Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

Miro a través de la ventanilla, acomodada en el asiento trasero del impecable automóvil de alta gama que pasó a recogerme., la panorámica que la periferia de Washington brinda sumergida en la noche, y cómo la postal de casas sencillas, humildes, mi vencindario que amo pero también detesto, queda atrás, permitiéndole a la ciudad enigma abrazarme radiante.

Feliz de darle la bienvenida a una pueblerina que únicamente ha pisado Seattle ayer en la mañana para acudir a su primer día laboral.

Ella que tal parece, pretende bajo las luces destellantes, rascacielos soberbios, moradas exhuberantes y todo lo que engloba en cuánto a comercio, monopolio industrial, tecnología, moda y... Tentaciones, hacerme saber que quizá a partir de hoy., empezaré a cogerle gusto al estilo azucarado del que me cuesta enormidades acostumbrarme.

Porque., creo que ninguna mujer en mi posición se adaptaría con tanta facilidad, siendo que las enseñanzas impartidas por Samantha siempre fueron claras: <<Por tus propios medios Charlotte. Nunca dependas de un hombre. Nunca te vendas a un hombre, ni siquiera por necesidad.>>

Y la necesidad, el nunca, y medios, resultaron palabras que definitivamente desaparecieron del rótulo prohibición. Ellas mismas me obligaron a romper uno a uno los juicios familiares y encima., encima reconocer que me gusta.

Me gusta entender que mamá, (luego de haber hablado más de cuarenta minutos con Ámbar, y explicarle a grandes rasgos el lío divino, pero terrible en el que estoy metida), se encuentra estable. Despabilada, alimentándose a base de vegetales y aunque dolorida, en análisis gracias a una punción lumbar exitosa.

Me encanta el hecho de pasear dentro de un coche que despierta miradas embelesadas de cualquier peatón.

Me fascina tener dinero en la cartera y pensar que ahora que Sam permanece fuera de riesgo, podré llevar de compras a mis hermanos.

Regalarles prendas, muchas sin reparar en el costo.

Llenar la despensa.

Obsequiarle a ella, en la tarde cuándo vaya a visitarla ese perfume que vale más de lo que suponían tres meses de arduo trabajo en la cafetería universitaria.

¡La cafetería!

Cuánto anhelo finalmente estampar mi firma de renuncia y decirle a Giselle que el efectivo puede metérselo en el culo.

Un gusto que jamás en la vida consideré posible darme.

Muerdo los labios totalmente deslumbrada por las cientos de luces que la ciudad proporciona. Rememorando la frase de Daddy Henderson en que dictaba él, de correr con los gastos al adquirir una residencia.

<<¡Pues si así lo pretende el papi de azúcar., a elegir como se debe!>>

Ésta vez viendo por mí. Sin medir gastos. Sólo ver por mí.

Y efectivamente Seattle está llevándose los galardones para transformarse en la nueva zona de domicilio Donnovan.

Tan sofisticada., culta., realmente fabulosa.

La puerta abierta al estudio exitoso.

Las mejores escolaridades, secundarios e inclusive universidades.

Cines para llevar a Alexis.

Locales de videojuegos con que conocer de la mano de Christopher.

Un universo de posibilidades en cuánto a Liam y la fotografía refiere.

Esbozo una sonrisa soñadora. De esas que desde los doce no me surca el rostro. Aquellas épocas, donde fantaseaba con el príncipe azul.

Y ahora, reaparece mientras recuerdo los labios del hombre que me vuelve loca u ojeo mis pantalones desgastados, repitiéndome que el macabro daddy de azúcar tiene razón: me urge un nuevo guardarropa.

Uno que podría adquirir de la mano de Ámbar, antes del viernes, y el viaje que tendré que realizar a los viñedos de California.

Hecho que tampoco me desagrada puesto que: ¡estaré de paseo!

Reprimo risitas y las retinas del conductor se posan en mí, observándome con diversión., como si le hiciera gracia el verme divagar, reír a la nada misma y removerme en el asiento cuál niña pequeña con un juguete nuevo.

Porque, llámenme loca pero, tras caer en cuenta de que gracias a David, mi mamá está viva, todo lo que él quiera darme lo aceptaré gustosa.

En son de agradecimiento, sumamente gustosa, aunque ello implique seguir jugando al límite.

Será cuestión de tomar las riendas de la situación y entonces sí: disfrutar de lo que la vida o una relación beneficiosa me sirve en bandeja.

<<Astucia Charlotte.>> Repito en tanto visualizo una serie de descomunales residencias. <<Aprender de David y ser astuta.>>

Inhalo profundo consumida por la ansiedad.

Ansiedad, y una repentina preocupación.

La jodida preocupación que parece perseguirme constantemente.

¿Y si daddy exigió verme para advertir que llevará el convenio a las vías legales?

Peor aún., ¿si descubrió él, que su gerente me acompañó durante la tarde?

—¡Maldición! —Murmuro tejiendo alguna excusa que valga.

<<Mentiras que me salven de años de cárcel pues no tengo forma de indemnizar semejante falta.>>

Carcajeo inmediatamente la imagen personal vestida de carcelaria se vanagloria por mi cerebro.

<<Loca.>> Así acabaré, <<Más que presa., loca.>>

Chasqueo la lengua y observo hipnotizada el portón enorme, eléctrico y blanco abrirse de par en par frente al coche sublime.

Las retinas celestes que poseo se dilatan producto del asombro. Estoy plenamente segura.

Jamás, ni siquiera en películas vi una residencia de imponentes dimensiones.

Tan glamorosa, sofisticada, soberbia.

Tan David Henderson.

De dos plantas y portadora de varios ventanales laminados en cristal. Un frente repleto de vegetación bien cuidada. Y no sólo fineza emana la fachada del hogar azucarado sino también luz. Luminosidad por doquier.




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