Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Paulatinamente ceso el movimiento circular de la cuchara en la taza, y coloco los utensilios sobre la mesada de mármol.

El calor que corroe como sangre por las venas es incontrolable., una llamarada consumiéndome íntegra., demostrándome que es Nicolas quién saca del letargo emocional, mis sensaciones lujuriosas, pasionales y un poco primitivas, puesto que en lo único que pienso es en el deseo enorme de enlazar mis piernas en su cadera y besarlo. Morderle el cuello y pellizcarle el tentador trasero vestido de pantalón azul. 

¡Quiero quitarle la camisa y estampar mis labios en su tatuaje de dos letras!

¡Cuánto deseo probar aquello que nunca probé, y que ahora tengo contractualmente prohibido!

¡Entregarme al hombre que me gusta! Rendirme a la pasión, a la atracción que carga el ambiente de erotismo cada ocasión que Niko y yo, estamos cerca.

Ansío confesarle al encantador flautista de Hamelin que me abraza por detrás, llamándome tan candentemente pecadora, que convertirme en más que una colega laboral, o el simple histeriqueo de la tarde, resulta mi gran propósito.

Un objetivo que pretendo mantener en secreto, a ojos u oídos de David Henderson, en secreto.

Jugar al límite, saborear la adrenalina, tenerlo todo aunque ello acarree consecuencias devastadoras.

Olvidarme incluso de que nos ubicamos en la oficina. Suprimir el hecho de que mi Daddy., el único y auténtico dueño de mi nombre, mi ser, mi cuerpo se encuentra a unos simples pasos de distancia.

Verdaderamente olvidarlo y servirme en bandeja a la tentación.

<<A la tentación.>>

<<Tentación>>

Arrigo el ceño insultándome mentalmente ante tal divague.

¿Pero qué tentación, ni tentación?

—Será mejor que esa euforia desmedida se aplaque. —Musito intentando obtener compostura, seguridad, convicción y yéndose al traste la intención, porque el hombre infernal me puede, me doblega, me hipnotiza... Me calienta. —No conseguirás nada conmigo el fin de semana.

Los dedos masculinos se hincan en mi cadera y suspiro.

—¿Ah no? —Pregunta arrogante, —¿Y qué te hace pensar eso? Dime, ¿te esconderás en recepción? ¿Te encerrarás en la habitación del hotel durante tres días? ¿O te perderás por los viñedos? —Ríe con ronquera añadiendo—: puedo esconderme contigo, muñeca.

—¡Ay Dios, basta! —Jadeo quitando sus manos de mi cuerpo, aunque el subconsciente embustero me traicione y anhele romper las reglas impuestas del convenio azucarado, irme al demonio y satisfacer la excitación sexual. —Déjame en paz de una vez.

—No se me da la gana, Rapunzel. Y a ti tampoco se te da la gana, yo lo sé. —Masculla con superioridad, una masculinidad impresionante. —Si es por el tipo con el que te fuiste anoche., pese a que me enfurecí, quise seguirte a donde él, y romperle todos los dedos: soy consciente de que nada implico en tu vida para exigir explicaciones.

Las palabras mezcladas en el aliento cálido, dulce, me atrapan cuál abeja a la miel. Tanto que razono el salir corriendo, pero únicamente apoyo ambas extremidades en la mesada buscando equilibrio., equilibrio y autocontrol.

¡Qué labia experta la suya!

¡Qué fanfarrón!

¡Y qué manera de envolverme entre frases sensuales, sinceras, delirantes!

—Somos colegas laborales Nicolas. —Siseo cabizbaja, concentrándome en no trastabillar emocionalmente. —Bueno; corrigiéndome: tú, uno de mis superiores y yo, una secretaria. El viaje es de negocios., y si te has olvidado ésto es un hall de descanso, en una empresa dónde cumplo horario de trabajo. —Cogiendo el asa de la taza reanudo la tarea ya de por sí, demorada. —Así que aléjate, alejate de mí.

—No quiero. —Contraataca apretándome contra el frío mármol y su fisonomía ejercitada. —No quiero, y no voy a hacerlo. En primer lugar, que compartamos edificio no me privará de abordarte cuánto yo desee, ténlo presente. Segundo, el Pent House es posesión exclusiva del capullo Henderson. Aquí solamente vienen los accionistas cuando hay reuniones, y hoy, no resulta el día precisamente de tertulia empresarial.

—¿Y entonces qué...

—Gerente general, lindura. —Recalca evidenciando su timbre vocal orgullo tras llevar las de ganar. —Tengo el acceso al lugar que se me antoje ir. 

El sofocamiento es enorme. Cada letra emanada de la varonil garganta deriva a un aliciente al calor corporal. A la excitación instalada en mi vientre bajo.

<<¡Tengo que frenarlo ya, para que mi estabilidad monetaria no termine yéndose a la gran mierda si David nos pilla!>>

—Nicolas... —Murmuro, —¿Cuántas veces repetiré que no puedo? ¡No puedo!

—Hechicera... —Responde arrebatándome la taza, y deslizándola lejos de mi alcance —Repítelo las veces que te plazca., cien, o millones., no va conmigo el obedecer. —De manera traviesa las falanges viriles, suaves quitan el orillo de la blusa que permanece sujeta entre piel y la faja de la falda. —Aparte, ¿cuál es el drama? —cuestiona provocador, rasguñándome la tez con sus dientes, a la altura del cuello, —¿Que el otro imbécil se entere que te derrites cuándo te toco? ¿Que descubra la obviedad más grande querida Charlotte? ¿Ese es tu miedo? ¿Que sepa que existe un hombre de verdad que te hace temblar solamente hablarte al oído? —Percibo la respiración humedeciéndome la tez y no pienso. Como generalmente ocurre al lado de Niko, la faceta inundada de erotismo, toma posesión de las terminaciones nerviosas, el cerebro y cada una de mis ideas, impidiéndome razonar. —¿O te aterroriza que el jefecito descubra que a quién contrató, le fascina la adrenalina, el peligro, el enloquecer a un pobre estúpido con juegos de histeria?

Trago saliva absolutamente inquieta y mentalmente afirmo todas las hipótesis.




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