Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

DAVID

—Espero que estés seguro del movimiento que diste. —Espeta mi mejor amigo., socio en los negocios, y cómplice en la vida.

Se recarga en el asiento, e inclina la cabeza hacia atrás rendido. Ya sabe lo que vendrá., lo tiene asumido y por eso ladeo una media sonrisa.

—Siempre estoy seguro de mis movimientos, Carlo. —respondo observando el último golpe letal para hacerlo otra vez. Para ganarle. —Incluso antes de planificarlos, la seguridad me invade. —Resoplo y le muestro la prueba fehaciente de una nueva partida de truco sudaca, en donde yo, soy el vencedor. —Te gané.

Chasquea la lengua, y lanza lejos los naipes de baraja española que guardaba en la mano. ¡Pensaba que tal vez hoy era su día de suerte, y se adjudicaría una victoria!

¡Pobre de mi amigo!

Parece olvidársele que en juegos de azar., razonamiento y estrategia, sencillamente soy el mejor.

Aunque supongo que ya lo tiene en claro. Hace más de tres horas, nos reunimos en el lobby de mi morada para compartir whisky, charlas, infidencias y no he hecho más que vencerlo: en ajedrez, póker, o truco.

—¡Es que me estás cagando, cabrón! —Exclama ofuscado. Levantándose de la silla reprimiendo rabietas, y dirigiéndose al mini bar donde recargar los vasos de licor.

Estallo en carcajadas y posteriormente suelto un suspiro triunfante.

¡Cuánto me gusta ganar!

¡Cuánto amo la adrenalina que siento, al comprender que si quiero, lo controlo todo!

Desde un juego de cartas, hasta inclusive el encuentro clandestino, de dos personas a kilómetros de distancia de mí.

—Necesitas más práctica. —Digo colocando las manos en la nuca, inspirando hondo y tranquilo. Por primera vez después de mucho tiempo, estoy tranquilo.

—¡Y tú una buena paliza, a ver si bajas esos humos de viejo egocéntrico! —Contraataca adornando los recipientes con dos cubos de hielo.

Retiro la silla, y acomodándome el pantalón deportivo camino hacia el sofá.

Me desplomo en medio de los cojines, y observo directamente al capullo con el que mantengo una amistad desde el día que me casé con Sophie.

¡Ese que antes de convertirse en mi compinche, supo ser el cretino que me hizo la vida imposible durante el noviazgo de su hermana menor!
El único e incondicional sujeto que jamás me juzgó, cuando por una macabra treta del destino, mi par en el mundo y la luz de sus ojos, dejó de existir.

Carlo, mi cuñado, quién haciendo caso omiso al desdén de mis hijos, a mis cagadas de esposo poco ejemplar, y una culpa que me aplasta día a día, se mantiene firme, fiel, y ante todo solidario.

—¡Hey David, te estoy hablando! —Rechista tendiéndome el vaso de whisky. Obligándome a parpadear sorprendido.

—¿Qué decías? —Pregunto.

—Que creo, ¡no! ¡Afirmo! Que cometiste una falla garrafal.

Frunzo el ceño. —¿A qué te refieres?

Los ojos grisáceos, tan iguales a los de mi difunta esposa me fulminan, y sé que vendrá un sermón.

A punto de cumplir cincuenta y uno, siguen regañándome.

—¿Te volviste más loco de lo que ya estás? —cuestiona sin brindarme una explicación razonable al porqué de su arrebato histérico. —¿Cómo dejas todo librado a la suerte, David? ¿Dónde mierda quedó tu sagacidad? ¿Buscas tirar por la borda meses y meses de tácticas retorcidas ahora mismo?

Bufo y le doy un trago a la bebida color caramelo.

No es la marca que acostumbro tomar, pero entiendo que el paladar de Carlo es bastante deplorable, así que no tengo otra opción más que acompañarle.

—¿Lo dices por mi hijo y Charlotte? —Interrogo ojeando al frente, allí donde la sección de fotos familiares se vislumbran con recuerdos de genuina felicidad. Felicidad que añoro algún día recuperar.

—¡Aleluya! —Ironiza levantando las manos.

—No hay de qué preocuparse. —Siseo.

—¿De verdad? —Enarca una ceja. —Ella está alejada de ti, de tus cláusulas, David. En medio del alcohol, y las tentaciones. ¡Si hasta yo me di cuenta que esos dos se comían con la mirada el día de la junta de accionistas!

—Charlotte es una chica inteligente. —Escupo sonriente. —Mi bebita no es tan... Impetuosa como tu... Ámbar.

Abre la boca, dispuesto a retrucar mis palabras e inmediatamente la cierra al evocar a su condenada, manipuladora, y pequeña víbora ambiciosa.

—¡No comprendo porqué metes a Ámbar en ésto! —Declara molesto. Enojado puesto que he tocado su talón de Aquiles.

No sé qué demonios le habrá hecho esa mujercita enredadora, pero lo trae agarrado de los huevos desde hace precisamente, un año ya.

—A fin de cuentas es gracias a ella, que pude contactar a Charlotte. —Recito encogiéndome de hombros. —¡Vaya coincidencias del destino! Tú, acostándote con la mejor amiga de la señorita a quién pretendo ayudar...

—¡A quién pretendes destruir, querrás decir! —Masculla sombrío. —¡Debiste dejar las cosas como estaban, no orquestar semejante porquería!  —pasa las manos por el cabello rizado, corto, oscuro añadiendo, —Me arrepiento de haber convencido a Ámbar, para que la incentivara a hacer lo mismo que ella. De verdad me arrepiento, te hubieses evitado el embrollo, David.

—Habría ingeniado otra excusa igual de macabra, Carlo. —Corrijo sereno, contemplando el reloj de pared, bien situado en lo alto del yeso. —De alguna manera necesitaba éste vínculo. De alguna forma me urgía comenzar a devolver lo que, cegado por la rabia le arrebaté a su familia.

—¡Entonces porqué no la citaste en tu oficina, le hablaste con sinceridad y listo! —insinúa él, conociendo de sobra mi respuesta.

—¡Soy un hijo de puta que no da nada porque sí, simplemente! —Espeto. —Vi en Charlotte la oportunidad perfecta para desintoxicar a mi hijo. —Preso de la impotencia, por ver a quién quiero sumergido en la mierda, de un salto quedo de pie y golpeo el pecho con mi puño izquierdo. —¡Es mi hijo! ¡Perdí a mi pequeña Madisson, y fue suficiente tortura! Interné a Nicolas, lo mandé a terapia, hice lo que estuvo a mi alcance, deseando recuperarlo y fallé. —Limpio lágrimas dañinas que caen con sigilo, y sonrío —Pero esa niña lo está curando. Está haciendo lo que Orianna, Erick o yo, no pudimos: alejarlo de las drogas. Alejarlo de Natasha.




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