—Si algo aprendí con el transcurso de mi vida —vocifero secándome las tediosas lágrimas —, es que las promesas nunca se cumplen. Por un motivo, o por otro., romperlas es el mayor placer del ser humano.
Enarca una ceja y tomándome suavemente la quijada., deslizando su pulgar en círculos desde el pómulo hasta el mentón susurra: —Si algo aprendí con el transcurso de mi vida, es a no mentir.
La saliva pasa con dificultad por mi tráquea. Una tortuosa parsimonia que acrecienta el pavor interior a atorarme, a no lograr respirar adecuadamente y todo gracias a ellos; a sus ojos. A los iris impresionantemente brillantes de Nicolas Cooper. Esa mezcla de jade y vetas caoba dilatándose a medida que las palabras seguras, creíbles, emanan entre tonadas roncas.
Dos perlas hipnóticas, así defino los ojos del cazador, rescatista y cautivador gerente general. Tan esmeraldas como la misma gema preciosa, tan avellanas como las castañas. Orbes que únicamente reflejan sinceridad.
Niko es del tipo de personas que en éste planeta hipócrita, mentiroso, embustero, faltan. Es honesto. Un aura que evidencia demonios, muchos demonios que él afirma poseer, denota transparencia. El que si quiere, quiere de verdad y lo demuestra., y si por el contrario, odia: ¡pues a prepararse para una guerra declarada!
—Yo no te conozco. —Dicto alejándome del contacto que recibo gustosa, pero considero una gravísima falta. —¡Dios Nicolas! —Exclamo buscándole el punto de quiebre a ésto. Anhelando no meterme en un lío tremendo del que después, ya no podré salir. —Vi tu rostro por primera vez hace tres días. ¡Sólo tres días! ¡Y me prometes semejante cosa!
Inhalo profundo siendo la opresión instalada en el pecho la que me impide respirar con normalidad. Ya no sé si consecuencia de la angustia, tristeza, o impotencia ante las jugarretas del destino, que aguadó verme enredada en las tretas de David Henderson, para ponerme delante un chico que me genera terremotos emocionales.
—Charlotte —Dice manteniendo el timbre vocal sereno, masculino, electrizante que pondría las bragas de cualquier mujer por las pantorrillas. —¿Acaso existe un manual que argumente tu pensar? ¿Leyes que afirmen, que por ser un desconocido no puedo brindarte una mano? ¿Una frase de aliento? ¿Un hombro en el cuál reposar si deseas llorar? —encamino el andar apresurado hacia el interior de la soberbia y distinguida clínica hematológica, sintiendo la mirada suya desintegrarme los omóplatos. —Yo estaré muy jodido, Rapunzel pero tú., no te quedas atrás. —Freno en seco inmediatamente le escucho pronunciar aquello y lo observo molesta. Giro vuelta entera dispuesta a confrontar la acusación que mucha verdad lleva., y que de ninguna forma reconoceré. —No te enojes. —Continúa equiparando el paso, situándose a un lado erguido, con ambas manos hundidas en el bolsillo de los pantalones, mirando al frente falsamente desinteresado y absorbiendo él, las miradas del elenco femenino allí presente. —Creo que es la realidad. No sé qué habrá sucedido en tu vida para que te rehuses a confiar en quién de buenas a primeras ansía hacer algo noble por ti... —Chasquea la lengua frustrado y resopla rendido, —¡Mejor olvídalo! Si así anhelas que sean las cosas, entonces bien. A mí me agrada estar contigo, me agradó desde la noche que te saqué de las garras de cerdos repugnantes. Del instante en la universidad donde tu fragancia a fresas puja en el primer lugar de mis adicciones preferidas. O el momento glorioso de la mañana, en el ascensor, la oficina o el hall de descanso. —Encogiéndose de hombros, y apretándome a mí el alma de culpa. Odiosa culpa que generalmente me carcome día a día, señala entre ademanes la recepción del lugar.
Frunzo los labios en una mueca recta, de trazo pronunciado que reprime justificaciones absurdas.
—Niko... —Murmuro tocándole el antebrazo.
—Lograré acostumbrarme a la indiferencia —masculla ausente —, sería un nuevo reto. El acercarme a un temeroso cubo de hielo.
Parpadeo dolida, debido a su comentario. Es la primera ocasión que una frase viniendo de un hombre me causa desazón y cierto dolor.
No soy frívola.
Sí temerosa, insegura, hasta cobarde. Pero frívola jamás.
Exclusivamente me rijo a las reglas. A cláusulas perfectamente detalladas, que cuestión de horas atrás acepté, estampando mi firma.
—Lamento brindarte esa impresión. —declaro dubitativa. —Sin embargo ya te dije., no estoy disponible para lo que tú pretendes.
Ríe y el hecho me desencaja.
—¿Tienes idea de lo que pretendo Charlotte? —Cuestiona mordaz. Viperino. Destilando la idéntica ponzoña, que muy bien se le da al otro individuo que me tiene en jaque.
—Quiza sí. O quizá no. —me sincero.
—Seguramente tu mentecita manipulada por la supuesta forma que poseemos los hombres de cortejar, idealiza lo obvio. Según las damas, lo que todos queremos, es follarlas. Tratarlas bien, hacerlas sentir el epicentro del universo para que después... Terminen entre nuestras sábanas, y posteriormente descartadas.
Suspiro profundo. Está terriblemente ofendido.
—Nicolas., no quise...
—¿Sabes? —Corta tajante. Dominante, gélido pero incitador a rodear con las manos su cuello y besarlo. ¡Dios cómo quiero besarlo! —Sí deseo en parte eso Charlotte. —Afirma escabrosamente sincero. —Lo quiero porque me atraes. Físicamente me vuelves loco. Te veo ahora y únicamente pienso en subir tu falda, o desprenderte la camisa.
Abro los ojos asombrada. En otra instancia y con otro sujeto, la confesión habría resultado de lo más desagradable. No obstante viniendo del colega laboral, me acalora, me arrebata puesto que lo dice con una sensualidad maravillosa. Aquello que se considera vulgar u ordinario, de labios de Niko trae sabor a gloria, deseo, pasión.
Observo mi reloj de pulsera imaginario, intentando recobrar la templanza. Levanto la mirada y suelto de a poco, el oxígeno atorado en la garganta.