Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO ONCE

ACTUALMENTE;  11:55 AM

 

"Hay que correr, bailar, disfrutar y reír. No te tomes la vida tan en serio... Al final nadie sale vivo de ella".

Relamo los labios resecos, en cuestión de segundos resquebrajados, producto del nerviosismo, y obedezco la orden del sujeto impasible. Adelanto dos pasos al interior de un grandísimo despacho y cierro la entrada en el más absoluto silencio.

—Seguro. —Suspira entre ronroneos.

—¿Pe-perdón? —Tartamudeo con el corazón latiéndome en las cuerdas vocales.

Gira media vuelta la silla de color crema y por primera vez me veo frente a frente con ese hombre más que sensual, más que atractivo, más que imponente... Misterioso.

—Que le pases seguro... Charlotte. —Repite masticando mi nombre. Tanteando la punta de un bolígrafo sobre la mesa brillante, sin dejar un solo instante de observarme.

La saliva desciende forsoza por mi garganta y vuelvo a acatar su pedido. Con dedos temblorosos, temiendo un ataque de ansiedad, o una mala pasada del subconsciente impido a cualquier individuo ajeno a la oficina presidencial, ingresar antes de obtener la afirmativa.

—Eso es. —Masculla el matiz vocal más grave, rasposo, que cuándo le oí a través del teléfono. —Ahora ven. —Decreta serio, escudriñándome de pies a cabeza complacido. —Siéntate. No dejes que mi semblante te cohíba. No pienso morderte. —Una sonrisa traviesa y frívola le surca las facciones, al igual que varias arrugas consecuencia de la edad acertada por Ámbar. <<¡Apuesto lo que sea, a que David Henderson lleva de excelente forma sus cincuenta años!>>

No obstante, la creciente inquietud instalada en las entrañas no engloba al aspecto físico, o edad del empresario., de una forma extraña, la mención., esa marcada oración, me provoca oleadas de familiaridad, de vagos intentos de asimilar que a alguien, le escuché decir exactamente lo mismo.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla. Considero murmurarle mi nombre o apellido a modo de presentación., pero entiendo que resultará en vano y un absoluto fracaso.

<<Jamás imaginé que semejante escena me causaría tanto pánico y pavor. Tanto terror consecuencia de la panorámica de hombre distante que tengo delante.>>

De sujeto que difiere muchísimo a lo que suponía de buenas a primeras.

—¿Podrías... Acercarte bebé? —Pregunta mordisqueando la tapa de la pluma. Fulminándome con sus ojos grandes, caoba, llamativos. —¿y girar para mí? Quiero verte mejor.

—Sí... —Musito acortando totalmente la distancia que me separa del escritorio y volteando en lentos círculos con una elegancia que agradezco, se hiciera presente.

—Excelente... —Viborea casi imperceptible. —Eres perfecta. —Sentencia levantándose del trono presidencial, apretando delicadamente mi brazo para cesar el desfile personal que llevo a cabo y obligarme a verle. —No te imaginas el placer enorme que siento. —Añade ladeando una mueca torcida., experimentada., típica de los individuos que todo lo tienen: inclusive lo que sea y lo que se les antoje.

—Gracias. —Respondo cubriendo la incertidumbre, el miedo, la vergüenza con un largo manto de hipocresía. Repitiéndome mentalmente los consejos de Reggins. —Gracias señor Henderson.

—David. —Corrije oprimiéndome la mano entre palmas cálidas, al doble que las mías. —Llámame David, bebita. Olvidemos los formalismos si pretendemos llegar a un buen acuerdo.

Intento reprimir la inquietud que su forma de hablar ocasiona. El contacto más que amable, decidido, seguro, acorde al hombre que es: un hombre que sabe lo que quiere.

Y me quiere a mí.

—Genial. —Gesticulo serena. Sorprendidamente serena. —Entonces por favor dígame... Dígame de qué va ésto. —Pido solemne., haciendo acopio a las fuerzas de voluntad que advierten, me mantenga sentada, erguida y siga las sugerencias de Ámbar., las mismas de provocarlo un tanto, para así llevar las riendas de la tertulia a mi campo de batalla.

—Sencillo, Charlotte. —Sisea alzando una tupida ceja oscura como lo es su cabello de raíces plateadas. —Mutua conveniencia. —Alude retornando al cómodo asiento monárquico., apoyando ambos codos sobre el buró y enlazando los dedos. —El punto de inflexión aquí eres tú... Bebé. —Levanta el mentón dominante y sentencia: —¿A qué estarías dispuesta? ¿Cuáles son tus límites? Si los tienes.

La saliva se atora en mi tráquea y mis retinas acaban dilatándose al extremo, semejante declaración efectivamente no me la veía venir.

<<Ni de puta mierda., me la veía venir.>>

Deslizo la mirada por el mobiliario que conforma ese despacho tan grande como la contrariedad que me embarga. La sensación frustrante de no saber qué contestar, y hundirme en un océano de hipótesis a lo que se me es cuestionado.

No sé siquiera si tengo límite alguno., mejor dicho, ni idea de a qué límite se refiere, si en la vida nunca besé a nadie.

Siempre ocupada, ayudando a mamá, a papá y su adicción por el alcohol., a Liam y sus exámenes., a Christopher y sus rasguños tras corridas por el jardín, a Alexandra en darle el biberón a su muñeco bebé., a Ámbar y sus retóricas diarias de amores no correspondidos, relaciones destrozadas y exámenes reprobados.
Siempre atestada de responsabilidades y, luego... Luego de cargas. Llena de sueños románticos que jamás llevé a la práctica, siendo así que la respuesta no puedo brindársela. No sin verme patética, causarle carcajadas o pena.

Sencillamente ansío esperar a que él, dé el primer paso en la incursión a algo que ya no es tabú, pero que para mí es un bochorno auténtico: Mi rutina sexual.

Le doy vueltas al asunto mientras permanezco sentada en el amplio despacho de un sujeto, quién taladrándome con sus inmensos faroles caoba, tantea los dedos sobre el robusto escritorio y me regala miradas desbordadas de expectación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.