Sugar Daddy Libro 1

CAPITULO SESENTA Y UNO

DAVID

Muevo el whisky dentro del vaso, cruzo una pierna sobre la otra y mi mirada se centra en el televisor de grandes pulgadas que adorna la sala de estar.

—Otra vida más se ha cobrado el crimen organizado en la ciudad de Washington, dónde fue encontrado el cuerpo inerte de un ciudadano de nacionalidad centroamericana —una primicia calamitosa, es la que informa la presentadora del noticiero a medianoche. Pero también un reportaje que me interesa, me alarma, me preocupa. —Las guerras entre bandos parecen no acabar nunca —prosigue la bellísima conductora que antes de su ascenso a la tv, solía entrevistarme para los artículos exclusivos de la revista New York—. Y aunque todavía no hay datos concisos sobre su deceso, la hipótesis manejada es la del tristemente naturalizado: "ajuste de cuentas".

Levanto mi brazo izquierdo y lo reposo en el cabezal del sillón. Un sillón de tres cuerpos que me queda enorme; gigantesco al igual que toda mi casa.

Reprimo una sonrisa llena de dolor, de angustia, de esas que cualquiera podría confundir con pedantería o soberbia, y mi mente divaga algunos segundos. Dejo de prestar atención al informe delictivo que sigue dando Anabelle, la curiosa e intrépida periodista, conductora y Miss Estados Unidos y me concentro en bucear dentro de mis propios pensamientos.

En como todo pudo haber sido distinto. En que es tarde para recriminarse, vivir del pasado o de lo que pudo haber sido y no fue.
Del soñar con mis hijos y mi esposa aquí; conmigo. Convertidos en personas de bien; personas sanas; personas intachables.
Con honestidad, nada me hubiera gustado más que agrandar la familia. Criar a mis descendientes y traer nueras, un yerno y muchos; muchísimos nietos a ésta casa. A ésta mansión de dimensiones exageradas; en la que solamente el personal de confianza y yo, habitamos.

Doy otro sorbo al Chivas Regal, uno que a diferencia del Jameson, cautiva a mis papilas gustativas con sus notas de miel, vainilla y manzana; y detengo mi mirada en la alfombra color rojo, que adorna el piso de mi búnker, de mi refugio personal.
Observo detenidamente su tejido artesanal y pienso en lo paradójica que es la existencia.
Yo, soñando despierto con una familia perfecta, llena de valores y, ¿cuál es la realidad?

Bueno, pues la realidad es muy diferente.
Tengo un hijo drogadicto y narcotraficante. Otro de ellos, adicto al trabajo y vengo a enterarme que también al sexo casual. Y mi princesa; la luz de mis ojos, mi niña adorada, hecha una lesbiana.

Suelto un suspiro agobiado.

Así es, mis retoños Henderson distanciados; mi esposa muerta; y yo convertido en un monstruo; en un tipo sin escrúpulos, tan frío como el hielo que poco a poco va fundiéndose en el whisky escocés que me acompaña ésta madrugada.

Un sujeto que ya no sabe lo que significa dormir por las noches.

¿Y cómo es posible siquiera conciliar el sueño tras asumir que destrocé a una familia inocente? Que los reduje a una existencia llena de necesidades, a ser tratados como una escoria de la sociedad.
Que le renegué a la niña mayor la posibilidad de una beca al salir del secundario.
Que me encargué de prohibirle a todas las empresas de prestigio en la alta costura, que su madre, fuese contratada.
En fin, Dios es testigo de la cantidad de crueldades que cometí para con esa familia. La peor de ellas, difamarlos frente a la prensa; acusarlos de lo que no hicieron y encima, privar a la señora Donnovan de darle a su esposo un velorio y entierro digno.

De un trago termino el shot y coloco el vaso de poca altura, pero bastante ancho en el borde de la mesilla ratona. Estiro los dedos y busco a tientas, mi petaca con los habanos.
Presiono el mechero y pongo el grueso cigarro con aroma a lima en mi boca. La llama anaranjada quema lentamente el tabaco y aspiro una profunda bocanada.

¡Es tan enorme la culpa que ni la casa más grande, el mejor coche, cien prendas o costosos perfumes, resarcirán el daño que les ocasioné! Pero bien dicen que el karma jamás tarda en llegar. Que el daño que uno causa, lo paga en la Tierra mismo. Ni cielo ni infierno; la malicia pasa factura acá, y pegando en dónde más duele.

A mí me está pegando dónde no sólo duele, sino me lastima; dónde el impacto se siente como diez puñaladas directo al pecho. Precisamente en los deslices de mis hijos, y sobre todo, en el presente de uno de ellos.

Un presente hasta la coronilla de líos. Líos que intuyo, van en aumento.

Algo en los ojos de Nicolas no me gustó hoy, e independientemente de los celos al verme con Charlotte, lo conozco tanto, que bastó observarlo unos segundos para comprender que lo tienen con la soga al cuello.

Doy la segunda pitada al habano y recargo mi cabeza en el sillón. Sólo recordar que la víbora de Natasha está detrás del agobio y la angustia de los dos, me orilla maquinar una nueva estrategia.

No voy a permitir que mi heredero termine preso, o muerto. Y tampoco permitiré que mi angelito de cabellos rubios siga sufriendo.

No en vano moví los hilos de las causalidades para que ambos se conocieran.
Y si aún respetando mis normas, o sumergidos en los problemas logran enamorarse locamente; entonces no existirá verdad revelada, ni loca viciosa que los separe después.

Ni mi excusa de relaciones beneficiosas para darle a Charlotte el estatus económico que fui arrebatándole en éstos dos años,
o mi idea de pagar por enamorar a mi hijo (pues sin mucho rodeo eso hago; pagarle por enamorar a mi hijo), los separará cuándo la bomba estalle.

Claro, si Jean es capaz de dejar de lado ese sentimiento negativo, cargado de recelo, de odio, de resentimiento; y la bebé de azúcar, por otra parte, es capaz de empezar a hacerse cargo de sus decisiones, en vez de mentir por miedo.

Porque puedo rendirme desde ya, si la historia no funciona así al final. Puedo ir asumiendo que gracias a mí entonces, desaté una guerra y lo empeoré todo. O puedo, con el dolor del alma acabar felicitándome, si es que sin el amor de por medio, él abandona el mundo de las drogas y ella recupera lo que le pertenece: su vida antes de que el huracán Henderson; vengativo, enceguecido por la culpa y la rabia arrasara hasta con su apellido.




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