Poso mi mano en el trasero y froto suavemente la zona azotada. Le dirijo una ojeada amenazante y despertando más carcajadas masculinas, empezamos a caminar colinas abajo en dirección a los viñedos.
—Quizá pueda repetirlo en otro momento —insinúa con su picardía habitual, anudándose la chaqueta a la altura de la cadera, luciendo solamente la camisa desprendida.
Chasqueo la lengua y niego de inmediato.
—¡Cómo vuelvas a hacerlo vas a lamentarlo! —advierto al trote, evitando perder el equilibrio y rodar por el pastizal.
La risa grave, ronca y viril se escucha a mis espaldas —¡Me corrijo! —dice adelantándose y ganándome en la llegada a la viña—. Tengo entendido, ¡que conste, no doy fe!, que en otras circunstancias, las palmaditas son muy excitantes, brujita rubia.
—¡Ajá! —ironizo brincando y de un impulso, tirándome a sus brazos extendidos—. ¡Buena atrapada! —le felicito.
Las manos masculinas me sujetan por la cintura, me abrazo a su cuello y entre sonrisitas busco sus tentadores labios que parece, ya no consigo estar más que algunos minutos sin besar.
—¿Por qué eres tan sarcástica? —pregunta rozando su boca en la comisura de la mía.
—No es sarcasmo —me defiendo separándome, mirándole directamente a los ojos. Unos hermosos ojos verdosos que ahora lucen caoba, un caoba claro como la miel—. Sólo pienso que estás mintiéndome. —recalco burlesca, ante su comentario.
Arruga el entrecejo, zafa con pesadez de la caricia y enlazando sus dedos en mi mano comenzamos el recorrido de regreso al hotel.
—Yo no miento —objeta serio, abandonando cualquier indicio de diversión—. Te lo dije una vez y, lo repetiría un millón de veces más si fuera necesario: odio la mentira —hace una pausa que no pretendo interrumpir y suspirando añade—, podré decepcionarte de mil formas distintas, lo asumo porque no soy un tipo perfecto. Cometeré errores, como los he cometido durante toda mi vida, pero siempre, siempre iré con la verdad. Enfrentaré lo que sea, pero con la verdad —mis pasos se entorpecen a cada segundo que transcurre y le escucho. Me duelen sus palabras; esas inocentes frases que calan hondo dentro. Que me lastiman porque yo resulto lo contrario: una mentirosa de mierda que juega con todos—. Siendo sincero, Charlotte —prosigue ajeno a mis tormentosos pensamientos—, a veces he intentado convencerme, quise convencerme a mí mismo y no lo conseguí. Sé que soy extremista o demasiado pasional, pero jamás lograría perdonar una mentira, por más pequeña, piadosa o insignificante que sea.
Corto el andar cuando acaba la oración. Me detengo en seco y toco mi pecho, allí donde el corazón late desbocado. Nicolas no se ha percatado de que ganó muchos pasos de ventaja, incluso apuesto que continúa hablando, largando vocablos que solamente me hacen añicos.
Mi Dios de mitología griega desconoce cuánto me hiere cada letra que emana de su garganta. Las siento como ácido que mata de a poco y, ¿saben por qué la exageración? Porque ésta es la razón que necesito para comprender que no puedo enamorarme de él. De un hombre tan transparente; tan perfecto sin que lo sepa; tan inocente aunque brinde otra faceta al mundo. Definitivamente me prohíbo enamorarme, pese a que ese órgano vital, destinado a volvernos locos de amor me ruegue ser como Satine, no conseguiría afrontar el después, si Nicolas descubre el secreto que se esconde en la oficina presidencial. Ahí, dónde bajo llave en un cajón del escritorio se encuentra mi contrato relacional y mi propia sentencia de muerte.
¿Soy contradictoria? ¡Efectivamente! Minutos atrás me jactaba de enfrentar las consecuencias de éste juego peligroso y, en parte es verdad. Las asumo con el mentón en alto, pero delante de David. Delante del daddy que solicitó de mi compañía y quién exijió solamente una cosa a cambio de dármelo todo.
Con Niko sin embargo, no lo lograría. Perdería la valentía, el coraje, la templanza y me desmoronaría. Mostrarme tal cuál soy, sin excusas de necesidades económicas, enfermedades, o malarias familiares ante sus honestos y preciosos ojos, únicamente me destrozaría.
Sería el fin de la felicidad que poca o mucha conseguiré probar.
El fin permanente.
Porque si algo conozco de la personalidad del gerente, es que de ninguna manera perdonaría semejante acto.
Aunque el sexo no haya sido intermediario entre David y yo, el sentido de posesión, de hombre territorial lo acabará cegando y no habrá defensa de inocencia perdida bajo sus sábanas, que valga.
¡Vaya que duele suponerlo! Tanto que deseo con ahínco terminar el convenio y salir de éste embrollo que está enloqueciéndome, que en instantes como ahora, me deja en jaque, con la incertidumbre de no saber hacia dónde ir.
Quiero disfrutar.
Quiero pasarla bien y enamorarme, vivir un romance pleno, auténtico, con las subidas y bajadas que toda relación normal acarreen.
Pero también me urge alejarlo. Por mucho que nos encontremos sin siquiera andar buscándonos, por mucho que el vicio del uno por el otro nos haya unido., me urge imponer distancia.
Distancia que me evite el sufrimiento que asevero, será inminente. Cuestión de tiempo, de meses, de un leve traspié en cualquiera de los dos frentes de batalla.
¿Qué carajos voy a hacer?
Pues la respuesta en apariencias es bastante sencilla: <<Sufrir, Charlotte. Sufrirás como nunca pero valdrá la pena. Recordarás porqué estás donde estás y disfrutarás de los placeres prohibidos que la vida pueda ofrecerte. De todos ellos. Enfría tu corazón, al menos una parte y piensa que el amor no pagará tus deudas, no le dará alimentos a tus hermanos, y menos sanará a tu madre.>>
Observo cómo la figura masculina frena el andar varios pasos delante mío. Finalmente notó que no oigo lo que dice.
<<Porque ten presente dos cosas importantes.>> Repite mi subconsciente. Mi voz interna de la sabiduría que generalmente brilla por su ausencia <<La primera, Samantha no se ha curado. Y la segunda: quién te ama de verdad, perdonará hasta lo impensado. Sólo quién te ame de verdad y se ponga en tu piel, te brindará la segunda oportunidad de vislumbrarte como realmente eres, una chica de oro.>>