Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

—O... —Trago saliva. <<¡De verdad que ésto no me lo esperaba!>> —¿O-orianna Henderson, dijiste?

Ríe con intensidad, y apresa aún más mi mano, la cuál, seguramente estará sudando en frío gracias a los garrafales nervios que me consumen hasta las entrañas.

—Sí. —Asevera bastante simpática. —¡La misma!

—¡Ah! —Jadeo esbozando muecas que distan de asemejársele a una sonrisa. —I-igualmente. —Puntualizo percibiendo la sangre agolpándose directamente en mis pies.

Tira suavemente de mi extremidad y me conduce a los sillones, (únicamente dos) que adornan el interior del avión.

Un avión que con honores llevaría el título de jet personal. Tapizado de moquette azul, en dónde mis zapatos se hunden., invitando a descalzarme y descubrir si es tan sedosa como aparenta.

—¡No te aflijas! —susurra alegre., quitándome la valija, y entregándosela a la azafata. —¡Juro que no soy igual a los ogros Henderson! —Se desploma en el asiento, y abrocha su cinturón de seguridad. —¡Anda ven! Serán dos horas de vuelo, necesito conversar para no dormirme.

Parpadeo asombrada por la algarabía de esa chica.

Una que de buenas a primeras, dejando de lado la rabia, (consecuencia de la actitud de Nicolas, o de David al enredarme con mentiras), me causa agrado.

Aún manteniéndome en retaguardia porque lleva ese apellido terrible que la liga al daddy., y porque existe un lazo de familia que sin querer, o intencionalmente queriéndolo se interpondrá en lo que debería ser mi territorio neutral para acercarme a quién despierta pasiones y también broncas.

Espantoso realmente, puesto que el mote imponente, augura genes compartidos. Y los genes del magnate resultan evidentes: manipulación, sagacidad, e instinto.

La observo precavida y sigilosamente me acerco al sofá que aguarda por mi trasero. La iluminación es muy tenue, a lo sumo cuatro ventanillas circulares adornan las paredes de acero, y una mesilla ratona de material desconocido es lo que engloba el mobiliario del diminuto pero soberbio cubículo.

El aroma particular de lavanda invade mis fosas nasales, y me gusta., tanto que hasta disfruto el acurrucarme en el asiento.

¡Bendito el que diseñó semejante diván!

—¡Mmm! —Gimoteo olvidando la presencia de la exuberante dama que, riéndose de mi deleite personal, me devuelve al presente vergonzoso. —¡Lo siento! —me disculpo abochornada.

—¡Descuida! —Chilla levantando la mano. —¡Dije exactamente lo mismo cuando me senté en uno por primera vez! ¡Son más sabrosos que un masaje! —revolotea sus largas y tupidas pestañas añadiendo. —: ¿Quieres beber algo?

Arrugo la nariz y la veo sustraer de un pequeño frigo bar próximo a su butaca, dos botellas de vidrio, con etiqueta de algún costoso licor. 

—No. Gracias. —Musito confundida. Siempre creí que eran las azafatas las que servían los aperitivos.

—Espero que no te moleste. —Sopesa girando la rosca de un recipiente del que emana un fuerte aroma. —¡Amo el whisky escocés! A todo lugar donde voy, él me acompaña. 

Reprimo risitas irónicas: ¡vaya diferencias en la familia real!

David impartiendo su ley femenina.

Una Henderson tomando whisky como si fuese agua mineral.

—En lo absoluto. —Concilio logrando que el clic del cinto resuene y así, el avión inicie su recorrido en pista para despegar. —Igualmente no soy amante del alcohol.

Abre los ojos sorprendida y vaciando el contenido del vaso murmura —: ¿Entonces qué carajos haces en camino a una cata de vinos?

Me encojo de hombros.

¡Caprichos de Daddy!

—Me lo pidió el señor Henderson. —Respondo, —Desconozco los motivos, sólo sé que habló de un viaje urgente...

Niega y aprecio su divino cabello largo, moverse de un extremo al otro.

—¡Qué cabrón! —Bufa largando risitas. Alegres risitas que denotan un leve estado de... ¿Ebriedad? —¡Debería realizar un viaje urgente sí, pero al psiquiatra!

E inevitable resulta, (todavía sin saber qué parentesco la une a David) no estallar en carcajadas.

¡Me encanta su chispa!

¡Su sinceridad!

Su manera de demostrar que el mundo, le importa un cuerno.

—Eres... Eres graciosa.

—¡Ay no me digas que no! —Vocifera ahogando jadeos, al percibir una compartida sensación de pesadez tras elevar vuelo. —¿Cuánto llevas trabajando para él?

—Una semana. —Resoplo.

—¡Uf! ¡Te faltan presenciar los verdaderos ataques de histeria de ese viejo! —soba por la nariz, y sirve al tope, nuevamente el cristal. Contando ya el tercero en cuestión de minutos que bebe. —Andrea, su anterior secretaria no lo soportaba. Bueno, honestamente nadie la soportaba a ella. Tenían un amorío y cuándo nos enteramos... —Corta inmediatamente las palabras, comprendiendo que su lengua fácil de letras le ha jugado una mala pasada.  —No tendría que habértelo dicho. Perdón.

—No... No... —Susurro sin saber a ciencia cierta qué contestar. El dato me asombró. —Supuse que Andrea estaba de vacaciones.

—¡Vacaciones permanentes! —Declara recobrando su glorioso humor, y olvidándose de la metida de pata. —Ahora, por favor, no me digas, que no bebes whisky escocés porque David te lavó el cerebro con locas ideas de estereotipo de mujer perfecta.

—Eh... Eh... —<<En parte.>> Pienso. —Nunca lo probé, no obstante, sinceramente no me atrae.

—¡Ah si es eso, puedo perdonártelo y ofrecerte... No sé! —Dicta inclinándose hacia el frigo bar, y enseñándome una cerveza, —¡Corona! —Destaca—. Ésto sí que es un deleite. No lo niegues.

Y aunque no soy partidaria de la cerveza, me resulta tan amable Orianna, que rechazar su invitación sería un atrevimiento de mi parte. 

—¡Okey! Que sea una Corona. —anuncio estirando la mano, y agarrando la botella helada. Dándole un trago largo y suspirando de placer al palpar el líquido amargo, burbujeante, gélido, descender por mi garganta. —Me... ¿Permites hacerte una pregunta?




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