—Qué... ¿Qué fue lo que dijo? —Pregunto cerrando las manos en puños. Procesando letra por letra cada palabra emitida de su garganta.
Carraspea girando la silla de piel en que se encuentra monárquicamente acomodado y observa la bulliciosa cuidad de Washington desde el último piso de la torre más alta.
—Nada. —Responde simplemente., detonándome la rabia contenida. Esa furia invasiva que llevó reprimida desde hace años y que ahora, ante el cúmulo de eventos negativos e injustos no logro controlar. Menos aún cuándo claramente le oí murmurar acerca de mi madre., lo que nunca se debe decir: Jamás desearle la muerte a nadie.
Pues Sam siempre lo asegura: "Las oraciones de burros constantemente llegan al cielo."
¡Y estoy tan vulnerable respecto a tal situación, el panorama poco alentador y mi progenitora débil, postrada en la cama de un sucio hospital, que el resentimiento del hombre azucarado, no lo quiero tolerar!
—¡Le pregunté qué dijo! —Repito entre mascullas, acercándome a dónde él se encuentra plácidamente sentado, indiferente, impasible. Colocándome delante y mirándolo desafiante.
Éste macabro tipo sacará lo peor de mí, es elocuente., y no me gusta la sensación placentera de dejar salir la miseria, plantármele con carácter., o comprender que de a poco mi nobleza y sumisión van quedándose rezagadas, y la nueva Charlotte dispuesta a no callarse empieza a hacerse presente.
—Pues te responderé dichoso. —Sisea esbozando una sonrisa ladeada que no denota sus piezas dentales. Que por algún motivo no me resulta amable como las que supo regalar el primer día, sino al contrario, es totalmente maquiavélica y fiel ejemplo del lobo con piel de cordero. —No te incumbe. Y como no te incumbe, —Recita levantando la mano derecha, alzándola a la luz y observándose embelesado los anillos seguramente costosos que le adornan las falanges, —no le encuentro sentido a hablar nimiedades.
—¿Nimiedades? —Viboreo apuntando el dedo índice hacia el rostro deslumbrante del veterano daddy del infierno. Ese que muestra una plateada barba incipiente y facciones tenuemente arrugadas, bien llevadas para sus cincuenta años. —¡De ninguna manera son nimiedades! —Exclamo alterada. —¡Yo le escuché! ¡Muy bien escuché lo que dijo de mi madre!
Chasquea la lengua y las retinas caoba, adornadas de tupidas pestañas, enmarcadas en unas perfectas cejas oscuras, me analizan a fondo, de pies a cabeza —Deliras bebita. Creo que no sabes siquiera de lo que estás hablando. —Palmea su regazo de forma atrevida, asegurando que me toma el pelo. Se ríe a diestra y siniestra de mí. De todo lo que últimamente viene aquejándome y que a él parece causarle un divertido, casi morboso placer. —¿Por qué no vienes con papi, —inicia burlesco, hiriente, rebajándome a lo que efectivamente soy: su puta. —te sientas aquí. Leemos el contrato, me preguntas lo que desees y dejas los dramas de niña rebelde que no te servirán conmigo? —La burla desaparece de su cara, y otra vez el semblante sombrío, cuál evidencia lo bien actuada que trae cada emoción, aborda, —Porque Charlotte., soy un hombre grande ya. No como esos pubertos universitarios, influenciables ante los caprichos femeninos. —Suelta varios suspiros sentenciando altanero, dominante. —Aunque tu orgullo impida hacértelo reconocer., te tengo en la palma de la mano. Y no quedará de otra que acatar lo que yo quiera o decida.
—¡Se puede ir a la mismísima mierda! —Escupo embravecida, hincándome las uñas en la carne blanda de mis muslos y palpitando no sólo nervios, sino también impotencia. Rabia inmaculada al aseverar que David Henderson es manipulador, pero más que ello, despreciable. Que en cierto modo Samantha tenía razón, él no resulta trigo limpio. —¡No firmé su puto convenio ni calculo firmarlo! —Rodeo el amplio escritorio y enfurecida marcho a la puerta que me separa de la catástrofe, de las consecuencias graves que actuar sin pensar puedan provocarme.
—Nuevamente te equivocas. —Dicta gélido, deteniendo la huida. —Mi bebita mal hablada, de disfrazado carácter endemoniado, nuevamente estás equivocándote.
Acaricio el pomo de la entrada imaginando que mis dedos son cuchillas y la madera, el cuello de David dispuesto a ser rebanado.
—¡Usted está mintiéndome! —Corrijo de espaldas a él. —¡Conoce a mi familia desde hace tiempo ya! ¡Odia a mi progenitora! Y Samantha lo odia con fervor. —Giro lentamente el perfil y miro de soslayo al inescrutable daddy azucarado. —Me tenías en vista mucho antes de que enviara los datos vía web. —Anuncio olvidando formalismos o cordialidad. Espetando conjeturas que no me detengo a reflexionar. —Eres un tipo macabro. Que goza, de lo que me sucede...
—Ya fue suficiente. —Corta autoritario, orillándome a parpadear sorprendida. Asombrada puesto que es la primera ocasión donde me voy de lengua.
—¡Suficiente y una reverenda huevada! —Grito desencajada, debido a la serie de insultos que brotan sin pedir permiso. —¡Me largo! ¡Me voy al carajo, no me importa!
—Me debes Charlotte. —Vuelve a interrumpir serio, golpeando metódicamente en una melodía desconocida, los nudillos sobre el escritorio. —Me debes cincuenta mil., y me deberás la vida de tu santa mamita también. Entonces, por tu propia voluntad permanecerás aquí, besándome los pies si te lo exijo.
De pronto siento palidecer y moviéndome despaciosamente vuelvo a quedar frente a David Henderson.
—Sí; no me mires así. —Añade cerrando la mano en un puño, sosteniéndola contra el mentón bien perfilado. —La amabilidad no es lo mío., pues evito realizar obras de caridad. —Bosteza falsamente aburrido y escuchando el sonido de un cajón abrirse, quita un bolígrafo, enseñándomelo desde la distancia. —Vendrás, estamparás tu firma, aclararemos ciertos puntos y luego, resarcirás éste error tras faltarme el respeto de tan vulgar forma. No tolero las bebitas groseras. Les resta femineidad.