Intento mediar vocablo alguno, a lo que declara con tanta vehemencia pero no puedo.
El impacto de sus palabras me dio de lleno como un golpe a knock out silenciándome de pies a cabeza.
—¿No piensas decir nada, baby? —Escupe repentinamente sombrío, adoptando una postura atemorizante, y más que pregunta sonando a advertencia.
—Que no lo entiendo. —Balbuceo ahora sí, terriblemente arrepentida de haberme metido en las fauces del león. —Usted oculta algo y, si pretende que firme éste contrato, deberá confesármelo.
Carcajea cruzándose de brazos y niega con poderío, demostrando quién manda, quién lleva las riendas de la tertulia y aplastándome con esa apabullante presencia que impone.
—¿Por qué piensas, que diré más, de lo que verdaderamente te concierne?
—Tú dependes...
—Te equivocas. —Corta rápidamente. —Mutuo beneficio linda —Corrige—. A diferencia de que yo pago el servicio.
Estrujo las manos, hincándome las uñas sobre las palmas, y oleadas de desagrado hacia David Henderson me inundan. Está no solamente humillando, sino también mancillándome. Y no me gusta. ¡Odio semejante situación!
—Bien podría destrozar el papeleo de mierda, e irme de aquí. —Declaro concluyendo la conversación, retirando la silla para abandonar el despacho, ya decidida a no verle el rostro jamás.
—Pero no lo harás. —Destila venenoso, siendo innecesario agarre alguno que me detenga, pues su oración cargada de frialdad y cinismo me congeló hasta las entrañas. —Indudablemente, no lo harás.
Sujeto con fuerza el borde del sacón abierto que intentaba colocarme y, agacho la cabeza rabiosa.
<<¡Vaya si las apariencias engañan!>>
<<¡Quién apostaría a que David Henderson resultaría el más grande capullo de todos, viéndole personalmente!>>
—Grave error el suyo: afirmar por los demás. —Siseo seria.
—¿Por qué si estoy cumpliendo tu deseo? —Dice evidenciando el matiz ronco, complacencia al notar que con ninguna sumisa se ha topado. —Lo que tanto querías.
—¡Ni puta idea tiene de lo que yo quiero! —Bramo girando el perfil, mirándole de soslayo y reprendiéndome tras hablar así, de forma grosera.
—¡Claro que sí! —Asevera acortando la distancia que yo misma me encargué de imponer. —Bebé. —Ronronea apresando con suavidad mi brazo. —Saldarás las deudas de tu hogar., emergerás de las profundidades que una estabilidad económica nula te proporcionan: todo sin que yo ponga un solo dedo sobre tu piel., y eso, —puntualiza repentinamente amable, —era por lo que rezabas después de haber recibido mi llamada, ¿verdad?
Doy la vuelta completa para quedar nuevamente frente a él —De... ¿Dónde ha sacado...
—Yo no creo en las casualidades, y tú tampoco deberías creerlo.
—¡No puedo seguir con ésto! —Exclamo —Lo lamento., no confío en usted.
—Por favor... —Suplica destruyendo cualquier indicio de frivolidad., viéndose vulnerado ante la desesperación de escapársele la única posibilidad, que parece poseer. —Llévalo —Pide refiriéndose al folio que dejé acomodado sobre el escritorio. —Léelo cien veces si gustas. Ponle cuánta pauta prefieras pero por favor, ayúdame.
Las frases repletas de angustia calan hondo en mi cerebro y tomo la mano del atormentado daddy azucarado.
—Lo haré si me explica. —Murmuro acariciándole atrevidamente los nudillos. —Si me dice porqué ese afán de permanecer virgen hasta que el contrato concluya. Porqué si no quiere tocarme, nadie más debe hacerlo. Porqué sus amenazas de demanda si lo incumplo.
—Charlotte —Espeta—: Tu madre.
Parpadeo asombrada, gracias a la mención de Samantha, y el corazón otra vez brinca agitado.
—¿Qué sucede con ella? —Indago desconcertada.
—Está enferma, ¿verdad?— Asiento despaciosa a modo de respuesta, y él prosigue, —Entonces si un día descubrieras que debes recurrir a medidas extremas... Como ahora, para salvarla: ¿Qué harías?
—Me destrozaría el ego, pero terminaría cediendo. —Contesto reconociendo que su técnica de manipulación, ha funcionado a la perfección.
—Pues nos entendemos. —Recita tajante, conteniendo la vulnerabilidad que se cuela por cada poro de su piel trigueña.
—¿Me... Quiere a mí, para salvar a su madre?
Niega.
—Necesito tu complicidad. —Corrije, —Porque yo Charlotte, estoy haciendo exactamente lo mismo que tú. Destrozar mi ego, para salvar a mi familia.
—¡Dios! —Jadeo procesando la información codificada que ingresa por mis oídos, sin obtener una conclusión acertada. —Intento comprender y le juro., me es imposible.
—Sólo dame tu compañía bebé. —Insiste recobrando la compostura, —Sólo tu compañía y limítate a seguir al pie de la letra la cláusula, que las respuestas llegarán luego.
—No. —Advierto cortando el roce, visualizando su semblante de nuevo autoritario. —Nada de ésto me convence.
—No tiene que convencerte. —Masculla obligándome a tomar el cheque y también el documento. —Simplemente beneficiarte... ¡Piénsalo! —sugiere recurriendo a lo que tanto aborrezco: el chantaje. —Me encargaré de brindarte empleo como mi secretaria personal. Uno que disfrace perfectamente la tarea sencilla que desempeñarás. Brindaré las mejores referencias laborales, y te ayudaré a crecer costeando becas universitarias y diplomas extras, que puedan catapultarte a la cima de la abogacía. —Hace una pausa disfrutando el silencio que mi mutismo genera y, continúa, —Instalaré a tu madre en la más exclusiva clínica médica, donde lleven a cabo los tratamientos adecuados sin reparos del dinero a gastar. Saldarás deudas hipotecarias chasqueando los dedos, Charlotte. Servirás a la mesa el manjar que gustes, y tus hermanos... Tus tres hermanos, nunca más sabrán lo que es sentir hambre.