Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO VEINTICINCO

Su aliento cálido, mezclado con toques de golosinas sabor naranja humedeciéndome la piel, me quema. La nula distancia que separa ambos cuerpos, (el mío agazapado en el asiento., el suyo acechándome tremendamente experiente., sensual, y sobre todo, capaz de ponerme a merced del instinto) me cega, y no puedo pensar. No consigo hilvanar ideas que permitan lejanía, límites, sentido común. Porque literalmente es terrible lo que estoy haciendo., es caos, y romper las reglas. ¡Pocas horas llevo como una exclusiva prostituta de azúcar, o dama de compañía y ya ando cayendo en las redes masculinas de otro hombre, cuándo indudablemente no debe ocurrir algo semejante!

—Por favor. —Susurra entre dientes. Entre blancos colmillos que me rasguñan la tez a la altura del hombro desnudo, sujeto tan solo por una fina hebra blanca que conforma la camisa del uniforme. —Por favor Rapunzel, déjame al menos besar esa boca que no para de temblar.

Trago saliva y siento el corazón palpitar en la garganta. Los nervios, la excitación, las manos de Niko hincándose en mi cadera ya no brindan espacio necesario, con el cuál poner el freno correspondiente.

Nunca había estado en una situación así de fogosa, de íntima, de maravillosa... Y de prohibida.

De entender que aunque no puede pasar, la adrenalina corriéndome dentro aplaude complacida por la escena erótica, y peligrosa.

—Nicolas... —Jadeo cuando sus dedos se adentran en la tela de seda, y la faja de tubo negro. —Nicolas, no.

—No me llames Nicolas., —reprende moviendo las yemas en círculos, motivando a retorcerme gustosa, producto del contacto ya sin inocencia. —Me encanta cómo se escucha viniendo de ti, Niko. Dime así. Porque eres la única que sólo repetirlo unas pocas veces, logra calentarme. Desquiciarme.

—¡Basta! —Refunfuño recobrando lentamente la compostura. Congelando el fuego que empieza a instalarse en el vientre bajo buscando más que simples roces.

—Me tienes loco muñeca. Setenta y dos horas de auténtica locura. —Reanuda el trajín de besos a través del cuello, y definitivamente, no debo permitir que el verdadero motivo, por el que ahora estoy aquí se vaya al demonio.

—¡Basta! —Exclamo apartándolo con una frivolidad jamás vista en mí. —Si te digo no., es no. —Recalco obteniendo el efecto deseado: Niko distanciándose, y acomodándose en el asiento del conductor, con la frente recargada sobre el volante.

—¡Dios santo Charlotte! —Masculla ronco, avergonzado ante su arrebato. —Perdí los estribos, lo siento muchísimo.

Parpadeo un tanto arrepentida, considerando que quizá me excedí de pedantería. A fin de cuentas., yo di el visto bueno a sobrepasar los términos. 

—No te disculpes. —Digo alto, fingiendo ofensa aunque muera por reanudar lo pendiente y expresarle un rotundo sí. Sí quiero que me bese hasta las dudas., probar más de él porque su labia me encanta, su forma de estar siempre cuando lo necesito me fascina, y todo lo que él engloba, simplemente me cautiva.

Hoy comprendo que Nicolas aún enigmático, es el hombre que me atonta. El frontal, intenso, apuesto chico que despierta emociones fuertes, y un incendio lujurioso que de alguna manera ansía ser extinguido.
Efectivamente no representa el paradigma del que busco enamorarme, pues cada poro de su piel evidencia fanfarronería y la variedad de mujeres que se le habrán de desfilar por la cama., sin embargo resulta un sujeto tan directo, tan honesto en cuánto a sus deseos pasionales respecta, que decirle sí, sí, y más sí, para mí, conformaría un grandísimo honor.

Pero., lamentablemente ese pensamiento no cuadra. Otras son mis prioridades y el calentón del día no es una de ellas.

—¡Qué gran cretino! —Sostiene pasándose reiteradas veces las manos por el cabello. Como si estuviera desesperado., u oleadas de euforia, matizadas con culpa le inundaran de pies a cabeza.

—La verdad... Será mejor que me marche. —Anuncio estirando el anular hacia el manillar automático, impidiéndome la huida él, y sus dedos largos, tibios, suaves. —Algo tendrá que quedarte claro. —Espeto ladeando la cabeza a donde el rostro magnífico del gerente, me observa apenado. Adorablemente arrepentido, y exaltado. —No soy una mujer con la que te sacas las ganas, mientras tonteas en la oficina. Lo que ocurrió fue un gravísimo error, principalmente de mi parte. Somos colegas, —Anuncio enfatizando la frase, —de trabajo. Tú, el superior, con una relación qué respetar, y yo la chica que no está disponible para juegos de cacería.

—¡No! —Gruñe molesto, tomándome la muñeca totalmente negado a dejarme ir. —Fue un arrebato, pero no un error.

Alzo una ceja y lo analizo inquisitiva.

—Lo es. Así que si no te importa, me largo.

—¡No te vayas! —Pide ahogado. Confundiéndome los cambios de humor que atravesó en pocos minutos: lujuria, irritación, aprehensión. —Rapunzel no te haces idea de... Del oxígeno que representas para mí.

Frunzo el ceño y la contrariedad surcándole las facciones me conmueven. <<¡Maldito hombre con cara de cachorro abandonado!>>

Yo no te convengo Niko. —Afirmo, pactando el hecho de que deberá mantenerse lejos. Lejos porque no obtendrá nada de una mujer exclusiva de otro.

Yo tampoco Charlotte. —Asevera ésta ocasión petrificándome a mí. —Soy dañino., estoy... Estoy jodidamente podrido., en todo ámbito. No obstante, eres mi oxígeno y si dices que no te convengo, estamos a mano linda. ¡Quiero estar a mano! —Rechista caprichoso.

—¡No puedo! —Resoplo afectada por sus palabras. Reflexionando el que no lleva ni puta idea de la miseria que se desata un piso arriba, de donde posee su oficina.

—¿Tienes novio? —Pregunta insistente, —¿Marido?

<<Dueño. Eso tengo: dueño>>

—¡Claro que no! —Respondo evitando mirarle de nuevo.

—Entonces no existe impedimento, preciosa. —Dicta agarrándome el mentón. Obligándome a verle., y verme reflejada en sus retinas verdosas, profundas, que resguardan angustia, llanto reprimido y bronca. Un cúmulo de emociones que van más allá de la pasión. —Invertiré cada minuto en acercarme a ti. ¡Necesito estar cerca de ti, mujer!




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