Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO SIETE

Asiento sin pensármelo dos veces y aunque no lo conozco., aunque sé que no debo aceptar nada de desconocidos, ese hombre me ayudó., el misterioso sujeto apareció para impedir quién sabe cuánta atrocidad y por ello me aferro a su mano como si de un salvavidas se tratara.

Mis pantalones se ensuciaron producto de la caída y las rodillas han comenzado a dolerme., no obstante la seguridad que los dedos cálidos proporcionan influyen a olvidar breves segundos el mal momento atravesado.

—Eso es. —Sisea poniéndose de pie, y poniéndome de pie a mí también, sin recurrir a algún esfuerzo. —Dime, ¿te hicieron daño? —Pregunta lúgubre, adoptando un matiz vocal tan bajo que genera precaución., cierto grado de terror.

Evito mirarle y niego. Cabizbaja evitando las retinas de todos los hombres alrededor niego casi demencial no una, ni dos, ni tres, sino varias veces. Ocasiones seguidas enfocando las orbes al suelo y permitiéndole a la impotencia inundarme íntegra.

¡Estuve a punto de ser violada! ¡Humillada, menospreciada y me odio! ¡Los odio tanto a ellos, que por el simple hecho de ser hombres creen poseer la autoridad, el designio divino de obrar como les venga en gana para con una mujer!

Muerdo los labios rabiosa y atino a coger el bolso entre mis brazos. Me acurruco en el recoveco que la cartera y dos extremidades afligidas proveen y deseo que cada instante vivido sea solamente una tétrica pesadilla.

—¡Escúchame bien jodido cabrón!, —Le oigo tronar sin consentir réplica o contradictoria ninguna. —Como vuelvas a meterte con una mujer, no te quedará un puto hueso sano. ¿Te quedó claro?

Trago saliva agitada a causa de la orden siniestra que apabulla, seguramente mucho más que golpes o puñetazos, y alzo lentamente la vista en dirección al rescatista que gracias a ágiles zancadas permanece frente al asqueroso James tomándole de la camiseta amenazante.

De espaldas aún bajo la casi nula iluminación puedo distinguir que su altura es imponente, altísimo indudablemente y lo agradezco.
Detesto depender de otra persona pero ésta ocasión hasta mis alabanzas merece el extraño. 

—Pero Ni...

—¡Pero un carajo! —Exclama lanzándolo de un certero envión contra el asfalto. Interrumpiendo justificaciones mediocres, y evidenciando quizá, que también lo conozca. —Ya te dije., no repito las advertencias. —Vuelve a posicionarse de cuclillas y observo en primerísima fila lo amedrentadora que luce la escena: los otros tres cerdos acobardados mirando pasmados cómo el fulano cretino, desgraciado yace humillado, minimizado en el piso mientras que un sujeto el doble de corpulento está al borde de tirársele encima. —Tú o cualquiera de éstos gilipollas aborda a una señorita, señor, o puto extraterrestre y te rompo las manos, las piernas y el cuello con mucho gusto. ¿Entendiste?

Los escalofríos me recorren de arriba hacia abajo al escuchar aquello. Efectivamente por las ojeadas asustadas comprenden que el defensor de señoritas no miente, no avisa en vano.

Y así mismo dicen... Que quién avisa no traiciona.

—Sí. —Escupe entre musitas el cobarde que diez minutos atrás se comía el planeta entero jactándose de macho dominante.

—Fascinante. —Objeta jalándolo del cabello. Cediéndome a mí la observación y detalle puro de las facciones del repulsivo individuo. —Ahora bastardo, —anuncia empujándolo a donde me encuentro estática, parada, ansiando correr pero carente de estímulos nerviosos que admitan llevarlo a cabo la acción. —de rodillas le vas a pedir perdón a ésta chica.

—Ni...

—No vayas siquiera a osar decir mi nombre escoria asquerosa. —Corta sereno, taconeando impaciente. —Estoy esperando.

Las retinas atestadas de odio dan de lleno contra mi rostro y tiemblo de ira.

—Discúlpame. —Masculla sin sentirlo., tan arrastrado e inferior obedeciendo la orden por miedo.

No. No. —Niega él ronco., siendo elocuente que se conocen entre ellos. —Por favor perdóname... —Noto el silencio breve instalado en el callejón y la voz fría adopta cierto matiz amable, —¿Cómo te llamas?

—Char-Charlotte. —Balbuceo.

—Bien., ¿oíste James? —Viborea jaloneándole con mayor intensidad el cabello que lleva atado en una coleta desgarbada y de la que recién ahora logro percatarme. —Por favor., perdóname Charlotte. No se volverá a repetir. —Inclinándose hacia abajo levemente añade, —Porque si lo vuelves a hacer., te quedarás sin testículos, sin coca, y sin dedos.

Reprimiendo el menester de desquitarse conmigo., con el casto público de abusivos oficiando de testigos, el encargado de iniciar el abordaje desesperante repite al pie de la letra lo ordenado.

—¡Excelente! —Felicita el enigmático hombre arreglándose lo que supone ser un blazer., pasando al lado del atemorizado desgraciado y deteniéndose a mi altura. —Ven conmigo., —objeta extremadamente amable., entendiendo que la situación atravesada fue sino una reverenda porquería, —éste no es un lugar adecuado para señoritas y menos a semejantes horas.

Mirando de soslayo a los cuatro cerdos asiento y sigo los pasos del desconocido.
La luz de una acera paralela a los callejones choca fuerte contra mis ojos y decido achinarlos producto del impacto.
Detengo el andar inmediatamente y él, unas zancadas adelantado percibe el cese de mi avance.

Da media vuelta otorgándole finalmente un rostro al caballero que me ha salvado.

De facciones duras, y serio, totalmente serio aunque se muestre ameno. Lleva el acaramelado cabello corto. Muy corto, casi al raz lo que le da un ligero toque de peligro al afilado perfil.
No sonríe, y desde la altura impresionante únicamente limita a la labor de observarme precavido, a analizarme de la misma manera que yo con él.
Va vestido tan informal como he de verme. Sólo que siendo sincera sus prendas gritan dinero por doquier. <<Colosal diferencia con las mías.>>
Y sus ojos., enormes faroles entre caobas y verdosos me escudriñan con lástima. Tremenda pena sumado al desagrado de que una chica camine sola bajo la noche tétrica de la periferia de Washington.




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