—¿Acaso estás loca? Llamar a un tipo que no quiero ver ni en pintura, ¿para qué? —en su cara se dibuja una mueca de desdén, y con reprobación me arrebata el celular de la mano—. ¿Para que venga a dársela de gran padre, o diga que le doy vergüenza? —larga una risita más que irónica; inquieta y sentencia—. Definitivamente estás muy loca. No pienso mover ni el meñique... Charlotte.
Me muerdo el labio inferior, y suspirando me alejo unos centímetros. —Cobarde y orgulloso. ¡Vaya mezcla!
Sus orbes se abren con cierta incredulidad, y agarrándome la muñeca, con vehemencia acerca su rostro al mío en un tirón firme, que no admite contradictoria.
Debería mandarlo a la mierda por su grado de terquedad, aún en los momentos más críticos; pero es que su actitud masculina y hasta primitiva, por dentro me hace recordar el porqué estoy profundamente enamorada de él.
Lo conocí siendo así, un salvaje territorial. Un hombre que si dice A, pues A se hace, y si por el contrario es desobedecido, sus niveles de capricho se disparan a las nubes.
—Orgulloso, sí —masculla en mi oreja, enojado; completamente desbordado por la situación—, pero cagón, jamás.
Automáticamente mi lado oscuro, algo pervertido y masoquista, empieza a bailotear en el subconsciente con embeleso, pues le encanta escucharlo furioso, autoritario, posesivo, y tan demandante como el león y gran rey de la selva.
Personalmente, una parte de mí se estremece y fantasea con oírlo en otras circunstancias y otro escenario, así. Así como Jean Nicolas Henderson es: intenso, pasional... Una fiera.
Pero solamente una parte, porque la otra; la que es mayoría, y no sabía que tenía guardada en algún rincón de mi ser, hierve. Se encuentra en un permanente estado de ebullición. Quiere explotar en cualquier momento. Hacerle ver que está muy equivocado; que huir no es la solución; y que aunque sienta miedo, no está solo.
Es testarudo, pero debe entrar en razón, analizar detenidamente lo que pretendo explicarle y elegir lo correcto.
Lo correcto es llamar a David. Primero, porque es su padre, su sangre, la persona que más lo ama sobre la faz de la Tierra; y segundo, la más coherente y racional; porque David, disfrazando su llegada de hombre poderoso; de influencias y dinero, será el único que podrá hablar con oficiales de rangos importantes y explicarles lo que realmente está pasando.
Pese a que no se lee, se piensa, o suena agradable, Nicolas es la carnada para que el pez gordo sea atrapado. Entre menos lo agobien, entonces más probabilidades habrá de llevar con éxito la misión encomendada.
—Quédate aquí cuándo venga la policía —digo, acomodando las piezas de mi rompecabezas mental, para oírme convicente—. Si no eres cobarde, quédate conmigo.
—¡Es casi suicida lo que me pides! —espeta en aullido bajo; una exclamación que suena a lamento—. Rafael tiene ojos y oídos por todos lados. Yo quiero salir de ésta porquería, te lo juro; pero no viéndome como un soplón.
—¡No comprendes! —replico—. Dices, que la que no tiene idea de nada soy yo, pero obviamente es al revés. Tú, no sabes el problema en que te meterás si te vas; si la policía llega y el médico que derivó a urgencias a Ámbar, les informa que el chico que me acompañaba se marchó —Nicolas a paso lento, empieza a distanciarse. Está callado. No existe argumento con el cuál defenderse, pues tengo la razón y es tan terco que se rehúsa a aceptarlo—. Para ti es más riesgoso desaparecer, que sentarte a mi lado y esperar. Es doblemente peligroso el que salgas corriendo y te encierres en tu apartamento, a que le expliques a tu padre lo que sucede y de alguna manera logre solucionar éste lío.
Su mirada se ensombrece y de pronto su rostro se tensa.
—¿Por qué demonios te empecinaste en él? Después de todo lo que te enteraste... Aún hablas como si fuese un salvador —niega y guardando el teléfono en el bolsillo, se cruza de brazos—. ¿Por qué? Explícamelo y quizá... Lo considere.
Ja, ¡bastante sencillo!
<<Dirá que eres la llave con la cuál desbaratar una red de narcotráfico. Revelará que ésto es parte de un procedimiento autorizado por la DEA y, que lo de Ámbar fue un irrevocable daño colateral. Que el objetivo es persuadirte de brindar información a las autoridades antinarcóticos; y que para ello es imprescindible dejarte en paz. Sin perseguirte o agobiarte.>>
—¡¿Y bien?! —insiste, observándome inquisitivo.
—¿Quieres saber, de verdad por qué? —le enfrento—. Porque David Henderson es un mentiroso —atónito por mi respuesta, abre la boca, y yo me limito a continuar—. Es tan mentiroso, embaucador y manipulador, que doy por sentado, que inventará una coartada impecable, perfecta, totalmente creíble, con la cuál salvarte el trasero y hacer de cuenta que jamás estuviste en esa fiesta —con mi dedo índice apuntándole al pecho, puntualizo—. Vi lo que es capaz de hacer, para conseguir lo que quiere. Fui testigo de que si tiene que llevarse al mundo por delante para obtener lo que desea, lo hace sin miramiento alguno. En el fondo tú también lo sabes. Sabes que si se lo propone, atrapa a quién sea en su red de mentiras —hago una pausa, y bajo su silencio analítico, su respiración agitada y semblante inquieto, le toco el torso. Primero con la punta de mis dedos, y después con toda mi mano desde las costillas hasta su hombro izquierdo. Toco la piel de su cuello, su mentón y finalmente su mejilla—. Sin embargo —añado entre susurros, al tiempo que acaricio su pómulo—. Estoy encaprichada en que entiendas, que a pesar de lo que te explico, es tu papá, mi amor. Sé que en el pasado te hizo sufrir injustamente; que te llenó de recelo y odio... Pero te ama. Te ama como cualquier padre amaría a sus hijos. Y porque te ama, pienso que deberías llamarlo.
Sus ojos rápidamente se cristalizan. Soy consciente de que di en el clavo: Nicolas se siente solo; siempre se ha sentido solo y es hora de que eso cambie. Su familia quiere enmendar el daño, y él necesita sacarse la máscara de ira que le nubla el juicio.