Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO NUEVE

Rebusco aprovechando el momento a solas, mi teléfono dentro de los bolsillos. Oigo los insultos lanzados al vacío de Ámbar por no poder encontrar su laptop, y sonrío. Indudablemente la morena es un auténtico huracán de todo., de defectos, virtudes, buenos consejos y errores garrafales., pero aún así la amo. Adoro a mi mejor amiga.


Suelto carcajadas casi silenciosas tras oírle maldecir al armario con que seguramente se habrá golpeado., y desbloqueo la pantalla del móvil. Expresa dirijo los dedos a la agenda de contactos y marco el número de Sam para enviarle un mensaje de texto, (algo tardío) dónde le confirme que estoy bien., <<maquinando un plan decepcionante pero a fin de cuentas relativamente bien.>>

Evito llamarla. Más sencillo resulta mentir a través de los textos, fingir que acompaño a Ámbar en algún desamor o tarea mal desarrollada, que tartamudear diciéndole nada. Excusas incoherentes y vacías que llevarán a mi madre a la absoluta sospecha.

¡Y no!, me rehúso a darle motivos. Ingeniaré cientos de justificaciones, falacias, lo que sea, con tal de que mamá jamás sepa la vida paralela que dentro de varias horas dará inicio.

Pues pensándolo fríamente, si no resulta con David Henderson., será con otro.
Si el empresario vitivinícola no inspira la certeza de que no pretende algo extraño, pues aguardaré el siguiente llamado.

La idea se asienta en mi cerebro como fuerte concreto., y es que sí o sí, me negociaré. Aceptando o negando las ofertas esparcidas sobre la mesa, las relaciones mutuamente beneficiosas le otorgarán la bienvenida a una chica desesperada., necesitada de dinero., atada a los prejuicios, (que Reggins implora, olvide), pero ya carente de opción alguna.

—¡Volví! —Chilla la morena sobresaltándome. —¿Qué haces? —Indaga ojeándome la pantalla del móvil en tanto tecleo rápidamente, —¿A quién le escribes?

Redondeando la dedicatoria con un te amo, envío el mensaje y ruedo los ojos consecuencia de la insinuación mencionada.

—Sh. —Siseo mirando a mi preciosa amiga abrir el laptop, encenderlo y frotarse las manos como si estuviese a punto de develar un misterio de importancia mundial. —Le escribía a mamá. —Puntualizo.

—Ajá. —Ironiza esperando ansiosa a que la ventana del navegador, permita iniciar la labor de Sherlock Holmes alias Ámbar Reggins. —¡Hey! —Dice chocando las uñas esmaltadas contra el monitor, impaciente, —¿Por qué no vas a buscar las tortillas que dejé en la mesada? Le agregaré más leña a la chimenea pues no sé tú, pero yo, ¡Dios que me congelo! Y ni siquiera estamos en pleno otoño.

—Bien. —Afirmo levantándome de los cómodos cojines que invitan a dormir sobre ellos largas horas. —¿Debo calentarlos?

Alza la vista incrédula a la idiotez recitada, e imita mi acción aproximándose a la estufa —¿Qué hago, —interroga, —te respondo, o mejor pregunto si acaso me tomas el pelo?

—¡Lo siento! —Rechisto anhelando darme unos cuantos guantazos por tonta., caminando ligero hacia la zona designada y obedeciendo al pedido de la dueña de casa.

Toco el envoltorio del menú y noto que aún se mantiene tibio, quito papeles de aluminio y el aroma a pimientos, carne, cebolla y queso ranchero inunda la sala y mi estómago que se acostumbró al pollo y un café insulso a la mañana.

Coloco las tortillas en un plato y deseando engullírmelas todas abro el microondas, dejándolas calentar allí, al menos dos minutos más.

—¡Am! —La llamo.

—¡Dime ricitos! —Grita.

—¿Qué llevo de beber? —Indago pidiéndole a Dios porque no se haya empecinado en hacerme consumir alcohol.

—¡Puse a congelar el vino linda! —Responde destruyéndome las esperanzas, ruegos, súplicas reiteradas. —¡Pero para ti! —Añade divertida, —compré zumos del que gustes o refrescos. Elige el que quieras del refrigerador. —Nuevamente la sonrisa vislumbra en mi rostro y aplaudo feliz ante el dato.

—¡Gracias! —Chillo cuál infante que se le ha regalado una golosina. <<Una golosina que rara o nula vez prueba.>>

Sirvo en dos vasos: batido tropical y licor merlot; y recurriendo a los malabares para no caer de bruces al suelo me encamino hacia la sala, siendo el matiz vocal estruendoso de ella que frena inmediatamente el trajín.

—¡Por favor! —Gruño agradeciendo que nada terminó regado en el suelo.

—¡Es que lo encontré! —Festeja victoriosa. —¡Encontré al jodido David Henderson! ¡Bendito Google y páginas de cotilleo!

Palidezco apenas oír aquello y acercándome temerosa deposito la preparación al lado de Ámbar.

—Y qué... ¿Qué dice? —Pregunto vacilando.

De repente un manotazo furioso va a parar de lleno contra el monitor y no puedo más que observarla azorada.

—¡Hijos de puta! —Maldice rabiosa., —¡Puto Google y páginas de cotilleo!

—Bien, no sé si preguntar qué ocurre, o huir lejos tuyo. —Murmuro impresionada, reprimiendo risas dementes y fingiendo impacto.

—El maldito empresario vitivinícola ha clausurado cualquier sitio web dónde pueda develarse datos de su identidad, vida privada o temas extras a la producción del licor. —Refunfuña leyendo lo que aparenta ser un pequeño artículo, que explica el porqué de la prohibición. —¡Puedes creer con éstos sujetos y su vida hermética!

—Yo no lo veo mal. —Susurro tomando una tortilla y doblándola por la mitad, —Es escabroso no saber de él, pero en cierto modo lo prefiero. Me gusta esa actitud pues indica que será extremadamente reservado conmigo si la negociación llega a buen puerto.

Aparta las retinas del apartado informativo y me fulmina admirada.

—¡Caramba! —Felicita radiante, —¡Aprendes rápido!

El rubor tiñe poco a poco mis mejillas y carraspeo para no atragantarme con la cena.

—Sólo decía... —Me defiendo.

—Igualmente no te preocupes. —Intercede encaprichada a saber más, <<aunque sea mínimo>>, del adinerado sujeto. —Siempre por algún lugar la información acaba filtrándose.




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