Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO

—¿Entonces dices que es un éxito rotundo? ¿Que puedo confiar en tu palabra y negociar de ojos cerrados?

Doy el cuarto sorbo al té verde con aroma a limón y camino en círculos por todo el dormitorio del hotel.

—Sí —resuelvo hablando claro y fuerte a través del altavoz de mi celular—, puedes confiar en mi palabra, daddy —me paro delante de la mesilla de luz y observo la rectangular caja en color rojo con letras negras. Pasaron tres horas desde que el ausente Nicolas y yo fuimos a la farmacia y, todavía no he tomado la píldora.

—¿De ojos cerrados? —repite clavándome el puñal de culpas. Ese que ahora mismo me obliga a sentir la leve sensación de arrepentimiento por lo que hice. Por haberme comportado fatal, siendo que él confía en mí.

Vacío el contenido del recipiente y lo deposito en la mesa dónde amablemente el botones me sirvió una suculenta merienda minutos atrás. 
En ésta ocasión quise ahorrarme el probar bocado en el restaurante del hotel. Mi ánimo por los suelos me suplicó no toparme con nadie al menos durante algunas horas.

Mi cabeza está a punto de estallar, no paro de pensar en Natasha y las palabras de Niko; en los actos que podría llegar a cometer una mujer posesiva con tal de ganar la batalla y, en lo mucho que tendré que cuidarme.

Soy un torbellino de abrumadores pensamientos. Unos con el nombre de David y las emociones encontradas, porque honestamente una porción de mí se lamenta ante la ruptura de la claúsula, pero la otra, la memoriosa, la que agradece, más no olvida, me recuerda a cada fracción de segundo que el daddy no es trigo limpio. Que nos entendemos bien, es amable, hasta protector si se quiere; no obstante está vinculado a mi familia, a un pasado en común que una vez pise Washington me urge averiguar. Y gracias a ese pequeño detalle es que la culpa me invade, pero no al punto de asfixiarme. Hago lo que él en cierto modo: oculto información, manipulo o miento, cualquiera de los tres rótulos son correctos. Siendo la diferencia entre ambos, que David paga y, yo me limito a agradecérselo constantemente.

Viéndolo desde una perspectiva fría y realista, incumplí mi convenio, soy consciente de que le defraudaré cuándo lo sepa y, que atenerme a sus medidas sin rechistar es lo que tendré que repetirme segundo tras segundo de aquí, a lo que mis mentiras duren.

Giro sobre los talones y me aproximo al buró donde reposa el iPhone en altavoz. Froto las sienes con intensidad. Estoy hecha un auténtico lío; uno al que si no le empiezo a buscar soluciones por partes, terminará enloqueciéndome.

—Charlotte —dice sacándome del júbilo mental lleno de contradicciones—. ¿Me escuchaste?

Inhalo hondo y vuelvo a reparar la vista en las dimensiones de la recámara: desde la cama amplia, hasta la maleta expectante a iniciar el viaje de retorno a casa.

—Sí, te escuché —musito.

—¡Bebé! —reprende preocupado. ¡Qué irónico, el daddy preocupado!—, ¿qué te pasa? Estás ausente. 

—Lo siento —confieso angustiada—, lo lamento muchísimo.

—¿Lo sientes? —pregunta contrariado—, ¿por qué lo sientes? ¿Qué sucedió?

—¡Te defraudé! —lloriqueo.

Ríe a modo de respuesta y me limito a limpiar una lágrima que rueda por mi mejilla.

—¡No me defraudaste! —exclama entre carcajadas—, conquistaste a todo el Valle de Napa y gracias a ti, conseguí un acuerdo fabuloso.

—¡No me entiendes! —mascullo.

—Me parece que estos días alejada de tu familia y, de tu daddy favorito te han puesto un poco susceptible —insinúa.

Al contrario, más que susceptible éstos días me pusieron entre la espada y la pared. Obviamente, porque yo me lo busqué.

—No...

—¡Sé que me extrañas! —objeta con arrogancia—. Confieso que el sábado desee beber un jagger con mi linda bebé de azúcar, así que el sentimiento fue mutuo.

—¡Yo no te extraño! —refunfuño arrugando el ceño.

—Supongamos —espeta sonsacándome una sonrisa—. Deja que te refresque la memoria en un punto importante, Charlotte —agrega adoptando un matiz vocal serio—: no existe detalle que se me pase por alto, así que despreocúpate. —el silencio reina en el altavoz y me atraganto con mi propia saliva—. Te mereces mis sinceras felicitaciones —recita atontándome el doble—, porque te luciste. En verdad te luciste. Ahora ve y disfruta del viaje, si Orianna te fastidia mucho, tienes mi permiso para amordazarla. ¡Ah! —puntualiza—, recuerda que mañana es la cita con tu ginecólogo, te daré las llaves de tu nuevo hogar y la matrícula de la universidad.

—¿Tengo... Que lle-llevarte algún documento? —tartamudeo procesando sus palabras cargadas de indirectas, que consecuencia de mi paranoia no consigo ignorar.

—¿Del médico? —cuestiona.

—Sí.

—Lo que él te brinde —replica—. Es un examen ginecológico, así que calculo, obtendrás una hoja impresa con los resultados.

Respiro agitada y asintiendo al vacío mismo susurro —: Okey.

Sé que fuiste una buena niña —dice despertándome las alertas de desconfianza, pues siguiendo mi intuición femenina, presiento de que David se trae quizá otras intenciones, otros motivos, u otros intereses con respecto a la exclusividad de mi virginidad ya inexistente —, ¡y te premiaré por ello! —concluye radiante— Nos veremos mañana a mediodía. Me gustaría que nos pongamos al corriente con mi cumpleaños. ¡Estoy tan ansioso! —estalla con una repentina felicidad que me paraliza—. Será un evento inolvidable, te lo aseguro.

—C-claro —balbuceo.

—¡Buenas noches! —se despide cortando la llamada, sin permitirme mediar otra frase.

Algo muy propio de David: quedarse con la última palabra hasta cuando habla por teléfono.

Ruedo los ojos y resoplo.

El aire exhalado mece los bucles rebeldes que caen por mi frente todavía húmedos. La ducha que me di sirvió para relajar mi cuerpo y borrar superficialmente cualquier indicio de arrebato sexual.




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