Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TRECE

—Yo... Yo... —Tartamudeo embriagada por el perfume dulce que usa, —Gracias. Pero ni creas... —Hago una pausa, y escucho las risas secas, cortas que emanan de su garganta. Está burlándose de mí, —¡No soy una princesa! —Refunfuño intentando separarme cordialmente de la anatomía robusta, cálida, impresionante... En vano. Totalmente en vano puesto que cientos de estudiantes abordan el pasillo y a duras penas me permiten respirar.

—¡Cómo digas! —Carcajea entretenido tras alimentar su ego de macho rescatista por segunda ocasión, llevando contadas simples horas., —Pero que conste; eres tú la que siempre está metida en líos.

Parpadeo asombrada ante la acusación, y la fricción de nuestros cuerpos aumenta producto del trajín estudiantil., tanto así que no sé en qué momento el mío acabó apresado entre los casilleros universitarios y la figura altísima, ejercitada de Niko.

Es la primera vez que un chico se me acerca tanto, que la proximidad de una piel suave, un torso y brazos duros despiertan oleadas de bochorno, de vergüenza o timidez. 
Honestamente, el aliento a tabaco y golosinas aroma naranja golpeándome las facciones, y la anatomía cubriéndome, e incluso prohibiendo escape alguno, desencadenan que los instintos dormidos de mujer, empiecen a despabilarse. 

¡Pues ya ha sido suficiente durante el día! Demasiado para una chica aislada del mundo masculino verse ahora envuelta en la labia de un atractivo y veterano sujeto., o aprisionada por otro tal vez treinta años menor.

—No es culpa mía que merodees a mi alrededor. —Escupo removiéndome, buscando zafar, y logrando únicamente rozar el muslo en su rodilla vestida de deportivo gris., tornando así la escena a ojos extraños, como totalmente inapropiada.

—¿Merodear? —Pregunta disfrutando al máximo el hecho de sacarme de las casillas. —Te rescato galantemente, ¿y me llamas merodeador? Evito que rompas tu linda cara de muñeca, ¿y me lo agradeces de ésta forma? —Niega falsamente ofendido y aquel semblante que recuerdo de Niko distante, frívolo, en cierto modo insoportable nada se le parece al que tengo delante. —¡Qué cruel! —Encogiéndose de hombros, y desestimando la exigencia mía por separarnos, posa ambas extremidades a los lados de mi cabeza e inclinándose sentencia, —Aunque como dije., no me interesa. No soy un caballero.

—Me doy cuenta. —Murmuro intensificando la serie de movimientos con objetivo a la libertad. —Realmente, me doy cuenta.

—¿Qué pasa, Charlotte? —Cuestiona aumentando la presión ejercida, impidiéndome correr lejos del hombre endiablado, arrogante y por mucho que él niegue: caballeroso. —Podría apostar que... Sientes nervios.

El calor al oírle hablar me invade. La temperatura corporal se eleva, y una sensación que nunca había experimentado., un estremecimiento más fuerte quizá, que el minuto dónde el daddy macabro besó mi mejilla se apodera de mi sistema.

Es inquietante y me gusta. Me gusta tener al individuo atractivo, soberbio, salvador, acorralándome entre metal y piel. Entre casilleros y músculos con aroma a perfume, a loción de afeitar, a vicios y misterio.

Él, que me sonríe de la manera que obvió anoche. Ya no con precaución, desagrado o enfado... Sino como quién pretende comenzar una cacería de la que sabe, podría resultar victorioso.

Lo sé porque sus retinas verdosas, veteadas de un tono caoba, similares a las del más peligroso felino, brillan., relampaguean debido a la diversión que le genera ésto. Ayudarme pero a fin de cuentas comportarse como lo que realmente es: un hombre.

Un sujeto que de buenas a primeras, sin pensármelo demasiado me gusta. Me agrada el cosquilleo que corroe por mis venas al verme envuelta en histeriqueos y, juegos de seducción.

Me encanta observar su rostro bien definido, la barba tonalidad caramelo, al igual que el corto cabello peinado a la moda, o la sonrisa ensanchada, de dientes blancos, perfectos.
Me cautiva la pequeña inscripción hecha de tinta negra que le surca la clavícula, dejándose ver a través del cuello en v de la camiseta, y mostrando un sencillo monosílabo de dos letras: <<Fe>>.

Inclusive el enorme tatuaje del brazo también es exótico, atrevido por más que aborrezca la idea de manchar la tez con jeroglíficos permanentes.

¡Ni hablar las venas azuladas que se marcan en sus extremidades!, los dedos extendidos, delimitando cierto territorio geográfico, o el aliento acaramelado que me golpea los labios cada vez que una frase emana de las graves cuerdas vocales.


—Yo no estoy nerviosa. —Respondo luego de un breve análisis visual. —Nunca. —Miento., declarándome una gran hipócrita de primera, porque la mentira se convirtió en mi plato diario desde hace bastante tiempo ya.

—¿Puedo confesarte algo? —Indaga largando risadas bajas, roncas, idénticas a las de anoche cuando viajaba en su automóvil. —¿Me lo permites?

—Adelante. —Insisto adoptando el mismo tono vocal., mirando de refilón de tanto en tanto si los corredores permanecen libres de tránsito denso, o al menos buscando a la morena que pueda rescatarme del momento confuso, y acalorado.

Yo creo que sí eres una princesa. —Sisea fulminándome con las retinas hipnóticas. —Rapunzel, particularmente. 

Parpadeo agitada, Samantha varias veces utilizó esa comparación y el hecho de que un extraño, un completo desconocido también lo mencione, me descoloca.

—Una valiente y hermosa princesa que no se atreve a tomar las riendas por ella misma. —Suspira con seguridad y añade —: Entenderás que no existen príncipes, ni rescatistas, ni caballeros, Rapunzel, que acudan en tu ayuda todo el tiempo. —Toma una leve, casi imperceptible distancia., notando mi silencio ante el asombro puntualiza levantando una ceja. —Por ello te repetiré que sí sientes nervios. Te carcome la inquietud. —El gesto arrogante se tuerce y ladea media sonrisa arrogante. —No muerdo, para tu tranquilidad. Pero podría hacerlo si quisieras.




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