Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

—¿Charlie? —Llama una suave vocecita mientras pequeños deditos me zamarrean de un lado a otro. —Charlie, ¿abrirás los ojos?

Ahogo un bostezo en la almohada y termino retorciéndome entre sábanas y edredones.

¡Cuánta comodidad!

¡Cuánto tiempo llevaba sin descansar de semejante forma!

—¡Char! —Chillan moviéndome con mayor frenesí. —¡No me llevaste a la escuela! —arrugo el ceño aún de orbes cerradas. ¿Qué demonios? —¡Quería jugar con Sara!

—¡Porqué mejor no te callas Alexandra! —Gruñe Christopher a mi lado obligándome a batir los párpados, —¡Es un día libre de escuela! ¡Charlie eres la mejor hermana del mundo! —Festeja, y yo no entiendo de qué mierda habla.

—¡Te voy a dar una gran patada! —amenaza la adorable cobriza y sonrío, desperezándome carcajeo. <<¡Qué placer amanecer con energías renovadas!>> —Mejor aún —insiste la pequeña, maquiavélica Donnovan—, ¡voy a morderte! ¡En el brazo, entonces dejarás de molestarme!

—¡Hazlo! —oigo provocar el demonio malvado— inténtalo, y verás cómo te jalo el cabello.

—¡Hey niños! —Reprendo despabilándome completamente, sentándome erguida en la cama y reparando en dos pares de orbes que me observan expectantes. —Basta de pelear.

—¡Lo olvidaste! —Murmura enfadada Alexis, cruzándose de extremidades.

—¿Me olvidé? —Indago desentendida del mundo que me rodea. Únicamente agradeciendo al licor, (cortesía de David), con el que apenas retorné a casa, pasada la una, caí rendida al limbo de Morfeo. —Explícame linda., ¿de qué me olvidé?

Rueda sus preciosas retinas brillantes, y suelta un bufido adorable pero detestable: ¡menudo carácter el de ésta niña!

—¡No nos llevaste a la escuela! —Revela enarcando una ceja acusatoria. Como si fuese la peor criminal.

—¡Ay qué tonterías dices Alex! —Me burlo buscando en la mesilla de luz mi teléfono móvil, siendo la acción interrumpida por el ingreso de Liam al dormitorio.

—¿Te he dicho que te amo hermana? —Exclama eufórico dando brincos en la cama.

Achino la mirada en dirección a los descendientes menores y la preocupación acaba carcomiéndome.

Es evidente.

Cuestión de horas y los renacuajos se desquiciaron completamente.

—Bien... —anuncio precavida— Más les vale decirme qué está ocurriendo.

—¿En serio? —Cuestiona Liam despeinando a Christopher. —¿de verdad lo preguntas?

—¿Me ves la cara de bromista?

—¡Lotte!, —resopla rubiales rebelde. —Son once y media... Faltan treinta minutos para el mediodía.

Río con más fuerza, y cojo el móvil buscando comprobar el martirio mental que mis hermanos pretenden llevar a cabo conmigo.

Rápidamente las ganas de carcajear hasta las lágrimas se cortan, y exclusivamente ansío llorar. Llorar de desesperación porque me dormí.

¡Maldita sea que me dormí y ellos no concurrieron a clases por mi culpa!

Aunque no sólo eso, sino que debo preparar un almuerzo decente, asegurarme que tras la colosal falta quedarán bien cuidados en casa y encima, darle aviso a daddy del atraso de algunos minutos.

—¡No puedo creerlo! —Bramo retirando las sábanas con violencia y saltando del lecho hacia la cartera que reposa en el escritorio.

Rebusco el monedero y del sobre abultado sustraigo un billete de cien dólares.

—¡Char! —Vocifera Liam cuándo doy la vuelta, decidida a encargarle una diligencia al supermercado que se encuentra a dos aceras de nuestro hogar, (uno que pronto, muy pronto dejará de serlo). —¡Tu teléfono se encendió, es Ámbar!

Pego un brinco cuál fiera dispuesta a cazar la presa, y le quito el móvil a rubiales.

—¡Ámbar! —Exclamo elevando desmesuradamente el timbre de voz.

—Nunca creí que te escucharía tan feliz simplemente al hablarme. —ironiza la morena al otro lado de la línea.

—No empieces Am... —pido ansiosa, —¿qué sucede?

—Deseaba contártelo yo... —Inicia la chica azucarada, —Pero mejor lo haga alguien que muere de ansias por conversar contigo.

Taconeo nerviosa y bajo la mirada de los pequeños demonios, aguardo varios segundos hasta que su divino, melodioso, vivaz matiz vocal se escucha.

Mi Rapunzel.

Velozmente, lágrimas dichosas comienzan a rodar por las mejillas y no contengo el largar risotadas que me liberen de grandes angustias.

—¡Mamita! —Chillo.

—Preciosa Charlotte —dice contenta—, mis valores se estabilizaron y mañana obtendré el alta médica. Tendré que reposar un par de meses en casa, ¡pero qué va, todo salió de mil maravillas!

Inhalo hondo y observo al frente, sin analizar un punto particular. Expresamente canalizo la euforia que corroe dentro para no explotar de jolgorio.

—No... No puedo expresarte siquiera lo feliz que me siento.

—Amorcito... —concilia, conociéndola, reprimiendo el llanto de mamá gallina que evidencia lo mucho que extraña a sus cuatro pollitos. —¡Tuve tanto miedo! Miedo de...

Sus frases cesan y escucho cómo Ámbar balbucea que un doctor se aproxima.

—Linda... —Recita adoptando un tono apenas audible, —En cuidados intensivos prohíben cualquier artefacto electrónico que afecte el funcionamiento de las máquinas. ¡La loca de Jaqueline me obligó a romper las reglas! —Carcajea llamando a la morena por su segundo nombre, y ocasionando que insultos tenues emanen de la garganta de Reggins.

—A veces es divertido salirse del esquema. —Asevero, analizando el doble sentido de la frase.

—¡Anda hija!, déjame decirle a tus hermanos que los amo, y los veré mañana, antes de que nos descubran.

—Iremos a esperarte al hospital, —prometo radiante. —Los cuatro. —Afirmo tendiéndole el móvil a la pequeña Donnovan, cuyo saludo se extiende a una acusación de mi fallo del día. Sucediéndole Christopher, quién únicamente limita a celebrar desaforado el hecho de que no concurrió a la escuela, y finalizando en Liam, el adolescente que repite la misma pregunta varias veces: si ella está bien.




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