Una risita tonta y nerviosa escapa de mi garganta. Los ojos de Nicolas me miran fijamente, aguardando una respuesta a su propuesta romántica, soñada y también impulsiva.
—Estás hablando de una fuga —digo, observando de refilón a Ámbar dormir profundamente.
—Sí, hablo de una fuga, y también de tiempo para nosotros. Para conocernos mejor. Para saber más cosas de ti y, tú de mí. Cosas buenas de mí que aunque no lo parezca, las tengo.
Tomo una gran bocanada de aire, exhalo con lentitud y con la punta de mis dedos tamborileo sobre sus nudillos.
—Entre nosotros lo que nació ha sido atípico. Es decir, sentimos lo mismo, ¿no? —vuelvo a centrar mi atención en él y noto que traga saliva con inquietud.
—Yo estoy enamorado, y te quiero demasiado. Te quiero mucho. Te amo.
La alegría se apodera de mí al oírle, y de tocar sus nudillos paso a agarrar su mano.
—Pues yo te amo. Te amo más de lo que puedas imaginar.
—Pero... —insinúa.
—¿Pero? —repito confundida.
—Que siempre hay un pero cuándo empiezas con ese preámbulo, Charlotte.
—No hay un pero —replico sonriéndole—, solamente digo que no hemos sido el típico romance ideal. No hemos ido al cine o a cenar. Te conozco hace un mes y medio y las veces que estuvimos juntos han sido con peleas de por medio, separaciones y más recriminaciones. Tenemos secretos y un pasado, sí; los dos, y eso nos ha impedido hacer cosas que realmente a mí me encantaría hacer contigo —los ojos verdosos de Niko brillan y pese a que el lugar no es el más indicado para sincerarme, no me importa. Después de lo de anoche necesito empezar a ser un poco más honesta acerca de lo que deseo en mi vida, de hoy en adelante.
—¿Qué te gustaría hacer conmigo? —susurra.
<<¡Aparte de travesuras!>> grita inmediatamente mi subconsciente.
—Quiero llevarte a mi casa y que mis hermanos se acostumbren a verte cada dos por tres. Que mi mamá te tome cariño y te trate no como el chico con el que su hija sale, sino como un hijo más. Quiero saber de tu familia; de tus hermanos, de tu padre, inclusive de tus abuelos; y el día que confíes lo suficiente en mí, quiero que me hables de los que ya no están —sus orbes se empañan y eso me enternece. La fachada de bad-boy no es lo suyo. Él se asemeja más a un chico lleno de miedo e inseguridad que a un tipo engreído con aires pedantes—. Quiero hacer demasiadas cosas contigo —enfatizo—, como por ejemplo pasar la noche en tu apartamento, que me esperes afuera de la universidad o que salgamos a almorzar en el descanso de la oficina. Quiero hacer cosas muy comunes, pero hermosas. Así que pienso que no hay peros, porque la invitación a París es un sueño hecho realidad. Nada me gustaría más que viajar contigo a dónde sea, durmiendo dónde sea y comiendo lo que sea. Sin lujos, sólo nosotros por cuarenta y ocho horas, viviendo lo que realmente deberíamos vivir: nuestra juventud.
Su pecho sube y baja, y acercándose a mí, me besa en la mejilla.
—¿Ésto cuenta como un si?
—Cuenta como un... ¿Podrás comprar pasajes de avión para viajar el fin de semana?
Una risa grave emana de sus cuerdas vocales y alejándose, se encoge de hombros.
—Tal vez fui muy impulsivo —confiesa—. Mejor que sea dentro de dos semanas. Así me dará el tiempo de comprar los ticket de avión y buscar un hotel donde alojarnos —se levanta de la silla y sacude sus jeans, a pesar que no están sucios—. Además, después de lo que sucedió sé que querrás estar con tu amiga y cuidarla.
—Con Ámbar —afirmo viendo cómo se aproxima al ventanal que da a la calle, y cierra la persiana para que Reggins logre descansar sin que la claridad de la mañana la moleste—. Con mis hermanos y mi mamá. Por si fuera poco la semana entrante tengo pruebas en la universidad, es el primer tirón de semestrales.
—¿De semestrales? —pregunta con confusión—. ¿No que recién acaban de empezar las clases?
—Las clases empiezan a mediados de Agosto, Niko —carraspeo y sintiéndome al fin como lo que realmente soy: una estudiante universitaria, aclaro—. Antes de hacer el traspaso a la Universidad de Washington, en mi antiguo instituto pedí el curso continuo. Es una opción con la que pocas universidades cuenta. No tengo vacaciones; ni de verano, ni de primavera, ni nada. Las cargas horarias se duplican, pero gracias a ello accedo a la posibilidad de avanzar en mi especialización con mayor rapidez e ir ganando créditos; créditos que a futuro me ayudarán a obtener pasantías.
—Interesante —suelta con sorpresa—. Entonces, en conclusión tengo frente a mí a una cerebrito come libros.
—No sé si cerebrito pero... Cuándo pasó lo de mi padre me puse como loca a investigar universidades asequibles, con ese plan de estudio. Mi mayor afán desde que papá murió y salí de la preparatoria fue, es y será el graduarme, tener mi título y ayudar a mi familia.
—Universidades con planes de estudio continuo —sopesa reflexivo—, es un gran dolor de cabeza el matarte estudiando, ¿verdad?
No lo creo.
Yo jamás lo vi como un dolor de cabeza. Me estresaba la poca organización que tenía para dividir mis tiempos entre el estudio y el trabajo, pero siempre me gustó sobresalir en clases y sacar las mejores notas.
—No es un dolor de cabeza si te acostumbras y te agrada estudiar —respondo con certeza.
—¿Sabes? —indaga mientras mete sus manos en los bolsillos— Quizá lo considere.
Me levanto de la cama y en un gesto protector pongo mis manos en la frente de Ámbar. Su piel ya no está fría, ¡qué buen augurio!
—¿Considerar, qué? —curioseo, tapándola con la sábana y acomodando su cabello a lo ancho de la almohada.
—Regresar a la universidad.
Automáticamente dejo de tocarla y perpleja lo miro.
—Eres el gerente de marketing de una empresa —destaco—. Imaginé que tenías una maestría universitaria.