Estoy sofocada., y no sé si es a causa de una decisión arriesgada, de la cercanía peligrosa de Nicolas, o el hecho de verle luciendo una simple bata blanca, abierta a la altura del torso.
—Charlotte: no dudes. —Ronronea acariciándome con la punta de su nariz el mentón, —No haremos nada que tú no quieras. Así que no temas, y tampoco te arrepientas.
Vuelco la cabeza hacia un costado, permiténdole libertad para obrar en mi piel, y me reitero mentalmente lo mucho que me costó decidir.
Dos horas, (después de la cata), estuve sentada en el borde de la cama, pensando qué demonios hacer.
No busqué consejos. Tampoco evoqué a terceros, consecuencias devastadoras, o un contrato estricto.
Únicamente, de manera egoísta, y cegada por el impulso, vi por mí, por lo que quiero, y por lo que necesito., resumido ello básicamente a un sólo nombre: Nicolas.
—No estoy arrepentida. —Declaro separándome de él algunos centímetros, observándolo embelesada. —Nerviosa, sí.
Esboza una magnífica sonrisa y estira la mano en mi dirección.
—Ven. —Dice en un susurro muy varonil. —ven conmigo, linda.
<<Respira Charlotte.>> Reflexiono inhalando hondo. <<¡No te olvidaste de cómo respirar!>>
Acepto la invitación y enlazando sus dedos en los míos, nos dirigimos a la enorme cama que adorna la recámara, un poco más grande en comparación a la que yo ocupo.
Las piernas flaquean al dar cada paso, y Niko estalla en risitas percatándose del detalle. Toma lugar en uno de los extremos y con suma sutileza me sienta en su regazo.
—Antes de que golpearas —murmura hundiendo la mano en mi cabello. Acariciándome los rebeldes bucles que se formaron gracias al vapor de la ducha. —, estaba en la terraza mirando las estrellas. —Juguetea con los mechones y cierro los ojos. Disfruto del masaje. —Y pensaba en ti, hechicera.
—En... ¿En mí? —Tartamudeo.
—Sí. En lo mucho que quería tenerte conmigo hoy. —confiesa cesando la caricia, y rodeándome la cintura con ambos brazos. —Soy feliz de sentirte cerca, bruja.
Esbozo una mueca de satisfacción, acurrucándome entre su torso cálido, y las extremidades ejercitadas. Ladeo hacia atrás la cabeza y me recargo en el hombro masculino.
Podrá resultar inapropiado, o incitador el gesto, pero nada en Nicolas indica más que un cariñoso contacto, y ese punto particular, me brinda cierta confianza para encontrar (cuál felino), una posición cómoda.
—¿Te confieso algo? —Pregunto aún de orbes cerradas. Notando cómo sus labios se posan en mi cuello.
—Me encantaría... —Susurra provocándome cosquillas.
—Te extrañé de una forma terrible éstos días.
Toma una corta distancia, su pecho se infla y lentamente exhala el oxígeno, repitiendo el proceso unas dos veces más.
—¿Lo dices en serio? —Cuestiona sorprendido por mis palabras.
—Muy. —Añado abriendo los ojos, observándole de soslayo. —Y sufrí como nunca, el día que te fuiste de la universidad.
—Perdóname —sisea —Generalmente el carácter me juega una mala pasada, cuando una situación no me gusta. Lo siento.
Quitando sus manos de mi cadera, de un brinco me pongo en pie, y le sonrío enternecida.
Aparte de guapo, sexy, y seductor: un completo encanto.
—No hay porqué disculparse, —Espeto bajo su mirada expectante. —Sé que irrito demasiado. Lo sé.
Cambiando de postura, y colocándome a horcajadas de él, reposo los brazos alrededor de su cuello. Toco el cabello corto, las venas que se marcan en la piel trigueña y aprovecho la cercanía para besarle la mejilla cubierta de una suave barba.
—Eres... Hermosa, Charlotte. —Balbucea agitado, deslizando el índice por mi espalda, a través de la columna vertebral. —Hermosa al hablar, al sonreír, de cualquier forma eres bellísima.
—Y tú, eres... —Indico en tanto pruebo con descaro la comisura de sus labios. —Un hombre que me fascina.
Olvida el mimo delicado y me pega a su pecho. La leve fricción de nuestros cuerpos separados por muy poca ropa, empieza a excitarme y solamente pienso en moverme con más ímpetu.
En transformar una caricia inocente, en la antesala de un encuentro lujurioso que me tiene a mí, como la chica inexperta, y cohibida., anhelando entregarse a los placeres pasionales.
—Me... Vuelves loco. —Dice apoderándose de mi boca con intensidad. Besándome de una manera demandante, pero deliciosa. Mordiéndome el borde inferior suavemente y tirando de él, para después, con una posesividad fabulosa, enredar su lengua caliente, con sabor a golosinas, en la mía.
Utilizando los pulgares, trazo círculos en su nuca y los deslizo por la clavícula, el tatuaje de dos simples letras y los pectorales bien definidos.
El clima en la habitación comienza a caldearse, y mi necesidad de probar más, gana la partida al pensamiento racional.
Siento la dura masculinidad de Niko, escondida en la tela afelpada, y es inevitable el moverme por instinto.
La excitación me invade y ya no consigo hilvanar ideas, sólo actuar. Cegada por la lujuria fricciono mis muslos contra su erección cada vez más dura y gozo.
Gozo, al rendirme ante mis impulsos primitivos, sexuales.
Tanteo los dedos de forma temblorosa por la bata, y busco liberar una anatomía que seguramente en piel, habrá de verse el doble de apetecible que vestida.
Acertando al objetivo, y realizando movimientos torpes, el nudo cede, y la tela se abre permitiéndome apreciar un abdomen marcado. Tan delineado como una gran tableta de chocolate, junto a un bóxer elastizado, a juego con el que aparenta ser el tono de la jornada: blanco.
Una prenda interior Calvin Klein que perfectamente lo podría llevar a la cúspide del modelaje si lo quisiera.
Porque indudablemente, su cuerpo es la gloria. Es perfecto. Es la réplica de Adonis, o Apolo, o Narciso., o los tres juntos.