Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

—Apuesto a que no piensas devolvérmelas, ¿verdad? —Insinúo disimulando una sonrisa mientras sigilosamente nos acercamos a los integrantes del tour.

—¿Lo qué? —Dice con retórica, haciéndose el desentendido. —Es que ese vestido tuyo me puso medio loco, y me olvidé de lo que hablábamos. —Añade con picardía, adelantándose unos pasos y permitiéndome a mí, la panorámica ideal de su cuerpo escultural.

Apresuro el andar y, resoplo avergonzada —¡Mis bragas, Niko!

Se detiene abruptamente y cogiéndome el antebrazo, me pega a su torso para plantarme un beso fugaz en los labios.

Un magnífico beso robado, del que nadie se percata.

—Cierto. —Concuerda, —Tengo ambas, muñeca... —Susurra mordiéndose el borde inferior, —Pero la que me calienta sólo verla, es la que te quité anoche. —Su boca roza el lóbulo de mi oreja y sentencia —: de haber sabido que eso se escondía bajo el pijamas, aunque patalearas, habría dejado la luz encendida.

—¡Ay, basta! —Exclamo ruborizada. —¡Nos están mirando! —invento para alejarlo de mí y, no perder el control.

Ignorando mis frases, suelta una carcajada ronca que envía oleadas de excitación a través de todo mi sistema.

—¿Acaso la quieres de nuevo? —Provoca.

Chasqueo la lengua y, abro los ojos sorprendida —¡Pero qué cosas dices! —Murmuro, —¡Claro que no!

Se encoge de hombros y tomando cierta distancia, del bolsillo de la chaqueta veraniega, saca unas gafas de sol color caramelo, a tono con su cabello.

—Qué bueno. —Puntualiza colocándoselas, aportándole a su aspecto casual (de ajustados pantalones beige, camisa lila y chaqueta gris), elegancia, pero sobre todo sensualidad. Desde cualquier ángulo, y con cualquier indumentaria (o libre de ella), Nicolas es un hombre deleitante. —Porque tampoco pensaba devolvértelas. —Da la vuelta y finaliza —Si cambias de parecer y, de pronto te das cuenta que las quieres, tendrás que ganártelas.

Lejos de reflexionar acerca del desafío, observo su forma varonil de caminar, la manera en que su espalda ancha se delimita con perfección, gracias a la tela ligera que lleva puesta y, cómo los colores claros le sientan de mil maravillas a sus piernas ejercitadas y, a su trasero glorioso.

Necesitaré un babero con urgencia.

Eso es obvio.


Aliso la tela del vestido, e inhalando hondo doy zancadas en dirección al grupo de cuatro personas, que comienzan a marchar fuera del hotel.

Uniéndome a la reducida tropa, quién lleva la voz cantante me sonríe apenas el soleado  día, nos golpea el rostro. —Es recomendable que tengas una. —Sugiere entregándome una botella de agua fría. —Las altas temperaturas suelen ser sofocantes, y el recorrido abarca al menos unos cinco kilómetros.

—Gracias. —Digo aceptando gustosa, lo que podría resultar mi salvación a la inminente muerte por deshidratación.

Nicolas se sitúa a mi lado y su dedo índice acaricia mi hombro —Te broncearás, muñeca.

Enarco una ceja y lo miro —Tú te vaporizarás. —Ironizo señalándole el atuendo que únicamente le causará calor.

Chasquea la lengua y atrevidamente enreda su mano en la mía, para seguir en sintonía los pasos del grupo.

—Te equivocas. —Susurra, —Porque pretendo quitármela toda, en un rato. —Rápidamente el rubor vuelve a teñir mis mejillas. Apuesto a que quedé roja y, no, no es a causa de las elevadas temperaturas. —Considero que deberías hacer lo mismo, —Se corrige pensativo—, sí, es lo ideal, que tú y yo nos quitemos toda la ropa. ¿Qué te parece?

Ya no sé qué es lo que me cohíbe más, si sus vocablos excitantes, o el gesto íntimo, el que delata un vínculo afectivo, no de colegas laborales.

—Niko... —Siseo, moviendo los dedos sutilmente para zafar del apretón.

—Aquí, en éste preciso instante nadie nos conoce. —Declara observando al frente, donde los viñedos tupidos, llenos de uvas se vislumbran. —Somos desconocidos a los ojos de éstas personas. Déjate llevar., si yo sé que te gusta. —Vuelca el perfil en mi dirección, y a pesar de que las gafas me impiden ver sus orbes, juro a que las retinas verdosas me fulminan —¿O es que no te gusta? ¿No quieres que te tome de la mano? Pues dímelo y, ya.

Niego inmediatamente.

Me encanta la acción.

Pero es peligrosa.

Para mí, es peligrosa, porque no me fío de nadie., menos cuándo al daddy no se le escapa ningún detalle.

—No es eso. Quiero estar así, pero...

—Entonces no se diga más, Charlotte. —Interrumpe, —Hagamos lo que querramos, al menos hoy, que estamos tan lejos de la miseria de Washington.

Seducida por sus frases sinceras, alzo nuestras manos enlazadas y beso los nudillos masculinos.

—Porque es el último día y, tienes razón. —Afirmo esbozando sonrisitas y, un matrimonio, ojea la escena con embeleso.

—Disculpen la osadía —Dice la mujer, que en apariencias simula ser mayor que yo. —¡Pero qué hermosa pareja!

—G-gracias. —Musito sin saber qué carajos responder.

—Hacía muchísimo tiempo que no veía dos chicos tan guapos juntos. —continúa ella alegre, ignorando las miradas reprobatorias que le da su marido. —¿Están de paseo romántico? —Indaga curiosa.

—¡Ay Ana no seas cotilla por favor! —Sermonea el sujeto a su lado, cogiéndola del brazo y distanciándola de nosotros.

—Cuándo se casen, y se vuelva como él —Indica rodando los ojos, —: tú niña, rómpele un sartén en la cabeza.

Reprimo risas, en tanto Niko estalla en carcajadas. El tour por el viñedo inició pero es imposible poner la debida atención teniendo a una dama extrovertida como compañera de recorrido.

—Mejor dicho. —Contradice su esposo. —Muchacho, cómprate tapones para los oídos, porque con el paso de los años se vuelven insoportables —. Las risadas varoniles se intensifican y, yo solamente muero de la ternura al ver el amor que se profesan. Ese amor que bajo peleas chistosas demuestra su autenticidad. —Todavía me estoy preguntando porqué demonios me casé, si con mi casillero de cervezas y el fútbol los domingos, era feliz.




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