Sugar Daddy Libro 1

CAPITULO CINCUENTA Y NUEVE

#ALGUNAS HORAS DESPUÉS

Inhalo hondo, cierro mis ojos y pongo mis brazos en jarra —¡Am, pásame la cinta adhesiva! —repito forzando la voz. Gracias a sus alaridos y la música a reventar los oídos, estoy quedándome ronca de tanto llamarla—. ¡Ámbar Reggins! —grito cortando abruptamente su coreografía improvisada, en el medio de la sala de estar.

—¿Se te ofrece algo, Charlotte Donnovan? —pregunta tras bajarle el volumen al estéreo.

—¡Eso! —chillo, señalándole el rollo de cinta gruesa, de embalaje que lleva puesta como brazalete.

—¿Para ésto interrumpiste mi dúo con Rihanna? —reprocha aventando el rollo por los aires; midiendo mi capacidad de reflejos o por el contrario buscando adornarme la cara con un buen moretón.

Entre bufidos la atajo, y estiro la cinta sobre la caja de cartón sellándola.
Sin mentir, ha de ser la número veinte que voy cerrando desde que llegué a casa.

—Interrumpí tu concierto porque literalmente estás quedándote sorda. —me burlo.

—¡Sordos tus hermanos! —carcajea, destapando otra de las tantas cervezas que vamos bebiendo en el correr de la noche—. ¡Vaya que tienen un sueño pesado! —le da un sorbo a la Corona de envase pequeño y me tiende una a mí—. ¡Pero espera a que ponga David Guetta! —dice con malicia—, ¡ya verás cómo se aparecen los tres a guardar adornos!

Vuelvo a resoplar, y quitando las gotas de sudor que caen por mi frente, me siento encima de una pila de cajas que mañana mismo, el camión de la mudanza dirigirá a nuestra nueva dirección.

—Estamos agotadas —musito, degustando la fría y amarga bebida color caramelo.

La morena me mira y chasquea la lengua. —¡Aún no comprendo ese afán de cargar porquerías si la mansión en la que van a vivir está amueblada! —suelta de repente.

—No es afán —me excuso, recordando fugazmente cuándo horas atrás estampé mi firma en el contrato de compra venta y, sintiéndome la chica más suertuda de todas recorrí la enorme morada de dos pisos y dimensiones impresionantes—, es que mamá empieza con sus berrinches de querer guardar la casa entera dentro de una valija si pudiera.

Desplomándose en el piso, muy cerca de donde permanezco sentada moviendo los pies, Ámbar asiente. —¿sabes? —indaga—, todavía no doy crédito a nada de lo que me has contado —su ceño se frunce—, ¡es que tampoco me lo imaginaba así!

Agacho la cabeza y la observo contrariada —¿Así?

Afirma, mientras su alta coleta se bambolea de izquierda a derecha —¡Sí, así! —enfatiza alzando la mano e indicando todo el recibidor—. Siempre desee que mi reconciliación con una amiga fuese a puro ron, o vodka. Pizzas, o sushi. Tal vez diciendo: "hey Charlie, celebremos que volvimos a dirigirnos la palabra y vayamos a un buen pub. Quizá alguna pool party de esos conocidos engreídos que suelen tirar la casa por la ventana". —se cruza de piernas, y el short con estampado de osos cubre a duras penas sus muslos perfectamente bronceados.

Largo risitas, y de un brinco abandono la montaña de cajas para acomodarme a su lado. Paso mi brazo por sus hombros y en un gesto tan simple y cariñoso, me limito a mirar al frente. Allí donde mi hogar acogedor ha comenzando a perder el toque familiar y empieza a verse vacío, casi fantasmal.

—Pon la fecha que prefieras. Te daré el gusto —confieso risueña—. Es lo mínimo que mereces por soportarme.

—¡¿En serio?! —chilla asombrada, captando mi total atención—. ¿Serías capaz de ir a una fiesta conmigo?

Me encojo de hombros —¿Y por qué no? —cuestiono—. Solicitaré un permiso especial al daddy del infierno. No habrá problema.

—¡Ay no lo creo! —dice entre risitas, bebiéndose más de la mitad de la botella—. Regresaste tan distinta, Charlotte. Ya sé que fueron un par de días de ausencia; pero pareces otra persona.

—No sé si soy otra persona o realmente me estoy mostrando como... ¡Cómo quiero mostrarme! —recito cabizbaja—. Mis actitudes han sido pésimas y aunque lo asumo, no siento remordimiento. —levanto la vista, deteniéndola directamente en los iris acaramelados de Ámbar—. ¿Está mal? ¿Está mal desear mandar todo al carajo y que me importe un bledo lo que opine el resto?

Bate sus largas pestañas y la confusión se plasma en sus orbes —Al decir, "lo que opine el resto"... ¿Te refieres a lo que tienes con Nicolas? 

—No —me sincero—. Ya no se resume solamente a lo que me pasa con Niko —muerdo la cara interna de mis labios, nerviosa y continúo—. Es pensar que, ¡Dios, ya me cansé de vivir mintiendo!, de forjar un prototipo de chica ejemplar cuándo no lo soy.

Sus dedos repletos de anillos se posan en mi muslo; muslos igual de descubiertos que los suyos y que visten unos viejos shorts de jean.

¡Gran elección la nuestra! Usar prendas desgastadas, frescas y holgadas para la labor que nos esperaba una vez salí de la escuela con mis hermanos y Reggins se ofreció a regresar a casa con nosotros, adelantando la hora del encuentro de amigas.

—Nadie en éste mundo es perfecto —murmura—. Y en parte lo que ahora te sucede, fue culpa tuya.

Abro mis ojos sorprendida —¿Cu-culpa mía? —balbuceo.

—Sí. Culpa tuya —asevera—. Siempre seguiste las órdenes de tu madre —recalca—. Adoro a Sam, pero, Charlie, eres adulta ya. Una mujer que encima está dando hasta el alma de sí misma para que el futuro de la familia crezca y no decaiga.

Jugueteo con la botella de Corona —No... No te comprendo —digo abrumada.

—Que Sami está ligada a las costumbres del siglo veinte. Ella no entiende que no se estila el virgen hasta el matrimonio. El zaguán para los novios. El que la dama se quede en casa limpiando y sea el hombre quién ponga el pan sobre la mesa.

Proceso sus palabras y después de mucho pensarlo, interiormente le doy la razón.

—Sin embargo yo salí a trabajar —musito.

—¡Porque no tuviste otra opción! —refunfuña quitándome la botella de cerveza y apresando mis manos—. Si por tu madre hubiese sido, te habría criado lista para lavar los platos, hacer las camas y asear el inodoro. Porque así la criaron a ella, y a las mujeres de su generación, como también mi mamá. —se relame los labios y reformulando la oración susurra—. Char, a lo que voy es que; te motivó al estudio sí, pero constantemente te inculcó modales de la época de antaño. Modales que aceptaste sin chistar, ¡y que mira a dónde te llevaron! —baja la voz y de forma tal que únicamente yo la escuche sentencia—, a estar permanentemente mintiendo porque temes que nos escandalicemos con lo que ya no es tabú. El negocio de azúcar no es tabú. El sexo casual tampoco es tabú. Salir a almorzar con tu jefe no es un pecado. Beber alcohol hasta que termines hablando tonterías no es un acto infernal.




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