Después de dos horas de haber hablado sin parar, mamá retira la silla en donde se hallaba sentada, se levanta, y se pone en cuclillas a mi lado.
—¿Por qué tuviste que cargar con el peso de todo ésto sola? —se lamenta, mientras varias lágrimas ruedan por sus mejillas—. ¿Por qué no me contaste lo que sucedía enseguida que saliste de la oficina, el día de tu entrevista?
—Porque tenía miedo —confieso en voz baja.
—¿Miedo? —pregunta—. ¿Miedo de quién? ¿De David Henderson? ¿De su hijo?
—No es por ellos, tampoco por la situación —agacho la cabeza—. Mi miedo es decepcionarte, mamá. Siento que todo el tiempo te estoy causando disgustos, que no estás orgullosa de mí, que siempre meto la pata...
Su mano acuna mi rostro y me obliga a levantarlo para que la mire.
—No podría estar más orgullosa de la hija que tengo.
Parpadeo, procurando evitar las lágrimas y con mis dedos acaricio la piel de su muñeca.
—La noche de la fiesta, cuándo me viste vestida de rojo y yo te conté el motivo por el cuál David me había contratado, dijiste que te daba vergüenza —mi voz se corta y trago saliva. Esas palabras de verdad me dolieron—. Dijiste que papá habría de estar revolcándose en su tumba...
—Me equivoqué, ¿si? —interrumpe de inmediato, notando cuán afectada me dejaron sus acusaciones—. Me equivoqué y de una manera espantosa. Estaba enojada. Enojada porque no confiaste en mí, y enojada conmigo misma por haber sido tan intransigente y estricta contigo. Estaba furiosa por culpa de David Henderson, y más furiosa estoy ahora porque te manipuló, te llevó a límites inconcebibles, y encima te expuso descaradamente ante el peligro. Mis hijos, los cuatro —recalca— son mi mayor tesoro; son lo más valioso que tengo, y el no haber estado para ti cuándo me necesitabas, para ayudarte a superar los errores y evitar que cometieras otros tantos me hizo decir lo que no es cierto. Nunca me voy a avergonzar de ti, Charlie —esbozo una sonrisa al tiempo que, sin poder controlarlo varias lágrimas caen.
Inhalo, y lentamente exhalo. Estoy ahogada, desbordada, con unas enormes ganas de llorar y no parar.
—Yo... —susurro— lo lamento mucho.
Se endereza, da un par de pasos marcha atrás, vuelve a sentarse en la silla, y se palmea los muslos.
—Ven aquí —dice—. A mi regazo, como cuándo eras una niña.
Limpio mis lágrimas y largo una carcajada.
—¡Ay, no!
—Charlotte —advierte—, que vengas a sentarte en el regazo de tu madre, hazme el favor.
Sin más opción, obedezco. De un brinco me pongo en pie, me acerco a ella, y me acomodo sobre sus piernas permitiendo que sus delgados brazos me envuelvan, al igual que la fragancia a madreselva que desprende su cabello.
—Eres mi primer amor —susurra con un timbre vocal melodioso, en tanto acaricia mi pelo—. Mi primer hija, mi primer aventura, mi primer todo. Eres quién saca adelante a sus hermanos, quién se desvive por cuidarme a mí, y quién se puso al hombro la responsabilidad de un hogar. ¿Cómo me voy a avergonzar de la hija maravillosa que Dios me regaló? Jamás.
Aliviada, como si me hubiese sacado una pesada mochila de la espalda, acepto gustosamente sus mimos.
—Te amo —musito—. Ojalá nunca, pero nunca me faltes.
—Mi dulce Charlie —concilia con esa voz que es música para mis oídos—, es tan difícil aceptar que ya no eres una niña. ¡Me cuesta oírte decir que estás enamorada y asumirlo! ¿De verdad amas a ese muchacho?
Observo el techo y muevo mi cabeza, en una afirmativa.
—Lo amo tanto, que no me importa exponerme al peligro si con ello puedo ayudarlo a solucionar sus problemas.
—¿No existe posibilidad de que salgas del embrollo en el que te metieron?
—No; y aunque la hubiera... Tampoco la consideraría.
—Charlie, estamos hablando de narcotráfico, de crímenes, hasta de prisión; no de un arrogante chico de preparatoria que le dijo gordo a otro.
—Ya lo sé —suspiro—. Pero lo conozco. Nicolas puede autodestruirse a sí mismo con tal de llamar la atención de su familia, no obstante, sería incapaz de dañar a alguien más. Debiste ver su cara cuándo Ámbar ingresó a urgencias, anoche. Estaba desesperado.
—No quiero que sufras —replica con preocupación.
—Voy a sufrir el día que ésto se termine, pero lo tengo asumido. Para ese entonces no dolerá tanto.
—Es gente peligrosa la que le rodea. ¿Quién te asegura que no te lastimarán, o lastimarán a tus hermanos?
—Ninguno de ellos sabe que en la historia yo soy la mala, la infiltrada, y la bocona. Todos piensan que soy la chica que lo trae loco, nada más. Quién quiso lastimarme, me arañó el rostro la otra noche y se ligó una buena paliza.
—¡Entonces no fue un gato callejero! —se enfada.
—¡Oh, sí es un gato callejero! —ironizo—. Es moreno, atractivo, con cara de loca y se llama Natasha.
—¡Charlotte!
—Perdón, pero tú lo has dicho, ya no soy una niña. Tuve que salir al mundo y aprender mucho de golpe. Aprender a lidiar con mis temores y prejuicios; a defenderme; a sortear obstáculos; a decir lo que siento, y a tomar mis propias decisiones. Me enamoré y pienso ir con uñas y dientes hasta el final, por Niko. Él ha estado para mí en momentos complicados, y yo quiero estar para él cuándo la vida después de tantas tormentas decida sonreírle.
—¿Por qué eres tan negativa? —me reprende con molestia—. No conozco a ese chico, pero estaría loco, si aún viendo lo que hiciste por él, te deja ir.
—Me gustaría —es lo único que digo.
—¿Que te gustaría? —cuestiona perpleja.
—Que lo conocieras, que te dieras cuenta de lo maravilloso que es, y de lo feliz que soy yo si estamos juntos.
—Charlie...
—Nicolas es como tú. Es desconfiado, cauteloso, receloso, y muy, muy obstinado; pero también es un chico que anhela venir a visitarte, saludar a mis hermanos, tener una vida normal y poder salir de un mundo asqueroso en el que se metió buscando un desahogo.