Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

El corazón late a un ritmo desenfrenado y es el aliento dulce de Nicolas, sumado a sus palabras lo que me desconcierta, lo que ya no me deja pensar, lo que me hechiza.

—¿Estuviste... —balbuceo arqueando mi cuerpo hacia él. Pues es placentero que me besen de una manera tan caliente, que dejen huellas que quemen la piel, que me hablen así, entre susurros. ¡Sencillamente el hombre que me persigue sin descanso llegó para hacerme caer! Y lo logrará. Ya lo traigo asumido: tarde o temprano lo logrará. —¿Estuviste escuchando mi conversación? —Pregunto recurriendo a la mayor fuerza de voluntad, para no demostrar debilidad. Para que mi voz no se quiebre y él sepa cuánto me excitan sus besos. Cuánto su sola presencia me enciende.

La presión del cuerpo robusto sobre el mío aumenta, y las castas risitas escapan de los labios masculinos.

—Perdóname, muñeca. Fue inevitable ir caminando detrás de ustedes y oírlo.

Pego las manos a la pared que me sostiene, evitando así tocarle. Deslizo la vista por todo el cuarto de aseo y me concentro en las escobas cubiertas de telarañas ubicadas al otro extremo. Las escudriño como si ellas en algún momento fueran a moverse del lugar, o brindarme la distracción necesaria con la cuál no pasarme de la raya.

—¿Por qué te callas? —Indaga interrumpiendo la caricia., mordiendo la golosina que tanto ha de fascinarle.

Trago saliva, y gracias al sonido del caramelo crujir, lo miro. ¡Madre bendita que verle ladear una sonrisa me alborota!

—Es sólo... Sólo que...

La mueca de arrogancia y superioridad crece. Su ceja de tonalidad miel, (al igual que el corto cabello), se enarca y el perfil anguloso, tremendamente varonil se vuelca hacia el lado izquierdo.

—¿Acaso quieres probarlo? —Insinúa acercándoseme, deslizando su lengua con fragancia a naranja por la comisura de mis labios. —Puedo convidarte si gustas, preciosa.

Cierro los ojos inmediatamente le escucho. No logro controlarlo. Deseo apretar mis muslos para disimular el cúmulo de sensaciones lujuriosas, que empiezan a arremolinarse en mi interior, pero su rodilla es un gran impedimento. Estoy enteramente a merced del flautista de Hamelin, que me dirigirá directo al precipicio.

—En realidad quiero salir de aquí, Nicolas. —Musito, y miento. Principalmente, miento.

—Por una vez, Charlotte, ¿por qué no eres honesta? —sisea fulminándome con sus retinas verdosas, que hoy parecen brillar más que nunca. Quizá gracias a la poca iluminación, quién sabe.

—Estoy siendo honesta... —me defiendo evadiendo el contacto visual.

El agarre en la cintura cesa, y una de sus manos va a parar a un lado de mi cabeza apoyándose en la pared, mientras que la otra me toma el mentón, obligándome a hacer lo que no ansío: observarle.

—Estás mintiéndome. —asevera con seriedad, con sensualidad, con una seguridad que me aplasta. —Y no me gustan éste tipo de mentiras. —Recalca añadiendo—Vamos de nuevo: ¿por qué no eres honesta, hechicera?

Resoplo, y aunque anhelo decirle que la fantasía de ser suya, de perder mi inocencia aquí mismo, me ronda por la mente, únicamente gimoteo y vuelvo a desviar el rumbo de la conversación.

—Déjame ir, Niko.

—Mmm... No. Respuesta equivocada. —Murmura besándome, invadiendo su lengua mi boca y el dulzor del caramelo condimentando el beso. —Muy, muy equivocada. —puntualiza separándose unos segundos y retomando un mimo salvaje, intenso pues coge mi nuca y sus dedos se enredan en mi cabello profundizándolo., permitiéndome disfrutar de la situación., e instar a dejarme llevar, a fin de cuentas aún negándome, él no se rendirá. Eso está más que claro.

Coloco ambos brazos alrededor del cuello masculino, imitando el sensual y húmedo movimiento que la boca sapiente de Niko traza. Me muevo al compás de sus labios y saboreo lo que pueda brindarme.

—¡Maldición! —Gruñe al sentir cómo le acaricio la corta melena acaramelada. —Eres perversa conmigo. —Dice alejándose algunos centímetros para recobrar el aliento. —Cruel, y así me encantas. Que sí, que no. Me ignoras, pero respondes si te busco. —confiesa de manera casi incoherente. —Me salvas y me destruyes, mujer. De verdad me destruyes.

—No... No te entiendo.

—No quiero que me entiendas. —masculla, —Ojalá nunca me entiendas, porque si ese día llega, huirás lo más lejos posible de mí.

Frunzo el ceño. Verdaderamente no comprendo a qué se refiere.

—Niko...

—No. Sólo cállate. Cállate y déjame hablar. —objeta con ese carácter cambiante que me resulta adorable, también preocupante. —No soporto, es algo que no tolero, Charlotte. Pasé toda la noche intentando restarle importancia al hecho de que estoy jodido y tú no estás disponible de la forma que quiero. Sé que debo alejarme, porque ya no es normal el efecto que surtes en mí. —Suelta un suspiro agobiado y acuna mi rostro con los dedos, —Eres una mujer prohibida, terminarás rompiéndome en mil pedazos de mierda, y lo peor es que no me importa. —carcajea varonil, —no me importa que me hagas añicos, porque si te pienso, si te beso, si te sueño, estoy bien. ¡Estoy bien!— repite repentinamente ausente. —Sin embargo resulta inevitable el cuestionarme qué es lo que me pasa contigo, porque ya no se trata de atracción, no. Creo que es más que eso. ¿Acoso? —retoma las risas y parpadeo. Son demasiadas palabras incongruentes las que recita. —Definitivamente no es acoso. Nunca fui un acosador. Siempre tuve a la mujer que se me antojara. Entonces, por favor aclárame la mente: dime, ¿qué es lo que me vuelve loco?

Inhalo profundo. Su confesión consiguió descolocarme.

—Nicolas... Nicolas., ni siquiera yo lo sé.

—¿Te gusto? —Indaga preso del infantilismo, —¿O mi terquedad, las ansias de tenerte para mí, te obligan a actuar? Charlotte, ¿me piensas como yo te pienso cada puto momento? Traigo contados los días que desde que te conozco dejé mi vida atras. Literalmente la dejé atrás. Dejé vicios, mujeres, intento dejar rencores, y odios, porque graciosamente, evocarte a ti, tu sonrisa, tus ojos, cómo te sonrojas, cómo cada acción tuya acelera mi pulso, me frena a caer en lo que odio.




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