Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO OCHO

Aceptando el hecho de que mi educación no ha fallado, giro sobre los talones y encomiendo el andar, a través del sendero que me llevará a la entrada principal.

-¡Hey! -Le oigo chistar cuándo ya unos cuantos pasos me separan del espectacular deportivo blanco. Ladeo la cabeza en su dirección y observo que aún mantiene la sonrisa intacta. -De nada Charlotte. -Dice matizando la voz suya para nada desagradable, con el ruido del motor pidiendo a gritos acelerar despavorido.

Asiento sigilosa y le doy la espalda. <<¡Qué escena más extraña!>> Pienso. <<¡Es la primera ocasión dónde un hombre me defiende., no se propasa!>>

Dónde me sonríe con autenticidad, y no con lujuria.

Dónde un mote queda resonándome en la cabeza.

Inhalo profundo mientras toco suavemente el roble cobrizo aguardando el visto bueno para ingresar.

Suspiro tan hondo como los pulmones permiten, e intento recomponerme emocionalmente de la situación vivida.
Controlar el temblor de las piernas al caer en cuenta que el mencionado Nicolas tenía razón., corrí con la suerte del mundo entero.
Ya ni sé si gracias a él, o al divino destino es que permanezco aquí, de pie, buscando abrazar a Ámbar... Y respirando.

Sobre todo respirando, pues perdí el recuento de las tantas chicas que a diario desaparecen no sólo en Washington, o Estados Unidos, sino en el planeta.
Cientos de ellas, vanagloriándose por los noticieros como corriente novedad del día. Como si ya fuera normal. Como si el hecho de una desaparición, una violación, un crimen, estuviera naturalizándose con el correr del tiempo.
¡Tan falsa es la sociedad que la odio! La aborrezco más todavía que los vicios, o los cerdos creyéndose tener el poder absoluto, para decidir qué hacer con una mujer, cómo y cuándo.

Muerdo los labios enojada y golpeo con ferocidad la puerta., ansiando gracias al impacto de la dureza contra mis nudillos, amortiguar la impotencia que quema por dentro.

Esa tediosa sensación de verme envuelta en un laberinto retorcido del que no tengo puta idea cómo salir.

-¡Maldición! -Gritan al otro lado, -¡Maldición, ya voy!

Corto inmediatamente los tanteos y apoyo mi frente sobre la columna que sostiene una fachada elegantísima, soberbia del hogar Reggins.

-Estoy volviéndome psicótica. -Murmuro. -Una demente.

Escucho el juego de llaves introducirse en la ranura y adopto nuevamente la pose erguida. Aliso el suéter deportivo, y cuál acto reflejo miro hacia atrás. Giro el perfil definiéndome una genuina paranoica y el asombro estalla de lleno en mis retinas.

Él aún no se ha ido.

Niko no se marchó, cuándo supuse lo habría hecho.

El motor permanece encendido aunque con las revoluciones desaceleradas, y su rostro serio, inescrutable, me observa desde la distancia.

El automóvil impecable yace ahí, aparcado en la acera y su conductor, apreciando la escena bochornosa de semejante chica con carácter cambiante., tal vez padeciendo personalidad múltiple o trastornos de bipolaridad.

¡Y no!, efectivamente para nada me gusta ésto. No me gusta que me mire. ¡Ya no me gusta que nadie me mire!, y menos de esa forma que no logro develar. Pues la frialdad con que soy escudriñada pone mis pelos de punta aumentando la desconfianza a niveles desorbitantes.

-¡Menudo susto de muerte Charlotte! -Reprende llevando a cabo la acción de abrir y permitirme el ingreso. -¡Dijiste unos minutos... Pasaron treinta! -Exclama asustada, preocupada, al borde del llanto Ámbar, quién siempre aparenta inmutable ante cualquier emoción. -¡Te llamé cincuenta veces mujer! ¡Qué te sucedió! -Tocándome los hombros reiteradas ocasiones, sin obtener respuestas el desquicie azucarado estalla. -¡Estás pálida! ¡Tiemblas! ¡Mierda Char dime qué pasó! -Levanta el mentón mirando más allá de mis facciones, o el porche, y arruga el ceño tras vislumbrar el vehículo rescatista partir. -¿Qué hacía ese automóvil ahí?

-Yo... Yo me... -Percibo las orbes acarameladas taladrarme expectantes y no consigo culminar la justificación. Me rompo en lágrimas y atino simplemente a abrazarla. A hundirme entre las extremidades de mi única compinche, socia, cómplice.

-¡Me asustas! -Anuncia cerrando el roble con el pie, aceptando mi demanda de contención y acariciándome el cabello. -Por favor explícame.

-Venía caminando Am... -Balbuceo ahogada. -Había una pandilla.

-¿P... Pandilla? -Susurra temerosa de lo que pueda llegar a oír. -Ricitos. -Espeta separándose un tanto., observándome enojada, triste. -Linda ven vamos a sentarnos.

Obedezco al tirón de la mano y me desplomo sobre el amplio sofá tono manteca que como otros costosos, adorna la sala de estar.

-¡Iban a violarme! -Sollozo tapándome el rostro humillada. -¡de no ser por el hombre que me trajo hasta aquí, lo hubiesen hecho!

-¡Hijos de puta! -Viborea pegando un brinco, escapando de la posición cómoda a mi lado y desplazándose de un rincón hacia otro furiosa. -Amiga., Charlie...

-No ocurrió... -Corto limpiando varias lágrimas, -El sujeto lo impidió.

-¡Voy a matarlos! -Advierte cegada por el justificado arrebato de impotencia. -¡Esa mugre, qué mierda se cree! ¡Iremos ahora a denunciarlos! -Resuelve buscando desenfrenada la cartera, -¡O mejor!, iré yo misma a meterles un tubo por el culo!

-Ámbar. -Digo adorando a mi materialista amiga, ella que constantemente me cuida y protege. -Tranquila. Bien sabes que nada lograremos con denunciar algo que ni siquiera sucedió.

-¿Que ni siquiera sucedió? -Cuestiona mordaz. -¿Acaso viste tu rostro en el espejo? ¡Ni te percataste que no has dejado de temblar!

Suspiro mientras abandono el sillón y me aproximo a donde Reggins, transformada en una fiera embravecida se ubica parada: al punto justo de arrancarle los ojos a alguien.




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