Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO SETENTA Y CINCO

Lentamente abro mis ojos, a medida que voy cayendo en la realidad. No sé en qué instante de la madrugada me quedé dormida en una banca del pasillo de urgencias; pero de lo que sí soy plenamente consciente, es del dolor en mi nuca cuándo intento moverla y la molestia en mi espalda, puesto que al parecer me mantuve varias horas en la misma posición.

Bostezo, y recuperando mi eje, mis sentidos, y mis ideas busco enderezarme en el asiento. No obstante es en vano; algo rodeando mis hombros no lo permite.

Completamente despabilada, me percato de que parte de mi rostro descansa en el abdomen de Nicolas. El brazo masculino me aprisiona y prácticamente recostada en su regazo, observo su cara.

Se encuentra cabizbajo, de ojos cerrados y respiración acompasada. En sus facciones se dibuja una mueca distendida, como si estuviese relajado; divagando en algún sueño lejano a ésta mañana en urgencias.

Inmediatamente arrugo el ceño.

Calculo que es de mañana. ¡Espero, que sea de mañana; tengo que ver a Ámbar!

Con sutileza intento escapar de sus brazos sin despertarlo, enderezarme, ponerme de pie y caminar al menos unos pasos para descontracturar los músculos.

Aliviada, observo el reloj digital en la pared de enfrente; son las siete en punto. La hora en que empiezan las visitas.

Sigilosamente trato de quitar de mis hombros las manos de Nicolas, pero obteniendo el efecto contrario, la presión aumenta.

—Cinco minutos más —dice con ronquera, sin abrir los ojos o levantar la cabeza—. Quédate así, conmigo, sólo cinco minutos más —mi corazón reacciona al oír su pedido; se pone como loco y no para de latir desbocado—. La única ocasión en que dormimos juntos, te fuiste del cuarto antes de que despertara —me recuerda—. Hoy no pasará lo mismo.

Permitiéndonos continuar unos minutos más en ésta posición, sonrío sin que él me vea.

—No dormiste, ¿cierto? —pregunto.

Niega con la cabeza.

—Me desvelaron las cuatro tazas de capuchino —dice—. Y siendo honesto, disfruté muchísimo al verte dormir.

¡¿Qué?!

¿Cómo puede disfrutar de verme dormir?

Con discreción toco mi cara y mi cabello para corroborar si todo está en su lugar. Y lo está, ¡pero en su lugar del asco! El pelo enmarañado no me deja siquiera hundir los dedos, tengo rastros de rímel en las manos y definitivamente algo en lo que no quiero pensar, es en mi aliento.

—¡Qué horror! —musito, escandalizada.

Su risa inunda mis tímpanos, y abriendo los ojos se relame los labios—. Tu frente se arruga cuándo duermes y tu boca se transforma en un gesto de pura preocupación, pero incluso así luces adorable.

La presión se desvanece, me libera de su prisión de músculos y calor, y juguetea con algunos mechones rebeldes que caen sobre mi nariz. 

—No me digas —ironizo—, te hablé dormida.

—En realidad... Dijiste que querías hacer el amor conmigo —me atoro con mi propia saliva, y de un salto me enderezo—. Sexo —murmura con ese toque dramático que únicamente él sabe ponerle—. Repetías: "¡quiero sexo, Nicolas!"

Volteo el rostro hacia un costado y lo miro de soslayo —¡No es verdad!

—¡Sí, muñeca! ¡Que tú no lo recuerdes no es culpa mía! —se justifica—. Y te aclaro que me niego a cumplir tu capricho. Mis sentimientos valen; no soy un juguete sexual.

<<¡Pero qué demonios!>>

Espero que el subconsciente no me haya traicionado y el cansancio, jugado una mala pasada. En mi defensa alegaré que después de haberlo besado, lo que menos deseaba era acabar la noche en un hospital.

—¡Eres un gran descarado! —refunfuño de forma burlona; cruzándome de brazos y observando al frente.

Las carcajadas brotan de su garganta; me abraza y besa mi mejilla.

—La mayor parte del tiempo, brujita, soy como el lobo feroz y tú, el corderito. ¿Conoces ese cuento? —acalorada, asiento—. Bueno, como el lobo al pequeño cordero, yo sólo pienso en comerte —confiesa en un tono de voz casi imperceptible—. Sin embargo también me di cuenta que disfruto verte dormir. Lo disfruto mucho más.

Levanto una mano y me ventilo la cara.

Es imposible no enamorarse de Nicolas. No amarlo con su sinceridad divertida y frontal. Así de infantil, protector, y sexy hasta cuándo no pretende serlo.

—Con que un lobo feroz, con aires de espectador —reflexiono entrecortadamente.

—¿Espectador? —indaga y suelta un profundo suspiro—. ¡Pf! Lo que pasó anoche fue agotador para todos; tanto que a mí se me dio por desvelarme mientras tú dormías como Blancanieves.

Automáticamente le escucho mencionar eso, David viene a mi mente. Lo último que recuerdo es que habló conmigo, me conmovió de pies a cabeza y luego, cuándo Nicolas llegó con el café y se sentó a mi lado, ellos continuaron dialogando del tema en cuestión: la historia inventada.

Niko con fingida seguridad y David con elocuente felicidad, pues a pesar del odio y del recelo su hijo necesitó de él, de su ayuda, de su apoyo, y ese detalle indudablemente no tuvo precio.

—Y... Hablando de anoche —musito, al tiempo que él acaricia mis nudillos— ¿dónde está tu padre?

Su semblante se pone serio. No está enojado, pero sí en defensiva a lo que yo vaya a decir.

—¿De verdad tienes que preguntarlo ahora?

—Sólo pretendo saber si se quedó o se marchó —contesto—. En conclusión, David vino hasta acá por ti.

—Eso no cambia en mucho las cosas —espeta.

—¿Ah no? —ironizo—. ¿Y el abrazo que se dieron tampoco cuenta?

—Fue un arrebato.

—No me mientas —recrimino, mirándolo fijamente—. Yo sé lo que vi anoche...

—Charlotte —corta, tomando mis manos entre las suyas—. No voy a ser el mismo de antes con mi padre. Y no pienso engañarme; no me olvidaré de todo lo que pasó, porque sencillamente no puedo. Nunca creí en las segundas oportunidades y no soy partícipe de darlas cuándo alguien me hace daño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.