Levanto mi rostro y bañándome de orgullo, de valentía, de una fortaleza que no me hará caer de nuevo, esbozo una sonrisa. Una mueca que no llega a mis ojos, una de auténtico desdén, de rabia, de revanchismo.
<<¿Cómo es posible que alguien posea la capacidad de cambiar un sentimiento noble, por otro nocivo y dañino en cuestión de minutos o pocas palabras?>> Me pregunto.
La respuesta es sencilla, el ser humano es el único animal sobre la faz de la Tierra que se contradice en su sentir, accionar y decidir.
Bueno, o malo. Lo hago, o no lo hago. Odio, o amo. Y podría citar decenas de ejemplos en un simple chasquido de dedos.
En una simple demostración de que cuando queremos, podemos ser peores que un bicho; peores que un alacrán inyectando veneno; o peores que el mismísimo Satán si lo deseamos.
Así somos los seres humanos. En mayor o menor proporción somos hipócritas, manipuladores y cínicos.
Es que en algún momento de la vida, hasta el más angelical hombre de carne y hueso, muestra la hilacha y acaba enseñando esa pequeña célula maliciosa que permanecía en letargo.
David, haciendo honores a la mención pues está impregnado de células maliciosas, frívolas y caprichosas. Y yo, empecé a contagiarme.
No me gusta asumir que me contagio del accionar de Henderson, porque mi esencia llena de estupidez y de inocencia se manchó gracias a eso.
Sin embargo es la opción que tengo para salir adelante y dejar atrás la época dónde el mundo entero quería ponerme el pie encima.
Ya nadie volverá a ponerme el pie encima.
Gracias a él, al tipo que estalla en malévolas carcajadas a mis espaldas, es que elijo a partir de hoy, revelarme.
—Nunca voy a superarte —espeto con la rebeldía agitándose en mi interior—. Ni a ganarte, porque ésta es la vida real, no una partida de ajedrez, o una competencia —su arrebato de risas se corta al oír mi timbre vocal seguro, infranqueable; una voz de acero, dura e inalterable—. Pero, el día que me toque hundirme, te vas a hundir conmigo —una vez quedo del lado de afuera en el medio del pasillo, giro y sin una pizca de miedo, de respeto, ni siquiera de admiración, fulmino su rostro con severidad—. Cuándo tu apellido esté en boca de todo Estados Unidos, te vas a hundir conmigo. Cuándo la verdad se sepa y Nicolas termine de entrerrarte en vida, también te vas a hundir conmigo...
Su quijada se tensa y observo desde la distancia que la mueve para descontracturar el estado nervioso que lo domina. —¡Se te ocurre hablar, Charlotte —advierte apuntándome con el dedo—, y...
—A mí no vuelvas a amenazarme — interrumpo, enfrentándole—. Los dos tenemos qué perder; tenemos mucho qué perder —recalco—, así que no me amenaces. Voy a cumplir con mi parte. Sin chistar, sin malas caras, cumpliré con los cinco meses que restan, pegada a Nicolas. Voy a fingir que el mundo es color de rosa, y acataré lo que digas en cúanto a tu hijo se refiera.
—¿Pero? —exclama desconfiado, ojeándome de arriba a abajo.
Largo una risotada maliciosa —Habrán condiciones —mascullo, sorprendiéndole—. Condiciones que hablaremos mañana, con la copia de mi contrato sobre tu escritorio y el abogado que lo redactó.
—¡¿Qué?! —gruñe.
—¿Querías transformarme en tu reflejo? —digo sarcástica—. Pues lo estás consiguiendo. Mañana mismo con mi firma y la tuya estampada, se escribirá otro convenio —levanto la mano y dedicándole un saludo a lo lejos doy dos pasos hacia atrás, para retomar la marcha fuera de éste lugar—. Igualdad de condiciones se llama, daddy. Así estamos tú y yo: en igualdad de condiciones.
—¡Charlotte! —grita furioso, con intenciones de quedarse con la última palabra—. ¡No te vas a ir de acá sin explicarme qué carajos quieres decir!
—Me voy a ir, sí —le desafío—. Me voy porque no se me da la reverenda gana de seguir dialogando contigo. Hasta mañana, jefe.
Con mi perfil desalineado, mis tacones en la mano, y un semblante enojado, que despierta temor en los invitados abriéndose paso a medida que cruzo el recibidor, abandono la discusión que se reanudará al medio día en la oficina presidencial.
Cuándo mis energías estén renovadas y mis ideas claras, Henderson se enterará de hasta dónde pueden llegar mis capacidades de negociación, o mejor dicho, el carácter de una mujer que ya no se aguantará más nada de nadie.
—¡Charlotte! —me llaman entre jadeos cuándo estoy a punto de toparme con el guardia de la entrada—. ¡Charlotte, espérame!
Me detengo bruscamente y observo a Ámbar.
—¿Vienes conmigo, o te quedas? —pregunto —. Lo digo porque tienes a David disponible en su sala de estar. Aprovecha la oportunidad.
—¿Estás loca? —se escandaliza, negando—. ¡Después de lo que ocurrió no creas que te voy a dejar sola!
Con absoluta seriedad afirmo a sus vocablos, y retrocediendo algunos pasos, me aproximo a la fuente de exhibición de Chivas —Excelente decisión —exclamo, percibiendo su mirada atenta y preocupada—. Ya que enredarte con cuñados, será una gran migraña para ti.
—¿¡Qué!? —chilla, abriendo los ojos, anonadada ante la puntualización.
—¿Acaso no lo sabías? —ironizo, agarrando una de las botellas de whisky que se encuentran en la mesa de decoración—. Porque de boca de David, su cuñado, Carlo, te persuadió a ti, para que me convencieras de meterme en ésta mierda.
Con fuerza y haciendo malabares para que no se me caigan los zapatos al piso, giro la rosca del Chivas. ¡Al carajo las reglas, hoy!
<<"El whisky resta femineidad">> Evoco imitando interiormente su voz, aplacando la necesidad de estallar en carcajadas y encaminándome a la salida.
¡La femineidad y sus ideas machistas se pueden ir al infierno!
En un cordial ademán saludo al guardia, y cruzo el jardín a través de un sendero de asfalto, en dirección al portón eléctrico.
—¡No me dejes en ascuas! —grita Ámbar siguiéndome el paso.