NICOLAS
Apoyo la cabeza contra la pared, anhelando dármela de lleno en ella. Golpearme cientos de veces hasta sangrar, tras reconocer las incesantes huevadas que le dije a la tímida rubia., la constante damisela en apuros.
<<Hombre de impulsos.>>
¡Yo no soy hombre impulsivo!, nunca necesité de impulsos para conquistar a una mujer. Simplemente si me gusta, la tengo, y punto.
Sin tanta complicación, pues así es el mundo: directo, frontal, efectivo.
—¡Pero qué idiota! —Me reprendo luego de verla desaparecer por el pasillo.
Genuinamente, un imbécil. Un tonto mujeriego que menciona mordidas, como quién se devora una tarta. O insinuaciones de juegos entre gato y ratón., o jefe y empleada cuándo lo cierto es que la cohibida ricitos de oro se está convirtiendo en mi objetivo fijo.
Ella que desde hace un par de días la veo por doquier.
En todos lados.
Constantemente.
Y aunque reconozco, jamás opté por las mujeres inexpertas, tímidas, indiferentes., con Charlotte resulta distinto.
Quizá sea esa situación de riesgo en la que la encuentro cada vez que nos topamos.
Desde los asquerosos cerdos inmundos que buscaban propasarse de mil maneras, hasta el incidente de un café del que desconocía, el método de preparación.
Tal vez el ligero toque de inocencia, de pureza en ella es lo que me cautiva.
Porque sí, siempre gusté de reconocerlo todo sin filtro alguno, y ésta ocasión lo amerita: asumir el hecho de que la rubia de largo cabello brillante, piel tersa, y ojos celestes me tiene cautivado.
O loco, y corriendo el riesgo de castración por parte de Natasha cuándo anoche en la cama, se me escapó llamarla Rapunzel.
¡Ya no lo sé., pero ambas teorías las acepto complacido! Y aunque acabo jactándome de no ser un ridículo caballero, rescatar a la princesa generalmente metida en líos me fascina. Me encanta aún más el hecho de no dejarse engatusar fácilmente por un amante de la conquista., notarla también, en el limbo perfecto, que no sabía, podía llegar a atraerme tanto en una mujer: ese exacto de la timidez y la exhuberancia. La chica que puede ser tan fría cuál cubo de hielo, o tan candente cuál volcán en erupción, dependiendo de cómo se la trate. ¡Y joder que yo quiero descubrir cómo tratarla!
Más allá de que me condecoro un gran mentiroso, pues jamás fue de mis preferencias involucrarme con colegas laborales., necesito descubrir cómo tratarla. Acercarme, conocer el porqué de sus lágrimas, el motivo de sus silencios pensativos, y él., ¡porqué mierda trabaja exclusivamente para él!
Relamo los labios y paso reiteradas veces las manos sobre el corto cabello. Aspiro la fragancia del dulce perfume femenino que todavía permanece en el aire, justificando entonces no haber marchado a mi oficina: ¡el aroma a fresas es delicioso!
Toda Charlotte es exquisita. Y la atracción resulta imposible de evitar. No puedo controlarlo., o no deseo hacerlo.
Si su cuerpo, su mirada, su rostro de muñeca me lleva de las narices aún ella desconociéndolo. Honestamente me deja atontado, añorando encontrármela a cada instante y no menos importante, ayudándome a olvidarlo todo.
En resumidas cuentas, gracias a Rapunzel y la preciosidad que engloba, lo olvido todo. Absolutamente todo., hasta consumir.
—Pichón. —Susurran tocándome el hombro, e instándome a largar unas cuántas maldiciones.
—¡Por la mierda Orianna! —Mascullo hundiendo las manos en los bolsillos, escapando muy lejos del roce suyo. Hace mucho tiempo ya que aborrezco los cariñitos, o mimos empalagosos, exagerados. —¿Qué estás haciendo aquí?
La castaña de aura imponente, casi amedrentadora alza una ceja.
—Quería preguntarte exactamente lo mismo. —Objeta odiosa. Ávida de información, —¿O es que se te perdió algo en el pasillo? —Añade suspicaz.
—Si viniste a joderme, te puedes ir al grandísimo carajo. —Viboreo harto de su persecuta conmigo. Tratándome como un infante de seis años.
—En realidad buscaba solicitar una extensión de la tarjeta. —Dicta batiendo las pestañas maquilladas, tupidas, que ponen el mundo a sus pies cada vez que así lo quiere. —Organicé con Daysi una salida de fin de semana a las Islas Margaritas.
Ladeo la cabeza sorprendido ante las palabras de la desquiciada y niego —¿Por qué mejor no te consigues un empleo? —Sugiero mordaz. Indicando que despilfarrar dinero indiscriminadamente no fue lo que mamá nos inculcó toda la vida. —Eso de que estés succionando efectivo, gastándolo en pura gilipollez me saca de quicio.
—¡Vaya Nick! —Rechista cruzándose de brazos altanera. Ofendida ante semejante acotación —¿De malas? —Curiosea achinando las orbes. —¡Apuesto que la nueva secretaria no te ha dado siquiera la hora! ¡Dicen en recepción que es bastante bonita!
—Más que simplemente, "bastante bonita". —Gruño irritado.
—¡Ajá! —Alude victoriosa, —¡Es la secretaria!
Chasqueo la lengua y doy la vuelta en dirección contraria a donde Charlotte desapareció.
¡Mujer odiosa si la hay: esa es Orianna Henderson!
—¡Pichón! —Chilla siguiéndome el paso. Decidida a desintegrarme el cerebro con sus retóricas o burlas que no anhelo escuchar. —¡Te gusta la nueva secretaria de...
—¡Ni lo menciones! —Amenazo frenando en seco a mitad de pasillo. Alzando el índice hacia las facciones armoniosas suyas, observándola cabreado. —¡No es su secretaria, sino una empleada de la firma! Punto. —Reanudo el trajín pisando fuerte. Resonando los mocasines contra el pulido piso, estrujando los bolsillos de la chaqueta.
Muerdo el borde inferior y deteniéndome frente al ascensor miro de soslayo a la insistente mujer del infierno. —Déjame por una puta vez en paz.
Las puertas se abren y presiono el botón de la planta que le antecede al pent house presidencial.