David mira a Michael apenas escucha mis palabras y se ríe con sorna. —¿Ésta que se cree? —le pregunta despectivo, y el abogado presente, completamente anonadado atina a negar con la cabeza—. ¡Todo lo que tiene es gracias a mí! —brama golpeándose el pecho como si de un reclamo territorial entre salvajes se tratara, lo que de buenas a primeras suponía una negociación—. Comida, ropa, estudio, coche y casa. ¡Todo gracias a mí! ¡Sin mí no era nadie! ¡No tenía nada! Sin mí, y sin mi contrato estaría muriéndose de hambre.
Me repantigo en el asiento, e incrédula ante las frases venenosas que salen de su boca me mantengo en silencio. Analizo a detalle su cara destellando enojo, y disconformidad. Me concentro en observar ese par de ojos color caoba y me repito interiormente que no debo responder a la catarata de ponzoña que brota de sus cuerdas vocales. Hacerlo implicaría caer en una discusión sin fin, y yo no vine a eso. No estoy acá para pelear, o competir a ver cuál de los dos hiere más. Yo he venido a proponer condiciones; así que con ese pensamiento en la cabeza; uno que enfría mi rabia, congela mi instinto defensivo y deja en pausa la insensatez, únicamente opto por asentir a lo que dice.
—Sí —afirmo con un timbre de voz neutral—. Para qué negártelo si tienes razón —concuerdo, y noto cómo su rostro se crispa el doble. Definitivamente David está recibiendo una dosis de su mismo veneno y no le agrada en lo absoluto. Él es de los hombres que siempre necesitan tener bajo control la situación.
—¡¿Me das la razón?! —cuestiona en un rugido embravecido—. ¡¿Qué puto juego te traes entre las manos?!
—Ninguno —contesto fingiendo tranquilidad—. Ser tan manipulador te está llevando al límite de la paranoia —resoplo—. Te digo que sí. Que sin importar las circunstancias que te ligaron a mí, lo que hoy por hoy tengo es gracias a ti y fíjate; te pones bravo.
Carcajea, y rehusándose a aceptar mi postura serena, me apunta con el dedo —La Charlotte que yo conozco saltaría de la rabieta. La Charlotte caprichosa y que todo lo dramatiza no estaría delante mío tan... Impasible.
—¡A ver! —exclamo rodando los ojos—. Ya no soy la Charlotte que creías conocer. Ella dejó de existir anoche, cuándo las caretas de los que me rodean terminaron cayéndose.
Sus orbes se abren con asombro y recibiendo mis palabras como una cachetada, se calla. El silencio se prolonga durante algunos minutos y él, es quién se encarga de romper el hielo.
—El contrato no se va a rescindir. Es la única manera que tengo de hacerte cumplir con el plazo establecido.
—¿Para qué? —replico frunciendo el ceño—. Sé la verdad. Sé toda la verdad. ¿A quién pretendes engañar? Nos chantajeamos mutuamente, David. A ninguno de los dos nos conviene ignorar lo que pasa.
Un suave carraspeo interrumpe el duelo de voluntades y ambos observamos en dirección a Michael.
—No entiendo cuál es mi rol aquí —murmura con ronquera—. Quiza lo mejor sea que me marche y si requieren de mis servicios, puedo volver luego.
—Su rol es importantísimo —me aventuro a objetar—. Porque en éste preciso momento el señor Henderson y yo rescindiremos un contrato, para que usted redacte otro totalmente nuevo.
—¡Ya te dije que eso no va a pasar! —me desafía David.
—Quieres que ayude a Jean, ¿no es cierto? —indago, pegándole justo donde sé que más le duele—. Porque yo también quiero ayudarlo; y ese contrato vigente es un escollo para mí. Por si no lo notaste anoche una desquiciada me amenazó con enseñárselo a tu hijo —hago ademanes al aire, añadiendo—. ¡Y me imagino lo que sucedería si en algún instante él lo descubre!
Inmediatamente su semblante se torna abatido y me felicito por dentro. Está tan empecinado en llevarme la contraria que olvida lo que realmente interesa: Jean Nicolas.
—Dame ahora mismo una buena razón para hacerlo.
—¿Más razones? —escupo asombrada de su terquedad—. ¿Que Natasha maneje éste tipo de información no es razón suficiente como para terminar un convenio que no tiene sentido? Que un adicto en recuperación dependa de mí, de una mujer a la que sentimentalmente está atado, pueda encontrarse con el papel y mandar el proceso de rehabilitación por el caño, ¿no es otra razón lo suficientemente importante? —toco el puente de mi nariz, implorándole a Dios porque la fuente de mi paciencia no se agote y continúo—. Quiero resguardar parte de mi dignidad el día que tu hijo se entere de ésto. De que fui contratada para seducirlo, enamorarlo y alejarlo de los vicios. ¿Tanto me detestas que esperas que él me odie de verdad?
Parpadea y mira de soslayo a un inquieto Quintana. —No deseo que nada de ello ocurra —confiesa apesadumbrado.
—Entonces firma la rescisión— aliento con serenidad—. Si tanto afán tienes en tenderle la mano a tu propia sangre, empecemos de cero, en igualdad de condiciones, proponiendo algo en lo que tú, y yo estemos de acuerdo.
Chasqueando los dedos apura a Michael para que le entregue el convenio original. El de relaciones mutuamente beneficiosas, el de acuerdos comerciales, y vínculos de azúcar.
—Imprime una carta de renuncia —se apresura a ordenar.
Una sonrisa de victoria nace en mi boca y respirando con liviandad me aplaudo en el subconsciente.
—¿Me vas a escuchar? —digo.
—¡No me queda más remedio! —refunfuña cogiendo un bolígrafo y jugueteando con él; trasladándolo de su mano izquierda a la derecha.
—Mi propuesta es la siguiente —inhalo hondo—, y se resume a dejar de ser tu secretaria personal.
La lapicera se cae al piso y alarmado exclama —¡¿Qué?!
—Al acabarse la relación de Sugar daddy, se acaba la cuenta corriente, los lujos y los privilegios.
—Sí, lo tengo muy en claro. Pero porqué dejar de ser mi secretaria.
—Como te explicaba —prosigo, ignorando su oración cargada de incertidumbre—. La propiedad, el coche, la matrícula universitaria, al igual que el colegio de mis hermanos o el registro clínico de mamá, están a mi nombre —hago una pausa, relamo los labios y recalco—. La casa y el automóvil me pertenecen, independientemente de que el convenio se termine antes de la fecha pactada; mientras que los gastos académicos y clínicos tú te encargaste de costearlos por anticipado.