Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO VEINTICUATRO

—¡Gracias al cielo Ámbar! —Exclamo respirando. Finalmente respirando con cierta liviandad luego de saber que Sam está estable. Delicada pero momentáneamente fuera de peligro. —No te imaginas el peso del pecho que me acabas de quitar con tus palabras.

—¡Creo que atravesamos la misma situación!, —confiesa entre risitas escleróticas. Esas que delatan a la morena, cuándo varias horas sin dormir se hacen presente. —Los médicos aseguraron que estará varios días en observación Charlie. —Suelta bufidos agotados añadiendo: —La enfermedad es crónica. Y bastante inestable.

—¿Cro... Crónica? —Musito retirando la taza de la cafetera, cerciorándome de encontrarla en su temperatura correcta (Una que le vaporice la lengua a David Henderson) —Por... Porqué crónica.

—El diagnóstico dicta de ser curable, no obstante Samantha resulta blanco fácil a padecerla nuevamente en un futuro...

Estrujo la puñetera asa de cerámica gris y pisando fuerte, abandono el hall de descanso. Ya no pienso en huevadas como el odioso trato del daddy azucarado, o el acecho de Niko. Ahora, realmente, inhalo profundo e insisto a Reggins continuar, porque asumo que lo peor todavía no lo he escuchado.

—Dilo. —Pido taconeando pausadamente hacia el despacho presidencial, y cruzándome en el trayecto con la mencionada visita de despampanante porte.

La ojeo fugazmente, y ella a mí, con una familiaridad y lástima que durante breves momentos me saca de contexto.

—Eso. —Carraspea Am., —Sami tiene buenos pronósticos, recurrirán a altísimas dosis de corticoides, según el parte médico...

—Pero... —Insto nerviosa. Frenando en el marco de la oficina del infierno.

—Pero si hay una recaída... No existirá milagro que valga Char.

—¡Dios! —Exclamo intentando disimular la angustia.

—¡Sabía que no debía decírtelo!

—Apenas salga voy para allí. —Anuncio ahogada de tristez, de enorme pesar. 

—No he podido ver a tu madre, enana. —Responde en un tono de voz cansado, adormilado. —Aunque estoy segura que te suplicaría el no desatender a los demonios.

Relamo los labios: mis hermanos. Tiene toda la razón.

—Termino el jornal una hora antes de que ellos acaben el turno escolar. —Reflexiono. —Iré., necesito ver cómo está. Luego recogeré a los renacuajos. Lo que menos anhelo es que cualquiera de los tres se angustie más de lo debido.

—Excelente. —Anuncia entre bostezos. —Yo marcharé a casa y volveré en la noche no te preocupes. La universidad ésta semana podrá esperar, no tenemos exámenes y el denso de Carlo no pisará Washington sino hasta dentro de catorce días.

Abro la boca estupefacta.

¡Llevo dos días de inasistencia!

¡Debo acordar un horario laboral con el daddy que me permita estudiar, y encima retornar a la horripilante cafetería para presentarle a Giselle mi renuncia escrita! 

—Charlie... —Sisea Ámbar devolviéndome al tedioso planeta Tierra.

—Perdón. —Me disculpo. —Debo colgar. —Anuncio deseando salir del edificio y correr., volar a donde Sam.

—Bien amiga. —Concuerda. —Dudo que nos veamos., pero estaremos en contacto. Ansío saber qué tal tu primer día.

Resoplo esbozando una imperceptible sonrisa, haciendo un recuento mental de lo que aconteció —Pues a modo de adelanto, Reggins: —recito, —una enorme locura.

—¡Ah caray! —Chilla entusiasmada., vanagloriando su título de amante del cotilleo. —Te llamaré cuándo regrese a la clínica. No hay mucho entretenimiento durante la noche puesto que los enfermeros se encargan de Sami, y yo permanezco en la sala de visitas., privada sí, maravillosa, llena de lujos, pero sola y más aburrida que un hongo. —La pausa reina momentáneamente, sentenciando después de escasos segundos: —¿Cumplió su parte del trato?

Parpadeo. Sé de qué habla.

—Sí. Él se ocupará del trámite, y de abonar el dinero. —Pego el teléfono a mi oído mientras giro el pomo de la puerta. —Hablamos después: entraré al reino de satanás.

—¡Idiota! —Carcajea genuinamente divertida. —Suerte con eso.

Entorno el pórtico y finalizo la llamada tras poner un pie dentro.

—¿Todo en orden? —Cuestiona apenas se percata de mi presencia., con una frivolidad que me paraliza. Pues no hay indicio de ironía, o burla, simplemente distancia, gelidez... Desdén.

—Sí... —Balbuceo descolocada. Cerrando el roble y aproximándome a él para alcanzarle el café solicitado. —Mi mamá está relativa...

No me interesa. —Corta venenoso. Como si de repente otro daddy tuviese delante. Como si la conversación con la señorita cuya identidad desconozco, hubiese marcado un quiebre en su humor detestable, el mismo que esconde malicia pero que de a poco consigo sobrellevar. —Demoraste mucho y los excesos no me gustan. —Alza el mentón y trago saliva. La dureza con que soy observada me vuelve diminuta. —No te abuses de confianzas.

—Usted mencionó que podía llam...

—Sí. Sé lo que mencioné. —Interrumpe evidenciando el peor de los carácteres, mostrando así la fea manía de desquitarse en quién nada tiene que ver acerca de embrollos personales. —No obstante era una llamada, no la más extensa tertulia de amigas.

—No estaba de tertulia...

—¡Ya te dije que no me importa! —Gruñe estampando el puño contra el escritorio., orillándome a pegar un brinco del susto. —Lo siento. —Se disculpa, consecuencia de mi sorpresa, —Pero procura que no suceda de nuevo. Si te indico a., es a, Charlotte. No b ni c.

Asiento rápidamente y tragándome el malestar, enlazo los dedos de las manos aguardando alguna orden laboral qué desarrollar.

—Depositaré la cuota mensual, o cuánto tiempo tu progenitora permanezca internada. No te preocupes que el dinero estará cubierto. Por cierto., —añade profesional, —verdaderamente me urge que te hagas cargo de elegir el coche, y una nueva residencia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.