Resoplo unas cuántas veces, me toco la frente y opto por dejar de leer y subrayar el papelerío que David dispuso en el escritorio para mirar la hora en mi reloj de pulsera: ya son pasadas las tres de la tarde.
Después de la intensa conversación que mantuvimos durante largo rato, él agarró su portafolio, me encargó una impostergable tarea que todavía ni miras tengo de acabar, y se marchó del despacho.
En resumen, hablamos mucho.
Le conté a detalle mi idea y la aceptó. La considera peligrosa y hasta un inminente fracaso, pero sin más salida, tuvo que aceptarla.
Tuvo que confiar en mí, y sinceramente eso me tomó por sorpresa. En el fondo era algo que no me esperaba. Jamás creí posible que llegase a confiar a ciegas en lo que pienso, o en lo que intuyo.
«Ja, ja, ja. ¡Quién lo diría!»
Inevitablemente sonrío, recordando mi postura absurdamente terca y orgullosa hace varias semanas atrás.
Sin conocerle ya lo detestaba, y lo detesté aún más cuando descubrí sus intenciones y quién era verdaderamente; sin embargo los sentimientos son tan cambiantes que al cabo de éstos últimos días donde comprobé el amor infinito que le profesa a sus hijos, ratifico que le respeto, aprecio, y admiro.
¿Difícil de explicar? Sí, es como si un cariño casi fraternal nos uniera. Pese a que nuestras edades, personalidades e ideales son diferentes, lo más importante del mundo nos liga e identifica: el amor por la familia.
Y aunque resulte irónico e increíble, David es la persona con la que más confianza tengo y con quien no me guardo ningún secreto. Se ha convertido en mi gran mentor, confidente y cómplice, porque la realidad ya está echada sobre la mesa: a Ámbar le oculto la verdad, a Nicolas ni qué hablar, y a pesar de que a mamá le dije absolutamente todo lo que estaba ocurriéndome, omití mencionar una parte fundamental de mi historia actual: el cariño que siento por el padre de mi novio.
Dejo la lapicera en el escritorio y miro al frente, donde está la silla presidencial desocupada y el ventanal de fondo.
Me reconforta ser la que pueda ayudar.
Ser la afortunada que conoce al sujeto detrás de la fachada manipuladora, fría y pedante del jefe.
Ser la Charlotte de siempre, con la diferencia de que hoy en día pienso, pero ya no dudo.
Me reconforta ser la chica capaz de acobijar hermanos, contener a una madre, apoyar a una amiga, escuchar al suegro que seguramente nunca logre llamar como tal, y enamorar al hombre que movió el piso donde camino, desde la primera vez que lo vi.
Una mueca que me entristece por dentro surca mi cara y golpeteo la superficie de madera, con la lapicera que vuelvo a sostener entre mis dedos.
¿Saldrá todo bien? ¿Nicolas se liberará de las cadenas que lo atan a un mundo oscuro, criminal, y peligroso? ¿Podrán los Henderson, luego de tantas tragedias ser felices?
O mejor aún, ¿podré ser feliz yo también? Pero penamente feliz, sin que en el fondo, los miedos cuáles tentáculos de un pulpo amenacen con llevarme a la penumbra de la amargura.
El sol resplandece contra la ventana y tomo su brillo encandilador como un sí.
Sí, a cada pregunta que se formula en mi cerebro.
Sí, y más sí, pero no sin antes dejar muchos corazones, sueños y proyectos rotos en el camino, incluyendo y destacándose en ello, el mío.
El profundo deseo de llorar me invade, así que me enderezo en la silla e inhalo hondo. Lleno tanto como puedo mis pulmones de aire y me repito por dentro la frase que no me permite flaquear; que cuando este pensamiento triste, negativo y pesimista me envenena, vuelve a ponerme en la tesitura de "centrarme en el presente, y no en el futuro".
¡Vamos, Charlotte, vamos!
«Disfruta de lo bueno que está pasando, y amárgate en serio, amárgate fuerte, amárgate con llanto, pena y dolor cuando el momento de hacerlo llegue. Mientras tanto, disfruta; que te lo has ganado»
Exhalo lentamente, bajo la mirada y retomo la tarea que David me encargó. La de practicar con un día de anterioridad lo que significa ser asistente administrativa de una empresa, o de un jefazo ultra mega exigente.
Tengo varios folios, biblioratos y documentos engrampados que abarcan la extensión del escritorio.
La orden ha sido clara, debo leer cada carilla y subrayar en flúor lo más importante, y... Lo más difícil, ya que el vocabulario que se emplea en la redacción es tan rebuscado que me cuesta entenderlo, e incontables veces recurrí a Google para saber el significado de lo que estaba escrito: los detalles de una futura y casi concretada venta por parte de Henderson Company.
Al parecer, David negociará varias hectáreas de los viñedos ubicados al sur de California, a una empresa vitivinícola bastante menor en comparación a la producción, venta y calidad de sus vinos.
Aquí se explica con exactitud la cantidad de tierra a vender, la calidad de la uva que allí se corta, el tipo de vino que se fabrica con esa uva en particular, cómo las condiciones climáticas afectan a dicha porción de viñedos, y cómo cuidar y mantener la tierra, con base a lo que se pretende producir para satisfacer un mercado altamente competitivo.
A medida que voy leyendo mi curiosidad aumenta; quisiera preguntarle la razón por la cual ha decidido vender una parte de su negocio, siendo que es el empresario número uno, en la industria del vino.
«Jodido David»
Salió como alma que lleva el diablo, a reunirse con Grayson y me dejó a mí, sumida en un océano de hambrienta curiosidad.
Destapo un marcador rosa flúor y continúo con mi trabajo hasta que el celular vibrando sobre el escritorio me sobresalta, e interrumpe mi interminable tarea.
Estiro la mano y lo agarro, en la pantalla aparece el ícono de Whatsapp. Un Whatsapp que lleva el nombre de Nicolas.
«Muñeca, te estoy esperando abajo»
¡Mierda! ¡Doble mierda! ¡Me olvidé de avisarle!