El sonido de una serenata mexicana hace eco en mi cabeza, y tratando de permanecer en mi sueño de playas caribeñas me remuevo en la cama, girando de un lado a otro.
«Éstas son las mañanitas, que cantaba el Rey David» escucho en un tono de voz infantil.
Me pongo boca abajo y sin abrir los ojos, busco entre tanteos la segunda almohada con que suelo dormir.
Mi playa paradisíaca se ha acabado en un chasquido de dedos, y lo único que se procesa en mi cerebro semi despabilado y me tienta de apagar el teléfono de un martillazo, es la alarma.
«Despierta, ni bien despierta. Mira que ya amaneció»
Irritada, gruño al oír la canción altamente adictiva que después se me repite en la cabeza durante todo el día.
Mis puños cerrados golpean el colchón y cuando ya no soporto más al payaso cantarín, me enderezo en la cama, agarro mi celular, desbloqueo la pantalla de inicio y apago la música odiosa que Alexandra eligió hace unos días, mientras husmeaba en mi teléfono.
Detesto esa melodía. De verdad la detesto; pero admito que es la única que me despierta de una sola vez; con ella no hay necesidad de posponer alarma.
Suspiro y finalmente sonrío. Los recuerdos de una noche atípica, descontrolada y muy fogosa caen sobre mí como una catarata.
Me quito las sábanas de encima y apreciando mi absoluta desnudez, estiro las piernas, piso el suelo frío y busco mis pantuflas.
Las cervezas sacaron a relucir una parte de mí tan atrevida, que como resultado dejó una experiencia increíble.
Nicolas no durmió a mi lado, pero hablamos de tantas tonterías durante tantas horas que lo sentí abrazándome, susurrándome sus sueños al oído, y contándome de su inquietud por conocer a mi madre, mi casa y la forma en que nosotros vivimos.
No me tocó una sola hebra del cabello, pero puedo jurar que sentí sus dedos recorriéndome la piel y sus besos en mi boca.
Él no me hizo el amor con su cuerpo; me hizo suya con su voz, con sus letras, con sus fotos y con su imaginación. Se sostuvo de mi flirteo, para involucrarme en algo, personalmente nuevo pero extraordinariamente fabuloso.
Fabuloso.
Así es Niko, sencillamente fabuloso.
Voy a su contacto en Whatsapp y con el calor corporal consumiéndome, rápidamente releo la conversación de la madrugada.
Le mando un mensaje de buenos días y tras borrar los chat subidos de tono y las fotos en mi galería, vuelvo a poner el celular en modo carga.
Me levanto y me envuelvo en la bata de felpa, saco la ropa de cama: sábanas, frazadas y acolchados, y empezando con mi rutina a las seis de la mañana, la tiendo.
Con mis pantuflas deslizándose por el suelo, recorro el dormitorio y cuál procedimiento inalterable, tomo el vaso con agua que cada noche coloco en la mesilla de luz; agarro toallas y ropa interior; y en el borde de la cama acomodo la muda para la universidad: jeans azules, tenis blancos, camiseta de algodón y el suéter en lana color bordó con un estampado bastante gracioso, que me compré la semana pasada en una súper liquidación de prendas fuera de tendencia, en Fendi.
Abro el bolso y me cercioro de que los cuadernos estén guardados. Suerte que hoy no tengo sociología, sino ahora mismo estaría perdiendo unos cuántos minutos para tirarme al piso y juntar las hojas llenas de resúmenes y garabatos que quedaron regados por doquier.
«Detalle que literalmente odio. Los minutos apenas me levanto son cruciales y valen oro»
Del closet que ocupa una pared entera saco una falda de tubo, una camisa en seda fría, el blazer a juego con la parte superior de mi vestimenta y también un colgador. Ahí pongo prolijamente las prendas para luego, antes de irme guardarlo todo en el coche, sin que las arrugas en la ropa me dejen histérica.
Pensativa observo la elección y después de algunos segundos, de forma efectiva le doy el visto bueno. Hoy más que nunca necesito verme formal; habrá una reunión importantísima y además, una conversación confidencial que no puedo seguir posponiendo.
Nicolas no me contó absolutamente nada de su encuentro con Rafael, y pese a que entiendo el punto de su desconfianza, o de lo peligroso que resulta hablar de esos temas por teléfono, sé que se está cocinando algo grave, alarmante.
No será otra fiesta más con la cuál llenarse los bolsillos de dinero; mi instinto me lo está advirtiendo, me dice que será una trampa para que Niko no salga jamás del mundo de las drogas y el narcotráfico.
Sólo de imaginarlo los nervios retuercen mi estómago.
«¡Vaya escorias de personas, con las que vinieron a toparse David y su familia!»
Con inquietud, pereza, sueño y lentitud camino hacia el baño. Si dormí dos horas fue mucho. Me entretuve conversando con cierto chico malo y la madrugada se desvaneció como el agua entre los dedos.
Sí estoy cansada, pero no me quejo, ha valido la pena. Bastará un café fuerte, negro, con poca azúcar y sin leche para recomponer energías.
Enciendo la luz, me despojo de la bata, ato mi cabello en un moño, y sin detenerme a mirar mi reflejo en el espejo, con el ceño fruncido me acerco a la ducha y giro la rosca de ambas canillas, agua fría y caliente.
«Tengo que hacer muchas cosas»
Me meto bajo la lluvia templada y mi cuerpo se estremece.
«¡Bah, en realidad tengo que hacer una sola cosa y muy importante!»
Ligeramente encorvada y cuidando de no mojarme el pelo, permanezco en silencio, pensativa.
Llevaré a mis hermanos al colegio y por fin conoceré a la famosa Tutti Fresa que trae a Liam hecho un trapo.
«Jessica»
Su nombre me disgusta, por el simple hecho de relacionarlo con ella; una persona que maltrata, humilla y se cree superior al resto.
Pero más me disgustan aquellos que inculcan ese modelo a seguir. Que promueven en sus hijos el bullyng, el racismo, la discriminación por aspecto físico o posición económica, y que no saben lo que es el respeto, la tolerancia o la igualdad.