Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

NIKO

Miro mis puños totalmente ensangrentados y no puedo creerlo. Las manos tiemblan no sé si de nervios, rabia, o abstinencia en el máximo apogeo. Los nudillos están hinchados y efectivamente no doy crédito a lo que hice.

<<¡Estuve a punto de asesinarlo a golpes!>>

Me recargo contra el sofá oscuro que se encuentra en el medio de la sala y estiro las extremidades.

<<El instinto violento ganó de una forma espeluznante ésta vez.>>

Y aunque se lo merecía., aunque siempre fue un placer para mí agarrarme a guantazos con los gilipollas callejeros, hoy me pasé de la raya., literalmente me fui al carajo.

—¡Yo le advertí! —Repito en la penumbra del apartamento céntrico que habito. —¡Qué se joda, él se lo buscó!

De un alterado brinco y levantándome del sillón me aproximo hacia el amplio ventanal de dos láminas que brinda de lleno la postal nocturna de Washington.

El edificio del Norton., uno de los más altos y sublimes de la ciudad proporciona desde el último piso una panorámica impresionante de luces, construcciones arquitectónicas diminutas, y denso tráfico.

Sinceramente admirar el paisaje me distiende, logra relajarme un tanto permitiéndome respirar hondo y al menos, exhalar el oxígeno atorado en los pulmones. 

Desprendo la chaqueta importándome muy poco llevarla sucia, al igual que la camisa blanca quién ahora luce manchada de sangre, y despojándome de ambas las aviento a algún lugar de la sala.

¡Es tal la rabia carcomiéndome las entrañas, que haberme enredado en un pleito no alcanza!

¡El sentimiento del rechazo., de su rechazo, duele! ¡Por primera vez, que una mujer me haya dado la espalda, destroza hasta mis terminaciones nerviosas, ya hechas añicos!

Cierro la mano en un puño estampándola con fuerza contra el ventanal. ¡Qué más da si él acaba roto! ¡Qué interesa destruirlo todo si necesito descargar la adrenalina tétrica que corroe dentro ávidamente!

Bueno., en realidad la necesito a ella. A la hechicera rubia que hoy., sencillamente terminó mandándome a la mierda.

Con su divina sutileza que me pone el doble de loco, dio a entender que debo dejar de molestarla.

Río furioso evocando las palabritas temerosas, balbuceadas y el beso exquisito en mi mejilla.

¡Cuánto quiero sus labios no sólo en mi pómulo, o mi boca!

¡Verdaderamente anhelo a Rapunzel devorándome la piel!

Enseñándole a gemir mi nombre., únicamente mi nombre.

Demostrándole que soy un tipo de labia y también hechos., de cumplir metas, objetivos y lo que se proponga.

Afirmándole que como bestia territorial, celosa, posesiva, desde que la conocí la quiero para mí, y pretendo arrancarla de los brazos de cualquiera que desee, a lo que yo le puse el ojo.

Porque, ¡maldición!, imaginar a Charlotte siendo tocada por otro me desquicia.

Idealizar esa exhuberante figura desnuda, pero poseída por otro me enloquece.

El simple hecho de suponer que otro estúpido la haga reír me encabrona.

Y es entonces que no pienso en moler a puñetazos a James, sino al cretino que disfruta de lo que yo podría estar disfrutando.

Muerdo el borde inferior hasta que el sabor metálico de la sangre inunda mis papilas gustativas.

<<Colapsado.>> Así me siento. <<Desorientado totalmente.>>

Porque aunque no le creo nada a la inocente muñeca de porcelana., que me haya incrustado la duda es desesperante.

Terrible, pues no sabe, ni sabrá nunca lo mucho que significa para mí.

Que gracias a su rostro angelical no inspiro coca, fumo marihuana o consumo alcohol desmesurado. <<Que me urgía un beso suyo de esos inolvidables. Que te dejan sedientos pero al mismo tiempo obnubilados y te obligan a pensar únicamente en su emisor. A desear el pasar apresurado de las horas buscando verle nuevamente.>>

Doy la vuelta lacónico y me dirijo al mini bar atestado de botellas., de vicios que suplantan a las drogas y chistosamente también a ella.

Cojo el vaso de trago, y lo observo breves segundos: es el cuarto de Jagger con whisky que bebo y ni mella en mi sistema.

¡Estoy tan despabilado como nunca!

¡Tan enojado como jamás me sentí!

Irritado con Charlotte al no seguir sus impulsos. Al mentirme. Al... Darme celos. Locos y jodidos celos de mierda.

Por hacerme pasar la mejor tarde de todas, permitiéndome estar cerca del foco adictivo, aspirando la fragancia a fresas que desprende, o acariciando la tersa piel incitadora al pecado, para después tirarme un bloque de concreto directo al pecho, enfriarme el alma, y marcharse sin más.

Sin saber que... Lo difícil seduce. Así lo dicen, y a mí la hechicera logra seducirme de una manera que ni se imagina.

Tanto, que en vez de buscar a Natasha, corrí como un perro rabioso a la guarida asquerosa de James.

<<A él, que le advertí la misma noche que atacó a Charlotte, de las distancias a establecer si no deseaba perder los dientes y los dedos.>>

—¡Indudablemente se lo merecía! —Bramo girando el cristal entre mis manos, evitando tomar el quinto shot de licor amargo, y toque a hierbas. —Es un gran hijo de puta desobediente. Debería agradecer que aún posee las falanges.

Niego varias veces molesto., eufórico., ansioso.

<<¡Si tuviera un gramo de cocaína, la agitación atroz, y la mezcla de emociones que hacen estragos dentro, desaparecerían por arte de magia!>>

Carcajeo pensativo, corrigiéndome la reflexión.

<<Realmente si la preciosa rubia me hubiese concedido el deseo de besarla, estaría fantaseando con ella, en vez de pretender drogarme.>>




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