 

Ríe a modo de contestación causándome agradables escalofríos, y me maldigo al considerar fugazmente que conocerle ya no resulta tan mala idea.

Jamás catalogaron en gusto personal los hombres mayores, desconocidos, y muchísimo menos aquellos a los que el rostro no he visto., poseedores de caprichos particulares en cuánto a la sumisión o doblegamiento refiere.

—Excelente.— Afirma sin admitir objeción alguna, —Dime algo... Charlotte.— Hace una pausa permitiéndome degustar mi nombre emanando de su garganta y añade, —¿Crees que podamos conversar o luces atareada?

Cierro los ojos con fuerza, rechino los dientes y suplico a dios que la voz a través de la línea sea una pesadilla de la cuál poder despertar tarde o temprano.

Inspiro hondo mientras rasco mi nuca nerviosa, queriendo postergar en el tiempo lo inminente —En éste momento estoy ocupada.

—Lo suponía preciosa barbie.— Escupe complacido, —¿Entonces estarás de acuerdo si concretamos una cita mañana?

Frunzo el ceño desentendida, absolutamente perpleja ante el comentario —Ci... ¿Cita?

Sí bebé., una cita.— Asevera varonil la tonada carente de facciones a las qué apreciar, —En mi oficina. Dónde podamos hablar, llegar a un mutuo acuerdo que nos beneficie a ambos y darte lo que quieres.

—Usted... No sabe lo que quiero.— Siseo conmocionada, alterada desde los cimientos., perdiendo poco a poco la compostura, seguridad y paciencia.

—¿Ah no?— Pregunta masticando la interrogante, —Linda., tú deseas lo que todas. Lo que mueve a éste exquisito mundo. ¿O me equivoco?

—No...— Admito mordiéndome los labios, reprimiendo la frustración, el dolor que me genera entender al punto que he llegado. A la sumisión en la que caí tras afirmar sus palabras curtidas de materialismo y codicia. —Pero...

—No Charlotte.— Corta inmediatamente, —Lo anhelas, lo aseguras y yo te necesito. Vi tu perfil y realmente te quiero porque eres perfecta., la más adecuada.

Ladeo la cabeza de forma ágil y reparo en Samantha que me observa preocupada, ávida de información, ansiosa de saber qué escondo tras una llamada telefónica y siseos misteriosos.

Yo... Yo acepto lo que usted imponga.— Digo tragándome el orgullo, la dignidad y mi inocencia inmaculada. —Dígame dónde, a qué hora y allí estaré, puesto que debo cortar la línea.

—Muy fácil.— Espeta galante, sin aumentar un sólo punto el timbre vocal, manteniéndolo suave, varonil, alborotándome íntegramente las terminaciones nerviosas. —¿Conoces Wine Enterprise?

Parpadeo el doble de confundida y asiento al vacío.

¡Claro que las conozco!

Nadie en Estados Unidos es ajeno al emporio vitivinícola de Wine Enterprise.

Papá adoraba el licor tinto de tal marca, y gracias a ella, a un desmedido consumo fue que su auto acabó estrellándose exento de contemplaciones o posibilidad a la supervivencia, de lleno en una parada de autobuses.

—Sí.— Respondo controlando la oleada de invasiva furia que corroe por dentro al evocar el desagrado que el alcohol me genera. La serie de tortuosos recuerdos que el velorio de mi progenitor ocasiona, y el desenlace a la ruina que el bendito vicio entre tinto y merlot cargó sobre mis espaldas.

—Perfecto...— Anuncia satisfecho, —Te esperaré en la sede central a mediodía.

La inquietud que inunda al suponer que mi futuro papi adinerado pueda tener algo que ver en tal rubro exclusivamente acrecienta el desconcierto. 

De manera literal descoloca porque sería el gran colmo, liarme a lo que aborrezco, relacionarme con mi potencial arma de miseria, quién indirectamente me destruyó y ahora pretende salvarme.

—Bien.— Mascullo acostumbrándome a que sí, la vida se empeña a ponérmelo difícil. —Ahí estaré...— Siseo reflexionando breves instantes que desconozco la identidad del individuo, —A... ¿A nombre de quién cuestiono?

Las carcajadas tornan estruendosas, un elixir a los oídos y así, magnánimo de cierta forma, sentencia orgulloso —Sencillo bebé azucarada, pregunta por el presidente.— Las risas cesan y en el más absoluto matiz seductor puntualiza, —David. David Henderson.

El rubor ante un mote acorde al parafraseo emitido logra teñir completamente mis mejillas y atino a balbucear simples afirmativas.




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