No tengo ni idea de cuántos minutos llevo escondida entre los brazos de Nicolas. Tampoco sé si realmente pasaron minutos o tan solo segundos. Lo que sí afirmo interiormente es que no quiero separarme. Bajo ningún motivo deseo alejarme de su contención, de la temperatura cálida que desprende la tez trigueña, o el aroma amaderado del perfume que muy feliz trae a mis fosas nasales.
¡Me percibo tan a gusto entre músculos y masculinidad!, que le doy pase libre al llanto ácido, amargo, torrencial, humedecer de forma incesante la costosa camisa blanca en la que parte de mis pómulos reposan.
—Shh... —Concilia afianzando más el contacto, tomándome de la cintura y haciéndome sentir diminuta a comparación con su fisonomía. —Vamos afuera, preciosa. El aire fresco te lucirá bien.
Pesarosa impongo cierta distancia y limpio avergonzada ante el arrebato, las lágrimas con el dorso de la mano.
—Debo... Debo retirar a mis hermanos de la escuela. —Musito repitiendo palabras sin siquiera razonarlas. Como si las llevara grabadas en forma de cassette. Como si mi mente se hubiese quedado instalada en el segundo piso de la clínica hematológica. —Mis hermanos. Sam no podrá ir a buscarlos hoy. Debo... Debo —Muerdo los labios cayendo en cuenta de que tal vez tampoco podrá mañana, ni pasado... O hasta dentro de muchos meses y la angustia me aplasta.
—Princesa. —Dice jaloneando mi mano suavemente, abandonando el recinto y dejando que la brisa templada de la tarde me dé en el rostro. —Mírame. —Ordena serio, más no logro concentrarme. Únicamente pienso en mamá., ni siquiera consigo ver los ojos hipnóticos de Niko, porque únicamente pienso en mi mamá. —Charlotte., —repite tajante, inspirando hondo, conteniendo él, la ansiedad y brindándome a mí calma. —necesito que me mires.
La respiración se torna agitada. Jamás sufrí de un ataque de pánico, pero palpitar la garganta cerrada, y el oxígeno atascado que no ingresa a los pulmones o acaba fuera de mi sistema, me desespera.
—No... No...
Los dedos masculinos atenazándome los hombros, obligan a obedecer sus vocablos., a recurrir al esfuerzo de observarle. De conectar las retinas con las suyas.
Esos dos iris dilatados, preocupados.
—Muy bien linda. —Felicita apacible., estremecedor pues está demasiado cerca de mí y ello aumenta la sensación de asfixia. —Ahora, imítame. —Le noto inhalar profundo y exhalar. —Vamos Rapunzel. Respira.
Lentamente acato, y copiando el gesto, de a poco la tensión en el pecho se disipa. El bloque imaginario que amenazaba enloquecerme, comprimirme hasta los pulmones desaparece.
—¡Maravilloso! —Exclama sonriente.
—Gracias. —Jadeo sosteniéndome de sus codos. —¡Por dios!, ¡muchas gracias!
<<Otra vez.>> Pienso, <<Otra vez me salvó.>>
—Ya lo ves., aquí estoy para rescatarte de los líos muñeca. —Espeta adoptando desinterés y una repentina euforia que me desconcentra. La cantidad de veces que aprecio los cambios de humor en Nicolas, impacta. —Igualmente no te preocupes., se te agotarán los agradecimientos si continúas. —Alude arrogante, —¡Mejor vayamos a buscar a esos hermanos tuyos! —incita visiblemente alegre.
—Hiciste demasiado por mí. —Declaro decidida a que finalice el martirio de quedarse a mi lado y observe en primerísima plana lo decepcionante que soy. —No es necesario...
—Bueno, yo considero que es muy necesario, —contradice encaminándose al automóvil, quitándole la alarma y ojeándome de soslayo con superioridad. —Aparte estaría rompiendo una promesa. Y no me gusta, faltar a mi palabra.
Taconeo dubitativa sobre la acera mientras él abre la portezuela del acompañante y se recarga en el vehículo expectante, sexy, viril.
—¿Y nena? —Cuestiona arrebatador, —no busques comprobar por ti misma, si soy capaz de esperar durante horas, porque te apuesto que sí.
Niego varias veces., y esbozando muecas que se asemejan a una sonrisa, me aproximo a dónde el coche espera abordaje.
Acomodándome en el mullido asiento de cuero con aroma a vainilla, analizo a Niko, cuál dejavú, bordear el automóvil y situarse frente al volante.
—Si supieras lo encantadora que luces sonriendo, llorando, o siéndome indiferente mujer... Entenderías porqué, se me es tan difícil ya, separarme de ti.
Trago saliva, y el rubor rápidamente tiñe mis mejillas. Desvío la vista hacia un lindo zapato diminuto que lleva colgado como adorno y no respondo.
—¡Joder Charlotte!
—¡No dije nada! —me defiendo.
—¡Incluso sin decirme nada, me muero por besarte!, ¡maldita sea!
—Niko... —murmuro, —ya...
—Lo sé. —Interrumpe encendiendo el motor. —y no entiendo cuál es el puto problema.
—¡Que no puedo! —Musito.
—No tienes novio. No eres casada. ¿Qué mierda impide entregarte a tus deseos? Al menos tocarme como sé, que quieres tocarme —Hace una pausa, reflexiona breves momentos y añade: —¿Tienes un padre sobre protector? ¿Es eso?, ¿un progenitor desquiciado que no permite a nadie acercarse a su princesita sin aprobación previa?
Mordisqueo el borde inferior.
Tal vez, momentáneamente esa realidad a medias, disfrazada, retorcida, resulte el ideal freno a algo que está saliéndoseme de control.
—Sí. —Confieso entre verdades y mentiras. ¡Qué contradictorio! —Es... Es por mi daddy.
Ojeo fugazmente el atractivo semblante varonil, ante la indirecta muy directa que le he lanzado., pero tal parece ni de asomo la relaciona al concreto presente que David, su jefe, y yo llevamos en común.
—Oh... —exclama transitando las calles del centro de Washington. —así que papi. Bien ya veremos cómo me gano su aprobación. —Bromea riendo a carcajadas, feliz debido a la revelación, y honestamente ansío darme un tiro.
Propinarme un guantazo en el medio de la frente, tras decir semejante idiotez, suponiendo que con ella congelaría el instinto cazador de Nicolas Cooper.