Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

—¡Anda! Muéstramelo de nuevo.

—¡Cállate! —Reprendo entre siseos, —Nos va a pillar la profesora, Ámbar.

—¡Me importa un cuerno! —Gruñe pellizcándome los muslos por debajo del buró universitario. —¡Quiero ver esa belleza dorada! —Pide por vigésima vez en lo que va de la mañana. Desde que abrí los ojos con su llamado., o en compañía de mis hermanos rumbo al colegio., hasta el momento justo de tomar asiento en las butacas del aula.

Inclusive durante la tarde de ayer, cuando íbamos de compras por el supermercado, o en la noche, dónde conversando entre textos, insistió con que le contara detalladamente la lista de "presentes", que me había dado David.

—¡En serio! —Bufo corriendo la pierna con vehemencia. Lejos de sus persuasivas garras que me dejarán moretones de tanto pellizco. —¿Podrías concentrarte en Ciencias políticas?

—¡Muéstramelo de nuevo y no jodo más! —Dice cogiendo el bolígrafo, simulando que toma apuntes.

Ruedo los ojos.

¡Necesito prestar atención a lo que explica la bendita profesora! El semestral se aproxima y no tengo ni idea de donde estoy parada.

—Okey. Pero será la última. —Advierto, mirando de soslayo a la docente escribir en toda la extensión del pizarrón.

¡Ni los cuarenta minutos de clase me alcanzarán para apuntarlo!

¡Definitivamente deberé recurrir al rescatista de Google, o darme por vencida desde ya!

Resignada a no comprender una mierda, rebusco el i-phone en el bolsillo de mi ligero suéter de verano.

Extrañamente, los días de verano de septiembre no suelen tornarse tan cálidos. Generalmente como antesala al otoño frío, las temperaturas empiezan a descender paulatinamente, no al revés.

—¡Guau! —Exclama, adoptando el mismo tono maravillado de ocasiones anteriores, —¡Es una belleza! ¡Ese veterano sí que se lució!

—¡Cállate, hazme el favor! —Suplico inquieta. Nerviosa porque Dolores, nos observa de tanto en tanto con sospecha. Siendo elocuente que pronto acabará sermoneándonos, y la vergüenza me inundará.

Chasquea la lengua indiferente. Claro es que a Ámbar no le interesa el estudio., nunca le gustó, ni fue su fuerte. Las calificaciones, permanentemente se le mantuvieron entre el cinco y el seis. Un aceptable que le permitía salvar con sudor cada asignatura. Hasta que la vida azucarada la abrazó, y misteriosamente los seis culminaron en diez, once y doce.

¡Y vaya que enterarme de la rutina que llevaba no solo me causó impacto, sino también diversión!

Porque mi ambiciosa amiga, sobornaba a las profesoras con viajes al Caribe, o sesiones de Spa en Nueva York. Obteniendo como resultado: puntajes excelentes.

—Ay Charlie. —Recita embelesada, ojeando el móvil del derecho y del revés, —¿Qué me vas a decir? ¿Eh? ¿Acaso no estás que brincas en un pie? —pregunta con picardía. —Vivirás en un castillo, en el medio de Seattle. Pagaste hoy, tu matrícula, billete sobre billete y le pusiste en aviso al director de tu traslado a la Universidad de Washington. ¡Te dieron una jodida tarjeta platino! Y encima un i-phone. —Hace una pausa y totalmente idiotizada sentencia —: Ni hablar de las atenciones a Sami y tus hermanos. ¡Aún no sé porqué carajos, Carlo no me regaló ese i-phone!

<<—... La primera, abarcaría todos los estudios relacionados con la política en la antigüedad.>> Dice en un eco lejano la docente, mientras miro anonadada a Ámbar. ¡Cuándo quiere saber comportarse como una malcriada niña! <<—Así que, ¿alguien podría responder la diferencia entre ciencia política positiva y la teoría política normativa?>>

Cierro los ojos durante unos segundos.

¡Que no sea a mí!

¡Que no me pregunte a mí!

<<—¿Señor Morrison?>>

Suelto automáticamente el aire de los pulmones. ¡Gracias!

—Creí que Carlo te trataba como una princesa. —murmuro retomando la conversación y observando al frente.

—¡Uh! ¡Yo también lo creí! —Sisea imitándome, —Pero a la vista está que no. A ti te regalaron una increíble propiedad. Yo sigo metida en el suburbio de mierda.

—¡No digas esas cosas! No seas celosa! —Reprendo sorprendida ante la molestia en su voz. —Aparte tu casa es una mansión...

—Que no está en el medio de Seattle, o Miami, o Nueva York, Charlotte. —Corta venenosa. —No son celos, pero fíjate: tú llevas, ¿cuánto? ¿Cuatro días? Y te estás forrando. Yo llevo, un año con el tacaño y aquí sigo: viviendo en la periferia.

Parpadeo y centro las retinas en la hoja de mi cuaderno. Finjo observar los renglones vacíos y con el bolígrafo azul garabateo caricaturas.

—Quizá pecas un poco de extremista, Am. —susurro repentinamente cohibida. —David me da algo, para recibir otra cosa a cambio. Cosa que no sé qué es, pero que en algún momento pienso descubrir.

—Escúchame Char, ni siquiera llegues a imaginar que estoy de envidiosa. —Rechina los dientes y noto de refilon cómo su delicado puño adornado de varias pulseras y anillos, se cierra con fuerza encima de la mesa. —Solamente siento rabia.

—¿R-rabia? —Balbuceo.

Afirma.

—Rabia porque Carlo se consiguió a otra. Rabia porque tiene una bebé más joven. ¡Creo que de diecisiete! —Gruñe y un carraspeo de Dolores en advertencia nos obliga a callar breves instantes.

—¿Diecisiete? —pregunto atónita.

—Sí. ¡Si supieras con las edades que algunas chicas se inmiscuyen en las relaciones azucaradas! —resopla escupiendo risitas traviesas —yo fui una, no puedo criticarlo.

Trago saliva.

<<Indudablemente algún día le pediré detalles exhaustivos de su pasado. De aquello que bien calladito se traía.>>

—Pero no entiendo qué te molesta de eso. —murmuro. —Tú misma mencionaste que... Podías tener a... A los hombres que quisieras en tanto los contratos lo admitieran. 




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