Sugar Daddy Libro 1

CAPITULO SESENTA

NIKO

FLASHBACK

Recargo mi nuca en el asiento, y la silla giratoria se mece suavemente de adelante hacia atrás.
Con fuerza cierro mi mano en un puño. Estoy rabioso e iracundo, y ésta situación no me ayuda en lo más mínimo. ¡Justo cuándo quiero abandonar la mierda en la que me metí hasta la coronilla, viene a ocurrirme algo semejante!

—¿Y bien, Jean? —me preguntan con impaciencia. Una impaciencia que disimula perfectamente delante de los otros cuatro invitados, y de ella.

¡Joder, también de ella!

¡Al carajo todo! Hoy es el peor día de mi vida; incluso peor que aquel, dónde mi padre nos traicionó, y mi hermana y mi madre murieron.

Es el triple de siniestro porque la historia se repite, y de una manera en la que no quiero.
Me mortifica; me golpea con demasiada crueldad lo que en menos de ocho horas me está tocando vivir y, no consigo mentir, siento el mismo dolor que hace dos años atrás, un dolor al que se suman los celos.
Incontrolables celos y una inmensa decepción.

Charlotte ignorándome. David muy cariñoso a su lado. Y una reunión en donde lo que no deseo, es estar presente.

Esos tres hechos puntuales repitiéndose en mi mente, son como una bomba nuclear a punto de estallar.
Porque literalmente, estoy a punto de explotar; de cometer una estupidez.

—¡¿Jean?! —repite resoplando—, te estoy hablando; no me gusta repetir las cosas.

Muerdo mis labios, conteniéndome de mandarlo a la mierda.
Levanto la mirada y paso de observar la mesa rectangular de vidrio azul que nos separa, a fulminar su rostro. Su asqueroso rostro lleno de arrugas. Una cara curtida de marcas, cicatrices y lunares. Facciones que enseñan su poder, su malicia, la virtud nata que tiene de joderme la existencia.

Efectivamente, no hay nada más repulsivo que ver al tipo que otra vez, me ahoga en las adicciones.
Rafael, el narcotraficante para el cuál distribuía las drogas en Washington hace una semana. El único que sabe cabrearme, y quién también se gana mi odio. Mi odio, mi rabia, mi desdén hacia él y hacia mí mismo.

Aversión pura, porque ya sé lo que vendrá.
Lo que no quise llevar a cabo cuándo mi preciosa Rapunzel abandonó la oficina acompañada, tendré que hacerlo ahora.

—¡Qué carajo quieres! —gruño, apretando los puños con más y más fuerza.

Él ríe gangoso y mis ansias de romper los límites; ponerle una bala a mi cabeza o arriesgar a los que dicen llamarse mi familia, crecen.

¡Tanto que solamente pienso en darle puñetazos hasta que sus ganas de burlarse se esfumen!

—¡Epa! —se mofa, rascándose el mentón poblado de una prominente barba entre blanca y amarillenta—, ¡pero que estás alterado, mi muchacho!

Inhalo hondo y le sostengo la mirada sin demostrar una sola pisca de miedo. Honestamente, al padre de Natasha no le temo; lo que realmente me aterroriza es ella. ¡Dios! Me vuelve loco tenerla delante y comprender entonces, que sin derecho a réplica deberé caer.

El paquete rectangular, revestido de nylon transparente y cuyo polvo blanco está perfectamente comprimido dentro, se muestra con descaro; con tentación frente a mis narices, y eso indica problemas. Problemas que no necesito nuevamente en mi vida. Que no quiero, si así como estoy, me siento bien.
Duele mi corazón gracias al desaire de la bruja desalmada, pero independientemente de ello, estoy bien.

—¡Ay, papito, no fastidies a mi bombón! —exclama la odiosa morena con melosidad, pasándole las manos por los hombros al jefe en ésta sala.

—Tesoro... —murmura en tanto enciende un habano—. Yo no lo fastidio; pero es que... —inhala una bocanada de humo, la retiene algunos segundos y lentamente la exhala. El aroma a tabaco, cigarrillo y habano cubano, (de esos que solía fumar con él meses atrás), invaden el ambiente en la recámara cerrada, dónde el único sistema de ventilación es el aire acondicionado marcando veinte grados—, hay algo que me molesta mucho más que una rata traidora —prosigue, volcando el rostro a un costado, sin quitarme la vista de encima—. ¿Tienes idea Nicolas, de lo que me rompe los testículos, más que un traidor? —pregunta.

Enarco una ceja y desafiándole, niego.

Los otros tres perros o empleados fieles, me observan como si desearan arrancarme la cabeza y lo cierto, es que me vale un cuerno.
Yo sé hasta dónde presionar porque conozco mis capacidades; y sé que Rafael no se deshará de mí. No le conviene.

De verdad no le conviene por dos ítems fundamentales. El primero, es que como distribuidor conozco cada detalle, cada recóndito secreto de ésta ciudad regida por la corrupción. Y el segundo, más claro que el primero, porque su desquiciada hija se obsesionó de una manera tan insana conmigo, que sencillamente si me pegan un tiro, es capaz de seguir mi destino.

Así de loca está Natasha.

—Nicolas —masculla inclinándose hacia adelante; zafando de la caricia de su princesita demente, y buscando amedrentarme—. Lo que me jode más que un traidor —espeta—, es un cagón.

Esbozo una sonrisa y lo miro sarcástico —¿Cagón? —pregunto abriendo mis puños y adoptando una posición más cómoda, distendida y segura en la silla—. Pues yo no veo ningún cagón por acá. A no ser, claro está que te refieras a Ángel —giro el perfil y señalo en un ademán al perro con aires de mafioso, que se encuentra parado en un extremo de la sala; allí en la penumbra, dónde la tenue lámpara con luces entre doradas y amarillentas no llega a iluminar—. Yo que tú, Rafael, no le sugeriría tanta película de Al Pacino, porque el muy cobarde no sabe cómo aplicarlo en la vida real.

En un rápido movimiento, el mencionado se aproxima a mí y es inmediato. Siento el frío del cañón apuntándome a la sien. —No te pongas de chistoso —sisea en un arrebato de valentía—. Los chistosos cómo tú, no terminan muy bien.




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