Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO SETENTA Y DOS

Ésto parece irreal; como si estuviese metida en una burbuja de ensueño.

Ver los ojos de Niko, brillantes, grandes, y cautivadores; escuchar su voz masculina, grave, estremecedora; sentir sus brazos junto a los míos; sus manos recorriéndome con descaro, provocándome un cosquilleo delicioso en mi interior; y sus labios, creo que puedo probar sus labios aún sin que esté besándome; todo eso en su conjunto transforman en irreal la noche que empezó como una auténtica pesadilla.

Percibirlo cerca; peligrosamente cerca, con su aliento que mezcla el tabaco, las golosinas mentoladas y una suave nota de cerveza, no me permite pensar en nada más, que él, y yo. En que se irá conmigo sin importar lo cruel que fui, o las actitudes infantiles, altaneras, detestables que tenido.

Estiro mi mano y hundo mis dedos en su corto cabello color caramelo. Se estremece, apenas nota que mis yemas trazan caricias circulares a la altura de su nuca, e instintivamente pega su cuerpo al mío, en un ademán muy íntimo, demasiado excitante.

—Te extrañé tanto —susurro acercando mi boca a su mejilla. Una mejilla de piel áspera y barba incipiente—, que me muero por darte más de un beso.

Niko gruñe por lo bajo, y termina aprisionándome entre músculos, la tela veraniega de su camiseta, la dureza de su entre pierna, y el mostrador de la barra.
Es apasionado, fogoso, intenso, y eso me enamora de él. Jamás demuestra sentimientos a medias y me encanta. Es auténtico, perfecto para mí. Literalmente, es mi polo opuesto.

—Puede que suene un poco bruto —masculla, posando su frente en la mía; hincando sus dedos en mi cadera y subiéndome lentamente la camiseta, hasta que mi abdomen queda al descubierto y su pulgar lo acaricia—, pero en vez de decirme cuánto me extrañaste, prefiero que me lo demuestres. 

Ruedo los ojos, y sujetando su nuca lo atraigo a mí. Beso sus pómulos, el mentón y me detengo en la comisura de sus labios.

—Eres muy bruto —murmuro—. Un bruto que me gusta muchísimo.

Una de sus manos va a parar a mi trasero y con desfachatez me aprieta, me hace sentir lo excitado que se encuentra, me transmite lujuria, deseo, la calentura que emana de cada poro de su piel.

No sé si es a causa del ambiente festivo y lleno de excesos, o que estuvimos largo tiempo lejos el uno del otro, que la temperatura entre nosotros podría enloquecer un termómetro, o erupcionar como un volcán en actividad.

Mi corazón late desbocado, y en mi cabeza se reproduce un "boom, boom, boom" que me aturde. ¿Les ha pasado de estar frente al chico que te gusta y que tiemblen tus piernas, que tu mente no coordine con tu cuerpo, que te mueras de ganas porque él tome las riendas y rompa el hielo, para después llevar el control y sin rodeos, besarlo hasta el cansancio?

¿No?

¿Nadie ha sentido que mientras ese chico habla; su forma de gesticular, o su lengua de moverse a medida que pronuncia una palabra, aumentan las ansias lanzársele encima?

Siempre oí a Ámbar decir que es una faceta bastante perturbada que tenemos las mujeres. Yo, que lo estoy experimentando justo ahora, considero que ella se equivoca. Es una mezcla de sensaciones explosivas, inciertas porque, ¡Dios! ¡Quién sabe el desenlace que tenga un beso de nosotros dos!

De él; que a su manera, algo loca, me ama. Y mía, que aún con secretitos sombríos, silencios, indiferencias y a veces timidez, lo amo el doble.

—Vamos, brujita —desafía, rozando su nariz con la mía y tocando mi trasero con descaro, en tanto la fiesta continúa a nuestro alrededor y yo soy la única que se percata de la picardía que denotam sus dedos—. ¿Acaso te da miedo ser la que empiece el juego?

Ahogo un jadeo cuándo su caricia asciende por mi columna y se congela en mis costillas.

—No... —niego, obedeciendo a mi instinto, al fuego que me consume por dentro, y besándolo con delicadeza—. No me da miedo —contesto, separando la oración en sílabas, a medida que voy probando cada centímetro de sus labios carnosos, tibios, húmedos—. Aunque iba a preguntarte lo mismo; quizá te da miedo iniciar el juego.

Una carcajada ronca emana de su garganta y se pierde en mi rostro. Con rapidez una de sus manos me sostiene por la espalda y la otra se enreda en mi cabello; lo agarra y tira ligeramente, mi cabeza hacia atrás.

—Me da miedo empezarlo acá, y luego perder el control —dice, con sus labios en mi cuello, mi quijada, y el contorno de mi cara.

—¡Típico! —me burlo, cerrando los ojos. Disfrutando de lo que me genera él. De lo que genra su voz, su cuerpo, su boca, su piel, su arrogancia... Y su todo.

—¿Típico? —provoca. 

—Sí, típico —replico—. Típico de los hombres: descontrolarse —enfatizo, y sin dudar, lo beso.

Nicolas acepta inmediatamente mi boca, y nos besamos con pasión, con hambre, con un instinto casi salvaje y primitivo.
Su lengua me invade, y el sabor a menta, Corona, y un sutil toque de tabaco, embriaga a mis papilas gustativas.

—Descontrolados —sisea, al tiempo que mordisquea mi labio inferior y se aleja unos centímetros para recuperar el aliento—. Yo soy un descontrolado por tu culpa.

Apoyo los codos sobre la barra e inhalando profundo, le miro.

—¿Mi culpa?

—Tu culpa —recalca sonriendo de lado, y acercándose de nuevo se inclina hacia mí, me enseña sus iris oscurecidos por el deseo, y desliza su lengua por la piel de mi cuello, hasta el lóbulo de la oreja—. Pero no te sugestiones, muñeca; soy tu hombre, sólo tuyo y perderé el control sólo contigo.

Jadeo, y a modo de respuesta araño suavemente sus antebrazos. ¡Es un elixir!

—Solo... Mío —balbuceo agitada, completamente desinhibida en el medio de un jardín repleto de personas que nos hacen sentir que estamos solos.

—Vámonos a mi apartamento —me dice al oído—. Pasa la noche conmigo —se separa y tomándome de la mano, agrega—. No quiero estar un puto minuto más, metido en éste lugar sin poder tocarte como deseo, o molestándome porque cualquier idiota quiera pasarse de la raya contigo.




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