Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA

Abro la boca y la miro.

No puedo creerlo. De verdad, que no puedo creerlo.

—Dime... —carcajeo de forma ruidosa. Sin parar, acaparando la atención de los clientes presentes. —¡Perdona, perdona! —Pido depositando las bolsas encima de la mesada y aumentando las carcajadas.

¡Nunca había escuchado una idiotez más grande que ésta!

Y el repetírmelo mentalmente, obliga a inclinarme y posar ambas manos sobre las rodillas.

Pequeñas lágrimas producto de la risa ruedan por mis mejillas y Ámbar suelta un gruñido ofendida.

—¡No entiendo qué te hace tanta gracia! —Bufa. —Hablaba en serio.

Inhalo profundo recobrando la compostura y sacudo la cabeza de derecha a izquierda, intentando acomodar el cabello algo desarreglado. Ese que no sabe ser ni lacio, ni rizado, sino ondeado. Un auténtico martirio personal para mí y el cepillo.

—Es el problema. —susurro soltando paulatinamente el oxígeno. —¿Hablabas en serio?

Chasquea la lengua visiblemente molesta y cogiendo sus compras abandona la heladería.

Reanudo las risadas incrédulas, y sosteniendo las mías, le sigo.

—Am. —La llamo, al mismo tiempo que muerdo mis labios, evitando el continuar burlándome de su reflexión. —¡Ay am, no te enojes!

Me fulmina con sus retinas acarameladas y podría apostar a que si tuviese una metralleta, no dudaría de utilizarla exactamente ahora, poniéndome a mí de blanco.

—Vete a la mierda, Charlie. —Espeta apagándole la alarma al automóvil, terriblemente aparcado frente a la heladería.

Ruedo los ojos y abro el lado del acompañante.

<<Aquí llega una de sus escenas histéricas, insufribles, de las que odio y me divierto en partes iguales.>>

—¡A veces pareciera que me tomas el pelo! —Digo seria, abrochándome el cinto de seguridad. Percatándome de su ojeada irritada —No me mires así., te confieso que me derrito por Nicolas. Que lo extraño. Que es verlo y enloquezco, y tú sales con frases incoherentes.

—No soy adivina, —musita bajando los alterados decibeles, colocando la llave y encendiendo el coche. —Y menos entiendo ese miedo tuyo de imponerte, de empezar a jugar como David Henderson.

No es miedo. —Declaro echándole un vistazo a la pantalla del iPhone, y al texto de daddy, quién indica que sobre las nueve pasará a recogerme personalmente. <<Nos quedan detalles importantes que ultimar, y exclusivamente pensarlo, me convierte en un terrible manojo de nervios. Pensar que no tengo noción de lo que es catar un jodido vino, me estresa.>> —Es respeto. —sentencio guardándolo en la cartera tras responderle un Okey, y el informe rápido de mi día de compras. —Sonará gracioso, pero realmente le respeto. Admiro su frialdad, su audacia, la manera que tiene de estar permanentemente un paso adelante.

Esboza una sonrisa y niega mientras se adentra en la jungla de interminable tránsito.

No te gusta. —Insiste, presionando la bocina para agilizar en vano, el pesado tráfico.

—No Ámbar. —Mascullo, —A mí me gusta mucho, —resoplo, —¡muchísimo, Niko!

—Pues perfecto. ¡Excelente! —Festeja con efusividad, chocando las palmas en el volante. —Porque entonces podrías darme su numerito de teléfono. —mordisquea el borde inferior y con cierta lascivia añade—: está para cometer un crimen el veterano. Indudablemente lo que vengo necesitando, ¡un buen crimen!

Abro la boca atontada por lo que oigo.

—¡Qué cosas dices! —Exclamo asombrada.

—¡No va de tonterías, eh! —se defiende suspirando aliviada, al recibir el pase libre de acelerar a fondo. —Tampoco pretendo robarte a tu papito. Pero, ¡uf Char! Si únicamente escucharle hablar soy capaz de alborotarme, imagínate un encuentro de hotel. —Suelta una risita perversa agregando—: ¡le ofrezco yo dinero, con tal de que haga realidad mi fantasía!

Arrugo el ceño comprendiendo que el momento de divague se le ha ido al demonio. <<No. No quiero ni imaginármelo.>>

—David no es tu estilo de hombre. —Suelto sin razonarlo demasiado.

Enarca una ceja, y el semblante delicado, bien marcado y algo trigueño termina tornándose serio.

—Me di cuenta, por lo que me comentas, justo de lo contrario. Sí es mi estilo de hombre: un sujeto calculador, estremecedor, seguramente sabroso como un vino añejo. —Cortos segundos de silencio nos inundan y concluye—: no me importa la edad.

—Amiga...

—Seis meses vuelan. —interrumpe —Créeme enana, que no puedo evitarlo. Donde pongo el ojo, pongo la bala y juro que tu depósito bancario de canas y cuerpo ejercitado, me encanta.

—Es viudo. —Puntualizo tajante—. Amó, ama y amará a su difunta esposa. —Acoto mirándole con preocupación.

Puesto que esa tendencia a ansiar lo que sea, en el instante que se le antoja le traerá problemas. Terribles problemas, porque conociendo a David, doy fe de que no es un hueso fácil de roer.

—¡Al carajo! —Viborea embravecida. —Y yo no soy virgen, o una inocente mujercita. Ya me enamoré, y me fue como el culo. Me acosté con quién desee, y me rompieron el corazón a diestra y siniestra. —Rechina los dientes—. El pasado no implica nada, ni siquiera el presente o el futuro, Charlotte., tan sólo busco saciar la curiosidad. Sólo quiero probar a ese tipo condenadamente irresistible. Y tú debes ayudarme.

—¡Ay claro! —Ironizo aún procesando sus vocablos. —Un día cualquiera, le confieso que mi mejor amiga, encaprichada con poseerlo todo, desea saciar la curiosidad, a ver qué tal.

—¡Por algo se empieza! Aparte, eres su dama de compañía. —espeta recorriendo la avenida principal en dirección al suburbio, —Habrán cenas a las que él querrá ir contigo. Eventos, fiestas, celebraciones, lugares donde yo puedo asistir... Y enredarlo, atraparlo.

—Estás mal. —declaro negada a inmiscuirme en sus ideas locas.




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