Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

DAVID

—Excelente. Excelente trabajo. —Festejo ante la atenta mirada de Erick., mi hijo, quién reposando en el sillón de un solo cuerpo, bajo la tenue luz de lámpara y la llamarada de la chimenea me observa recriminatorio. Dándole de tanto en tanto alguna pitada al habano que tiene entre sus dedos.

—¡Fue difícil David! —Mascullan al otro lado de la línea con cobardía, —¡Casi me mata a golpes!

—Sin embargo no lo hizo —refunfuño, retorcidamente victorioso—, aquí estás James. —Señalo pegando el teléfono a mi oído y colocándome de espaldas a Erick, —Tal vez un poco golpeado., no obstante vivito como todas las anteriores, llenándote los bolsillos de mi dinero.

—¡Pongo mi pellejo! ¡Mi jodido culo en ésto! —Brama el traidor queriendo justificarse.

—Tampoco lo haces gratis. —Contraataco cínico., detestando el hecho puntual de contactar a semejante mugre de persona, pero sabiendo que al manipular los hilos de la partida, su complicidad fue sumamente necesaria. —Cien mil grandes aguardan. Y para conveniencia de todos, tu silencio será fundamental. No querrías que Ángel o Aiden se enterasen de que uno de sus principales consumidores boicotea narcotraficantes de la periferia.

—¡Por la mierda David! —Grita desesperado, cuál rata traicionera que no tiene idea de donde esconderse. —¡Yo no boicotee a nadie!

—¿Ah no? ¿Seguro? —Pregunto gélido, adoptando la postura embustera que tan buenos resultados ha dado durante larguísimos años en los que me esmeré a obtener cada meta propuesta. —No estaría bien visto en los suburbios sucios de Washington que un cliente, pretenda atacar señoritas en la noche., —Recuerdo mordaz, utilizando el doble sentido de las palabras que siempre, siempre acaban acorralando a los cagones. —Tú James., tan asiduo al crack, a la heroína y la coca., no sólo abordando muchachitas entre aceras., sino seduciendo a adolescentes fuera del secundario para revender drogas. ¡Críos de catorce años! —exclamo reprimiendo carcajadas propias de un criminal. —Hoy te vieron precisamente en eso., al igual que algunos días atrás: engañando a un niño sano, de noble familia, buscando que vendiera tus mierdas.

—¡No es cierto! —Aúlla desencajado. —¡Me pagaste! ¡No sé porqué carajos., pero tú me buscaste, y pagaste dinerales para acorralar a esa chica, de la que Nicolas casi me arranca los testículos cuándo me pilló! ¡Tú me ofreciste efectivo para que metiera al niñato mosca muerta en el mundo del narcotráfico! Tú...

—¡Bueno sí., tienes razón! —Corto hastiado del palabrerío suyo, recordándome lo muy bastardo que puedo llegar a ser. Reflexionando también a modo de estúpida justificación que era la antesala perfecta para atraer indirectamente a Charlotte a la miel: el dinero fácil a su hermano menor, el peligro de las drogas, decisiones apresuradas, la hipoteca asfixiante, y una manera de que ambos se conocieran. —No obstante el pacto fue justo. Cuantiosas sumas de efectivo por un trabajo bien realizado.

—¡Si intentas hundirme., caerás conmigo! —Recita pretendiendo amenazarme. —¡Le contaré a Nicolas, las tretas en las que lo metiste!

—Bien James. Llevamos unas semanas negociando y tal parece aún no te ha quedado claro cómo funcionan las cosas. —Siseo perdiendo lentamente la paciencia, —Primero., a ti no te interesan mis motivos, efectivamente no son de tu incumbencia. Y segundo, en éste mundo regido por el dinero, la pirámide monetaria dicta de que eres el insecto que puedo pisotear cuántas veces quiera., y yo, el hombre capaz de borrarte del mapa, dejarte mal parado frente a tus distribuidores o expresamente encerrarte en la cárcel de por vida, al pretender calumniarme.

—¡Cerdo! ¡Hijo de puta! —Gruñe la cucaracha que después de forrarse de billetes intenta dársela de buen samaritano. Partidario de las obras justas, el bien y el mal.

—Puedo otorgarte mi palabra de oro., que Jean no volverá a meterse contigo. Siempre y cuando, luego de la paliza, —carcajeo imaginando el momento, —hayas entendido que lo suyo no se toca. Es absolutamente exclusivo.

—¡Vete al carajo!

—¡Ah se me olvidaba! —añado desestimando el palabrerío mediocre. —Te conviene discreción y mantenerte en silencio James. Me entero de que abriste la mugrienta boca, y sé donde encontrarte. —Inhalo hondo, triunfante sentenciando. —Buenas noches, ha sido un placer.

Corto finalmente la estresante llamada y no miro siquiera el rostro de mi descendiente. Obvio resulta, al igual que Orianna, que el mayor de los primogénitos Henderson no está de acuerdo con lo que incontables meses me llevó planificar.

Relamo los labios, y guardando el teléfono móvil en el bolsillo de la bata algodonada, me dirijo hacia la mesilla ratona de vidrio en que dos botellas: una de jagger y otra de whisky, reposan anhelantes de ser mezcladas en un explosivo trago.

¡Indudablemente mi shot favorito!

La combinación amarga, de hierbas que posee el Jagger, junto al sabor fuerte, añejo, embriagador del whisky.

—¿Cuándo piensas parar, papá? —Pregunta Erick, el vivo retrato versión masculina, de mi difunta esposa.

—No te entiendo. —Murmuro depositado dos cubos de hielo en el vaso y revolviendo con los dedos la preparación.

—¡Claramente me entiendes! —Replica aspirando una profunda bocanada de humo., alzando el mentón y soltándolo despaciosamente hacia arriba. —¿Hasta dónde pretendes llegar? ¿No reflexionaste el daño que podrías causarle a Nicolas?

—¿Y tú no te reflexionaste, que deberías a aprender a callarte? —Espeto bebiéndome el contenido de un sorbo, dispuesto a servir el cristal al tope de nuevo.

—¡Estás quedando perturbado! —Dice negando, ojeándome como si de repente hubiese enloquecido. —¿Qué demonios ocurre? —Indaga irritado, —¡Manejas la vida de las personas peor... Que los criminales! ¿Crees que tener dinero, una imagen jerárquica de alto poder, da el derecho a semejante accionar?




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