Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA

Cierro los ojos milésimas de segundos repitiéndome casi a velocidad de la luz el pedido que emanó de sus graves, seguras, tenues cuerdas vocales.

El caballeroso Flynn Rider, sumergido al igual que el personaje ficticio en decenas de dilemas que no están a mi alcance comprender, me suplica un beso.

¡Cuánto había soñado yo un instante así, donde un chico que me gustase, enredándome entre palabras bonitas, rogara porque le besara!

¡Pues respondiéndomelo inmediatamente: desde siempre!

Cada día, contados los primeros de mi adolescencia fantasee con un apuesto sujeto capaz de hacerme temblar como un terremoto. Idealicé, noche tras noche, el momento en que alguien idéntico a él, sugiriera probarme los labios.

Y ahora que lo tengo delante., cerca mío, rozándome su nariz los pómulos, antecediendo un mimo que él necesita y yo quiero., expresamente me detengo a pensar.

No una, ni dos o tres veces, sino muchísimas en las que me reitero lo obvio, la pregunta retórica: <<¿Por qué mierda estás aquí Charlotte?>>

—Sólo uno... —Le escucho ronronear insistente, quitando los dedos de mis facciones y situándolos a los costados de mi cadera.

<<Familia.>> Me respondo, <<Familia y por ella enfriaré las emociones nuevas, las sensaciones gloriosas quedarán congeladas, al igual que la temperatura corporal y mis bragas.>>

Puesto que, aunque no existe nada que desee más que caer de lleno en Nicolas Cooper, ni es éste el instante adecuado, ni las circunstancias resultan meritorias.

Todo marcha muy rápido y ya no sé el terreno que estoy pisando.

La adrenalina, esa euforia, el éxtasis que emana cada poro de Niko contagia, embelesa, envicia, y obliga a andar en campos de los que inexperiencia me sobra.

Entonces la resolución es frenar. A pesar de que lentamente oleadas de dolor ante el inminente rechazo me apuñalen por dentro, debo pausar lo que no está bien.

No está bien, porque primero tengo que conocer a David Henderson lo suficiente como para no andarme a ciegas.

No está bien porque, el rescatista de hipnóticos ojos verdes me gusta tanto, que lo último que anhelo es causarle sufrimiento, o por el contrario aumentarle el inexplicable vicio que tal parece, suelo generarle.

No está bien porque, ¡maldición! Ansío confesarle cuál colegiala absurda que no lo pude sacar de mi cabeza desde el segundo preciso que me levantó del asfalto aquella noche.

Que me salvó, como a cualquier dama le hubiese encantado ser salvada: con masculinidad, poderío, decisión y una infinita calidez.

Ni mencionar cuando a pocos centímetros del porche de Ámbar, sentí los ojos de un hombre., los suyos, recorrerme íntegra sin un ápice de lascivia.

O el momento en la universidad, la oficina, la sala de juntas, el hall de descanso, su automóvil y ahora. Ahora mismo que no dejo de pensar en el deber, y el deseo.

En esa lucha de decisiones disputándose la absoluta victoria.

¡Son tantos los contra!, que efectivamente enfriar éste vínculo carente de rótulo resultará, momentáneamente lo mejor.

Luego., luego tras toparnos todos los días Nicolas, su osadía y yo, pues ya veré de encontrarle otra solución... O bueno, dejarme llevar.

—Los silencios auguran rechazo... —Murmura estrujándome el alma de pena.

—Niko... Quiero complacerte. —Susurro tomándole yo., la quijada provista de suave barba incipiente. —Hiciste por mí en tres días, lo que nadie en la vida entera, y juro que quiero complacerte.

—Sin embargo... —Puntualiza decepcionado.

—Sin embargo te reitero que no soy la mujer adecuada para ti.

—Tu papito no es un impedimento valedero Charlotte. —Brama herido en el orgullo.

—Va más allá incluso de lo que puedas imaginarte. —Siseo arrepentida del curso que cogen mis palabras. —Y tal vez en algún momento, llegues a agradecer el no haberte involucrado más de lo estrictamente necesario. —Muerdo tenuemente el borde inferior reconociendo que cité casi de forma exacta los vocablos del daddy macabro.

Los vicios no se pueden olvidar de un día para otro. —Corta tajante. Frustrado por la conquista trunca. —Menos cuándo yo no soy hombre que guste de tirar la toalla. Y tú eres la cura de mi enfermedad. —Inhala hondo molesto., es tal la cercanía que percibo su pecho subir y bajar embravecido. —Menos aún cuándo sé que sentimos una tremenda atracción. ¡No intentes negármelo!

—No lograría negártelo. —Declaro sincera. —Pero las cartas están sobre la mesa, Niko. —Trago saliva y sopesando la respuesta sentencio, —Yo soy de un solo dueño. Y tú, el encanto personificado, pero un hombre ligado al impulso, al capricho, al constante intercambio de mujeres.

—No tienes ni idea de mí. —Masculla ahora también, ofendido. —No... No tienes ni idea de cuánto busqué encontrarme en éste mundo de mierda a la persona por la que sería capaz de dejarlo todo Charlotte. Todo si con ello me permites romper la barrera que no entiendo porqué, te empeñas en alzar. —Se rasca la nuca nervioso y me conmueve. ¡Dios sabe lo mucho que me contengo de besarlo hasta perder la noción del tiempo! —Aceptaré la condición que me impongas., no me daré por vencido.

—Si alzo esa barrera que idealizas... —Sugiero estampando mis labios en su pómulo duro, suave, maravilloso y ocasionando en consecuencia que él se remueva gustoso en el asiento. —Es porque otra persona espera al llegar la noche, que le rinda cuentas.

Abre los ojos y las retinas verdosas develan asombro. Incluso yo me sorprendo de haber dicho semejante mentira. O una verdad relativamente disfrazada.

—¡Qué pésima mentirosa eres! —Dice enojado. —Me arrastro por ti hechicera y tú disfrutas el mentirme, el martirizarme cuando sé que lo que dictas, no es cierto.




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