La emoción al escucharle decir eso me inunda el alma y, cuando abro la boca para responder que a mí también me pasa lo mismo, que también lo quiero, (lo quiero mucho más sabiendo incluso que no puedo sentir cariño), su índice sella mis labios impidiéndome formular palabra alguna.
—No digas nada, Charlotte. —Pide apresándome por la cintura, pegándome a su torso húmedo, tibio y, el resguardo donde podría quedarme largas horas sin rechistar. —Sólo disfrutemos de estar así, tú y yo, abrazados después de hacer el amor. De no reparar en relojes, obligaciones o personas alrededor. —Me acurruco en el hueco que provee su mentón erguido y la parte superior de sus pectorales. Froto mi nariz contra la nuez de Adán que sube y baja con nerviosismo y, el aroma a perfume invade mis fosas nasales. —Sé que te cuestionarás cada letra que te digo, quizá dudes o pienses que miento. —Recita jugueteando con mi cabello desordenado, que cae en salvajes ondas a través de mi espalda semi desnuda. —Te preguntarás qué bicho me habrá picado, como para confesarte algo tan loco, ¿verdad?
Aprovechando el breve silencio me distancio unos centímetros y le observo.
—Loco, no. Sorpresivo, sí. Bastante. —Susurro estirando la mano, deslizándola por el contorno de su rostro.
Sostiene mis dedos entre los suyos, los lleva a la altura de la boca y besándome los nudillos con suma delicadeza continúa —El mundo se volvió frío y, las personas desconfiadas., no me asombraría si tú lo consideras un delirio, puesto que yo era uno de ellos —recalca—, un tipo indiferente, decidido a no comprometerse a nada, y menos involucrarse sentimentalmente. —suelta un profundo suspiro, —hasta que llegaste a ponerlo todo patas para arriba. —mis retinas se dilatan ante la confesión y niega varias veces—. No me mires así, bruja., porque es la verdad. Siete días de conocerte y no sé cómo sucedió, o en qué momento: pero te quiero. —se muerde el labio inferior relativamente agitado, apostaría a que la inquietud le abruma. Estoy empezando a adivinar qué significa cada gesto en su rostro y, éste en particular evidencia muchísimos nervios. —¿Imposible? Yo afirmo que no. Aunque suene irreal, estúpido o absurdo, si aparece alguien que rompe tu esquema, no es imposible querer.
Analizo las oraciones que emanan sus graves cuerdas vocales y, enternecida le planto un fugaz beso en los labios.
—No es absurdo, irreal o estúpido. Es lo que cualquier mujer adoraría escuchar. —Concluyo arreglándome el sostén, junto a los tirantes de mi vestido para restarle tensión a la escena.
Niko me ayuda con el cierre que queda trabado a medio trayecto y, ambos soltamos carcajadas cuándo luego de varios insultos, maldiciones y burlas, mi indumentaria acaba ascendiendo con éxito.
Evitando ponerse la camisa y, estirándola sobre el césped, me invita a acostarme a su lado. Allí, bajo la sombra del arbol cuyo nombre desconozco.
El medio día dio lugar a la tarde y con ello, los rayos del sol han dejado de golpear los viñedos con fuerza.
Hace calor, sí, pero la temperatura es soportable y hasta agradable, gracias a la suave brisa que invade el Valle de Napa.
—Siempre me jacté por tenerlo todo bajo control: mis sentimientos, mi rutina amorosa y mi vida de mierda., entonces apareciste y... Llámame cursi pero sólo quiero estar contigo. Es en lo único que pienso.
Me recuesto quedando pegada a su cuerpo y enredo mi pierna en el muslo duro, ejercitado. Su brazo reposa en mis hombros y disfruto plenamente de éste momento.
Hoy a la noche cuándo deba tomar el vuelo de regreso a Washington diré nuevamente hola a mi existencia inestable, caótica, llena de dudas. Aceptaré mañana la reprimenda de David por no haberle mantenido al corriente, tanto como esperaba y elaboraré más mentiras con las cuáles salir victoriosa.
Porque ahora otra es la historia. Ahora pretendo deleitarme en esa faceta romántica de la que creí, Nicolas carecía.
—¿Te revelo un secreto? —Digo burlesca. Él asiente y yo cierro los ojos. —Desde que tenía trece, soñaba con hallar a un hombre perfecto. Ideal como los príncipes de Disney.
—¿L-lo conseguiste? —Pregunta con la curiosidad inundándole el timbre vocal.
Niego.
—Me encontré con algo cien veces mejor. —Respondo esbozando una sonrisa sincera. —Con un chico lleno de defectos: temperamental, roto, triste. —Tomo largas bocanadas de aire y prosigo bajo su sepulcral y analítico silencio. —Una circunstancia espantosa, ajena a nosotros dos, me permitió conocerte, verte prepotente, autoritario y un poco soberbio. Pero también y, juro que no miento, me permitió visualizar al hombre más galante que habrá de existir en la faz de la Tierra. Un auténtico caballero que me abrazó cuándo me desmoroné. Que me dio una mano, cuándo creí que nadie lograría ayudarme. Que hizo sonreír a mis hermanos en el instante de mayor tristeza. —abro las orbes y volteo a verle. Nuestros rostros permanecen a escasos centímetros de lejanía. El suyo expectante., el mío, anhelando largar decenas de palabras que traigo atoradas en la garganta.
El agarre suyo se afianza y deja besos por la coronilla de mi cabello.
—¡Me estás volviendo loco! —Confiesa risueño. —Un tipo romántico que solamente quiere regresar a Washington para invitarte al cine.
Hago silencio.
Parpadeo atónita y no gesticulo verbo ninguno que corte el mutismo instalado.
—¿Te gustaría—Indaga con ronquera—... Ir al cine conmigo? Prometo mantener la cordura en la oficina si es lo que te preocupa. —Añade justificándose. —Pero fuera de ella, necesito enseñarte que puedo ser más que ésto. Que puedo salir de la porquería y también colmarte de flores. De pasta los domingos con tu madre y hermanos. De simples paseos los sábados. De ser mucho más que un vínculo sin rótulo de lunes a viernes.
Mi pecho se hincha de puro placer al oírle. Placer e inseguridad en partes iguales.